Un reciente estudio de Stanford Medicine, publicado en la revista Science, arroja luz sobre cómo las emociones, esenciales para guiar nuestras decisiones y acciones, pueden volverse problemáticas cuando persisten de manera desregulada. Aunque la neurociencia y la psiquiatría han avanzado significativamente, aún se sabe poco sobre la actividad cerebral que genera las emociones, cómo nos impulsa o cómo puede contribuir a trastornos neuropsiquiátricos. Este trabajo, liderado por el profesor Karl Deisseroth, revela que estímulos negativos breves, como una ráfaga de aire en el ojo, desencadenan patrones emocionales prolongados en el cerebro, un descubrimiento que podría explicar la formación de estados emocionales duraderos y su relación con trastornos mentales.
Para explorar este fenómeno, los investigadores adoptaron un enfoque comparativo basado en la evolución, estudiando a humanos y ratones, que comparten un ancestro común de hace 70 millones de años. Utilizaron un estímulo seguro y reproducible: un dispositivo oftalmológico que emite ráfagas de aire en el ojo, descrito por los participantes como molesto. Este permitió medir con precisión las respuestas cerebrales y conductuales ante estímulos negativos.
En humanos, el estudio se realizó con pacientes hospitalizados por epilepsia severa, quienes tenían electrodos implantados para monitorear sus crisis. Estos voluntarios mostraron respuestas consistentes: tras cada soplo, parpadeaban y luego entrecerraban los ojos o parpadeaban rápidamente, un comportamiento protector medible. La actividad cerebral reveló dos fases: una inicial, de 200 milisegundos, que registra el estímulo, y una segunda, de 700 milisegundos, asociada a circuitos emocionales. Esta fase prolongada parece facilitar una comunicación cerebral extendida, clave para generar estados emocionales sostenidos.
En ratones, los resultados fueron similares. Tras una serie de ocho soplos, los roedores exhibieron una fase emocional negativa prolongada, reflejada en una menor búsqueda de recompensas, lo que sugiere un estado de alerta o protección ante amenazas futuras.
LA PERSISTENCIA ECOMOCIONAL Y SU VÍNCULO CON TRASTORNOS
El estudio destaca que la duración de esta segunda fase emocional es crucial. “Ajustar la escala temporal de esta comunicación neuronal podría ser clave para el funcionamiento del cerebro”, explica Ethan Richman, coautor del estudio. Si esta fase es demasiado breve o excesivamente larga, puede desequilibrar las respuestas emocionales, contribuyendo a trastornos neuropsiquiátricos como la depresión, el trastorno de estrés postraumático, el trastorno obsesivo-compulsivo o los trastornos alimentarios. Por ejemplo, un estado emocional hiperestabilizado podría estar relacionado con dificultades para procesar información cambiante, como en el autismo, mientras que una fase acortada podría vincularse a síntomas de esquizofrenia, donde los pacientes perciben sus acciones como controladas externamente.
Los hallazgos abren nuevas puertas para comprender y tratar trastornos neuropsiquiátricos. Los investigadores proponen que las alteraciones en la duración de la comunicación neuronal podrían servir como un marcador para clasificar y tratar estas condiciones. “Es asombroso lo que un análisis imparcial del cerebro puede revelar, especialmente con la tecnología adecuada y a lo largo de millones de años de evolución”, afirma Deisseroth. Además, factores individuales, como experiencias de vida, podrían influir en cómo se expresan estos estados emocionales, explicando diferencias en la vulnerabilidad a trastornos mentales.
Aunque el estudio se centró en estímulos negativos, los investigadores creen que estos patrones podrían aplicarse a experiencias positivas, lo que amplía su relevancia.