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VACUNAS: LAS IMPOSTERGABLES

Según la OMS, las campañas de inmunización realizadas en los últimos 50 años salvaron alrededor de 154 millones de vidas; el equivalente a seis vidas por minuto cada año. 

La gran mayoría (101 millones) fueron niños menores de un año, que gracias a este recurso médico preventivo, accesible y gratuito tampoco sufrirán secuelas asociadas a tuberculosis, poliomielitis, meningitis, hepatitis o infecciones respiratorias.

El efecto beneficioso del calendario actual de vacunas en la Argentina equivale, en términos sanitarios, a disponer de agua potable, a contar con un hogar sin amenazas climáticas o una red de afecto.

LOS ORÍGENES

Nada mejor que acudir a la historia para comprender el valor de las inmunizaciones. Para ello es necesario remontarse a 1805, año en que llegó al Río de la Plata un barco transportando la primera vacuna desarrollada en occidente (Inglaterra) y aplicada en nuestro territorio.

Pero aclaremos: en 1805 la Argentina no existía como tal. El futuro país era por entonces parte del Virreinato español, y sus autoridades habían decidido enfrentar una epidemia de viruela que asolaba a la población.

Una gran pregunta es: ¿cómo transportar una vacuna en un barco transatlántico a inicios del siglo XIX? Con imaginación: inoculando a un grupo de esclavos con secreciones de enfermos de viruela.

Al llegar al puerto, el equipo sanitario extrajo material de las numerosas pústulas que se habían formado en los brazos de los “voluntarios” y con ello fue posible preparar material para una gran cantidad de vacunas.

El proceso tuvo excelentes resultados. Se aplicó la vacuna no solo a los habitantes de ciudades, sino también a grupos indígenas. La epidemia fue controlada en poco tiempo, demostrando que la vacuna había sido el único recurso eficiente.

A lo largo del siguiente siglo, otras inmunizaciones trajeron idénticos beneficios.

“Nada mejor que acudir a la historia para comprender el valor de las vacunas”.

El uso de la vacuna para la tuberculosis en la década de 1920 detuvo una endemia que se había prolongado por más de 30 años. Durante los años 60 y 70, la vacuna contra la poliomielitis frenó brotes que causaban muertes infantiles o dejaban a miles paralíticos; y otras vacunas específicas redujeron significativamente la incidencia de sarampión, rubeola, paperas y tétanos.

Más cercanas en el tiempo, las vacunas “de emergencia” utilizadas contra el COVID-19 pudieron frenar, a pesar de una “apurada” elaboración, no siempre bien evaluada, la pandemia que congeló al planeta durante 2020 y 2021.

Los productos que se utilizan en la actualidad han sido purificados de sustancias adicionales y muestran seguridad; es decir, su beneficio es ampliamente mayor que los efectos indeseables.

Solo resta reducir el impacto de lo conocido como “oportunidades perdidas en vacunación”, falsas contraindicaciones que impiden que un niño reciba una vacuna. Eso es posible al descartar mitos, como “no vacunar si tiene tos, febrícula o está en convalecencia de una enfermedad banal, o está recibiendo drogas antibióticas, corticoides o analgésicos”.

Salvados esos obstáculos, será posible alcanzar una cobertura poblacional del 95 por ciento, lo que cumple el objetivo final de las vacunas: erradicar agentes microbiológicos de la comunidad.

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