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FRANCISCO, EL PAPA QUE ABRIÓ LAS PUERTAS DE LA IGLESIA

El argentino Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, falleció el 21 de abril de 2025, luego de doce años de un papado enérgico, que se caracterizó por la apertura a las “periferias” existenciales y por su compromiso social y medioambiental.
El argentino Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, falleció el 21 de abril de 2025, luego de doce años de un papado enérgico, que se caracterizó por la apertura a las “periferias” existenciales y por su compromiso social y medioambiental.

Francisco, el papa, era como la camiseta de su amado San Lorenzo: rojo y azul. Llevaba en su corazón y en su carácter el rojo de los revolucionarios y el azul de los conservadores. Fuerte crítico de las injusticias generadas en esta etapa del capitalismo y sus secuelas sociales y ambientales, por un lado; y un moderado en relación con la doctrina de la Iglesia católica, por otro. Un genio de los gestos para acercar a una Iglesia con casi 1500 millones de fieles en todo el mundo a los pobres, los inmigrantes y los excluidos sin que eso produjera un cisma en su estructura, aunque sí poderosos enemigos, que le han destilado rencor y lo han resistido sin descanso. También para terminar con la imagen de opulencia, privilegios, corrupción y protección del abuso sexual que arrastraba la Iglesia de Pedro. Y como para no dejar dudas sobre lo que hizo en vida y deseaba para su descanso final, como si se tratara de un último mensaje que se impregna en el recuerdo como un perfume, eligió que su tumba estuviera al otro lado del río Tíber, en la basílica de Santa María la Mayor, en el centro de Roma, la ciudad de la que fue obispo durante su pontificado. Una búsqueda de normalidad y una decisión que, por su baño de multitudes, produjo el funeral más extraordinario que se recuerde de la historia papal.

Casi desde que fue ungido al frente del arzobispado de Buenos Aires en 1998, su figura tomó un predicamento inusitado, al punto que luego de la muerte de Juan Pablo II en 2005, durante la elección de Benedicto XVI, fue el segundo prelado más votado en el cónclave de cardenales que elige al papa. Al renunciar Benedicto, en febrero de 2013, reunió rápidamente consenso para dar paso a un papado que sacara a la Iglesia de su inmovilismo frente a un mundo que cambiaba aceleradamente y, sobre todo, frente a los escándalos de corrupción y pederastia que la acosaban. 

El papa número 266 fue, en cierto punto, una sorpresa. Su excepcionalidad no residió en ser el primero de la Argentina y Latinoamérica, ni el primero no europeo desde Gregorio III, que falleció en el año 741, ni en convertirse en el primer jesuita en liderar al catolicismo en los más de 500 años de existencia de la Compañía de Jesús. Su particularidad estuvo dada en la convicción de abrir las puertas de la Iglesia para ir en busca de los que sufrían y sacar al Vaticano del ombligo en el que pasaba sus días. 

Plantea Chequeado.com al analizar los doce años de su papado que “a la Iglesia la caracteriza, desde el principio, una enseñanza y un permanente esfuerzo de adaptación o reforma. Francisco, pese a las críticas que recibió, no quebró en nada esa enseñanza: insistió, con sus palabras y sus actos, en la centralidad de la gracia y en la importancia de la oración. Acogiendo a todos los hombres en sus más diversas circunstancias y no alteró la doctrina en lo referente a matrimonio, aborto o familia”.

Foto: IStock.

Dueño de una proverbial habilidad para abrazar, escuchar y derribar barreras, fue la periodista de La Nación y autora del libro Francisco, vida y revolución, Elisabetta Piqué, quien en una entrevista con la cadena CNN consideró que “será recordado como el papa de la gente, el papa del fin del mundo”, para enfocar después que “[fue] el primero que hace un papado mucho más cercano, que llegó a los ateos, a los no creyentes, que lo aclamaban los musulmanes. […] Fue un papa que lanzó una visión de una Iglesia que estaba abierta para salvar a todos y no para condenar”.

El cardenal y arzobispo de Madrid, José Cobo, en una entrevista en el diario El País, vio de modo similar a la periodista. “Las medidas de Francisco son irreversibles”, aseguró, para ahondar luego: “No tomó esas decisiones solo, sino a través de procesos que no inventó él: venían reflexionados desde el Concilio Vaticano II. No son modas, son estructuras. Una Iglesia que dialoga sobre cualquier tema sin miedo a nada. Una Iglesia que ha puesto a los últimos, a las periferias, en primer plano. Y muchos en la Iglesia decían que no era necesario. Pero esto no tiene marcha atrás”. 

También contextualizó los doce años de papado: “No es una novedad [lo que hizo]. Francisco ya tuvo cardenales y sectores de la Iglesia que se lo decían. Y él actuó, tomó decisiones. No somos del mismo color todos. En la Iglesia, a diferencia de en la política, el papa debe tener una función de unidad muy grande. No anular a los que piensan distinto, sino dar armonía. Acoge, incorpora y toma las decisiones que considera. Pero las voces críticas ya se veían antes, Francisco no acalló la disensión”. 

