A través de su hermano Justo, San Martín conoció en París a Alejandro Aguado. Nacido en 1785 en Sevilla, era miembro de una rica familia de terratenientes y negociantes vinculados al comercio con Cuba y ayudaría económicamente a nuestro Libertador, con quien mantendría una gran amistad.
En las paredes de su palacete podían admirarse antiguos gobelinos y cuadros de Tiziano, Leonardo da Vinci, el Tintoretto, Rembrandt, El Greco y Murillo, entre otras maravillas.
Entre las figuras que gozaron de su mecenazgo y frecuentaban sus mansiones se encontraban Víctor Hugo, Lamartine, Delacroix, Balzac y el célebre músico italiano Gioacchino Rossini, autor de El barbero de Sevilla, Otelo y Guillermo Tell, quien compuso y estrenó una opereta para el bautismo del segundo hijo de Aguado, Olimpio Clemente, en una fastuosa celebración con unos 3000 invitados.
La amistad crecía y eran frecuentes las visitas y hasta las estadías del Libertador en la casa de Aguado, donde disfrutaba de la enorme y selecta biblioteca, se extasiaba frente a los cuadros de pintores que tanto admiraba y participaba animadamente de las reuniones y las veladas con aquellas celebridades parisinas.
En 1842 su amigo Aguado le propuso que lo acompañara en un viaje que debía emprender a España. La oferta era interesante, podría visitar a su hermana María Elena y recorrer algunos de los lugares en los que habían transcurrido sus años de adolescencia y su primera adultez. El general no era muy afecto a los trámites y dejó que su amigo se encargara del asunto. Cuando todo estaba a punto para emprender la travesía, Aguado le informó que el reino de España no le permitiría ingresar a su territorio como general de las repúblicas de Argentina, Chile y Perú, sino como un simple particular. Aguado hizo uso de sus influencias del más alto nivel en la Corte de Madrid para solucionar la cuestión, pero no hubo caso, para España San Martín seguía siendo un subversivo. Cuando le contó las novedades a su amigo, este le dijo que lejos de ocultar o disimular su condición de general insurgente, deseaba exhibirla, porque uno de sus mayores blasones era el haber luchado por la libertad de sus hermanos americanos. Lo que no sabía el general era que además de dejar claramente a salvo su dignidad, estaba salvando su vida.
Aguado lo comprendió, lamentó profundamente que su amigo no lo acompañara y partió hacia Asturias a inspeccionar sus industrias mineras. Mientras se dirigía en diligencia hacia Gijón, lo sorprendió una tremenda tormenta de nieve. Tanto el carruaje en el que viajaba como el que transportaba su voluminoso equipaje quedaron varados. Contra todos los consejos, el marqués insistió en seguir viaje a pie. Cuando llegó a Gijón, estaba a punto de congelarse. Al arribar al hotel pidió urgentemente comida caliente, y mientras trataba de compensar con la cena todo el frío sufrido, murió sentado a la mesa, aparentemente de un ataque de apoplejía el 12 de abril de 1842, a los 56 años. Tras el funeral en el cementerio de Père Lachaise en París, el notario de Aguado le leyó el testamento a su amigo San Martín, donde se lo declaraba oficialmente tutor de Alejandro, Olimpio y Onésimo Aguado; se le asignaba un sueldo de 4000 francos mensuales, un legado para compartir con los deudos de 30.000 francos y las joyas de uso personal.