Javier Cercas, escritor y periodista, también opinó sobre el papado de este hombre nacido en el barrio de Flores, en Buenos Aires, en 1936, que obligó a la Iglesia a modernizarse, al punto de que tenía cuentas en Instagram y en la red X. Autor del recientemente lanzado El loco de Dios en el fin del mundo (Random House), Cercas sostiene que el papado de Bergoglio no fue revolucionario. “No es realista denominarlo así, pues aunque planteó asuntos como el rol de las mujeres en la Iglesia o la aceptación de la comunidad LGTBI, aún quedó muy lejos de una revolución. Si el papa Francisco hubiese llegado hasta donde quería llegar, sin duda alguna hubiera habido un cisma, o dos, o tres”.

“Decir que no ha cambiado nada es falso. Por un motivo vimos a muchos curas rezando por su muerte. La mayor revolución del pontífice fue la sinodalidad. Es la palabra que definió el papado de Francisco. Él quería una Iglesia horizontal, más democrática y asamblearia, más cercana al cristianismo primitivo. Eso daba mucho miedo a los sectores reaccionarios”, explica. 

Giovanni Battista Re, el decano de los cardenales, fue el que lo despidió. Su homilía no expresó nada que no se supiera, pero el asunto era cómo retumbaba en las paredes del Vaticano y en los oídos de fieles y jefes de Estado que lo escuchaban. La muerte obliga a repasar la vida, y cuando la vida adquiere la espesura de la que tuvo Bergoglio, las palabras que definen al hombre y sus actos quedan flotando en el aire, a la espera de ser tomadas para seguir andando, para esquivar al olvido. 

“Lanzó una visión de una Iglesia que estaba abierta para salvar a todos y no para condenar”.
Elisabetta Piqué (periodista)

“Fue un papa en medio de la gente, con el corazón abierto hacia todos (así entraron con él los homosexuales, los transexuales, los presidiarios, los inmigrantes, los indigentes y los representantes de todas las ‘periferias sociales y geográficas’). Atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia. Con el vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo”, recordó. 

Foto: IStock.

Siguió: “Lleno de calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el papa Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las esperanzas de nuestro tiempo de globalización. […] Innumerables son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres. Es significativo que el primer viaje del papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar”, señaló recordando el inicio de la misión de Bergoglio, en el que ubicó a los inmigrantes como las principales víctimas de nuestro tiempo. 

Re no se quedó ahí y trajo a su mensaje el viaje del papa a la frontera de México y Estados Unidos, durante la primera presidencia de Donald Trump, que quería levantar un muro para frenar la emigración latina a su país: “La celebración de una misa allí fue para decir que levantar muros no es cristiano”. 

“Innumerables son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados”.
Cardenal Giovanni Battista Re

Finalmente resaltó el diálogo interreligioso y que, frente a las guerras, “el papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles”. 

Sin embargo, es en el tema medioambiental donde descargó su ímpetu transformador. En Laudato Si, la encíclica de 2015, rompe el paradigma de que el hombre es el centro del universo, que le está permitido el dominio y la explotación de todo lo creado para su beneficio. Allí propone dejar de mirar al planeta como un objeto y convertirnos en una parte de él. “La tierra nos precede. […] No somos Dios”.

Eligió el nombre de Francisco como un símbolo del compromiso con los pobres, de la Iglesia con “olor a oveja” que construyó a lo largo de su existencia. Hizo santos al Cura Brochero en Córdoba y a Mamá Antula en Santiago del Estero, para alimentar el fuego del Evangelio y su palabra. Como arzobispo de Buenos Aires vivió como un porteño más, en un pequeño departamento, en el que también se hacía de comer. No tenía chofer como sus antecesores. Como papa, tomaba el teléfono y se comunicaba directamente con hombres y mujeres de Estado y también con personas de todo el mundo que se enfrentaban a momentos críticos o alcanzaban logros excepcionales. Siempre prefirió escuchar y ver la realidad sin intermediarios. Un hombre que, a partir de ahora, iremos conociendo por sus actos cotidianos y por la voz de los que fueron partícipes de su obra y testimonio. 

Quizá la icónica foto de Bergoglio antes de ser papa, viajando en la línea A del subte de Buenos Aires, rodeado de trabajadores, lo represente desde la imagen mejor que los millones de tomas y secuencias que le siguieron desde el 13 de marzo de 2013 cuando anunciaron que sería el representante de Jesús en la Tierra. La tomó el fotoperiodista Pablo Leguizamón el 24 de mayo de 2008. En una nota en Página/12 contó que el entonces arzobispo de la capital argentina se trasladaba a la Catedral para celebrar el Corpus Christi, pero antes se había reunido con familiares de víctimas de la tragedia de la discoteca Cromañón y con jóvenes de diferentes congregaciones en Plaza Miserere, en el barrio de Once. 

Si la vida y la obra pudieran unirse en una foto, esa sería la toma. Allí también estaba presente el espíritu de lo que sería luego su papado.

Foto: IStock.

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