En una siesta calurosa de primavera, los alumnos de la escuela especial estatal Raúl Carrea se congregan en el salón del cuarto piso de la institución del centro de la ciudad de Córdoba para ofrecer un miniconcierto de música latinoamericana y caribeña junto al Instituto Provincial de Educación Media (Ipem) N.° 35 Ricardo Rojas.
La escuela anfitriona tiene 124 estudiantes de 13 a 22 años con discapacidades intelectuales, visuales, auditivas y otras.
Hay bullicio y redobles de tambores. Alegría y ansiedad. Prueban los instrumentos hechos con sus propias manos y se desata una murga improvisada, potente y contagiosa. Es la previa al concierto. El público mueve los pies, acompañando.
La maestra de música de las dos escuelas, Marisa Gómez, explica que la reunión de sus alumnos en un evento busca mostrar el trabajo en diferentes ámbitos que potencia los talentos de todos, más allá de dificultades y diversidades.
Marisa cuenta que los chicos del Carrea disfrutan de la música. Durante el año asisten a talleres donde trabajan los sonidos desde cero y construyen instrumentos artesanales.
Así, un viejo tacho de pintura y un trozo de hule ajustado con cuerdas se convierte en un tambor. O el tubo de un rollo de papel higiénico relleno con arroz se transforma en una sonaja o en un palo de agua. A medida que dan vida a los bombos y maracas, van descubriendo y reconociendo las fuentes sonoras.
Luego, cada uno toca el instrumento que mejor le viene, adaptado o tradicional.
“Nos juntamos para que disfruten de la música, vean que se pueden hacer cosas, que no hay barreras para el arte”, dice Gómez.
La otra gran apuesta –agrega– es aprender a convivir en comunidades inclusivas.
La música une, rompe estereotipos y prejuicios sobre las capacidades y los talentos. “Este trabajo (el miniconcierto) apunta a la inclusividad, y los chicos estuvieron de diez”, remarca Marisa después del evento.
El profesor de Matemática y Educación Tecnológica Fermín Varela, del Ipem N.° 35, coincide: “El arte es un idioma universal muy necesario en estos tiempos de violencia global”.
La exhibición incluía ritmos de murga, carnaval, cumbia, salsa y merengue, ejecutados con instrumentos de percusión (tamborines, maracas, claves) e improvisaciones individuales y colectivas.
Los chicos del Carrea abrieron el espectáculo. Les siguieron los del Rojas y, por último, compartieron el escenario e intercambiaron instrumentos.
“El arte es un idioma universal muy necesario en estos tiempos de violencia global”. Fermín Varela
“Estoy dando lo que más puedo”, nos dice Facundo Barboza (18). El joven ofició casi de director de orquesta. Es alumno del Raúl Carrea y percusionista de un bombo nacido del reciclaje de un balde de pintura y un trozo de pileta de lona. “La música alegra la vida de uno”, piensa.
Su compañero Luciano Nicolás (16) coincide: “Da ánimo para seguir”.
EXPRESIÓN Y EMOCIÓN
“La música los calma”, dice Marisa Gómez. Ella es maestra de piano –nacida en Cruz del Eje, en el norte cordobés– y una apasionada por lo que hace. Habla de todos sus alumnos con cariño. Los describe. Cuenta que los chicos de la escuela especial son perseverantes: no abandonan, buscan y encuentran la forma de tocar.
Eso es precisamente lo que se busca: que estudiantes con o sin discapacidad aprendan no solo a hacer música, sino a vivirla y hacerla propia. “El chico con discapacidad se expresa a través de la música, se emociona, puede decir qué le sucede; se abre mucho cuando escucha determinados géneros o estilos. Trabaja muy bien”, subraya.
Catalina Turco, directora suplente de la escuela Carrea, piensa que las actividades entre escuelas crean vínculos sociales. “Es muy importante que vean que ellos pueden”, subraya.
La sensación es la misma entre las familias. Laura, “mamá del corazón” de Tobías Gómez, alumno del Ricardo Rojas, está convencida de que los chicos se comunican a través de la música.
“Se sienten más seguros, más contentos, con más energía; se liberan de otra forma”, reflexiona. Dice que le emociona ver a dos escuelas juntas, haciendo lo mismo, demostrando que no hay diferencias.
Valeria Peralta, mamá de Celeste, también del secundario común, agrega: “La música les permite expresarse, sacarse lo que tienen adentro”.
UNA APUESTA A LA PAZ
Valentina Marocchi, profesora de Artes Visuales del Ipem, asegura que salir del ámbito cotidiano nutre a los chicos; es un gran aprendizaje. “Compartir con otros es óptimo, porque a veces se relacionan de un modo violento o agresivo”, dice. “Son experiencias que aportan a nivel humano”, agrega.
Marisa Gómez remarca que las vivencias musicales ayudan a comprender el entorno y a adquirir aprendizajes desde lo cognitivo, psicomotor y socioafectivo. Para explicarlo cita a la pianista tucumana y pedagoga musical Violeta Hemsy cuando dice que la música es “energía que moviliza integralmente al ser humano desde la etapa prenatal”. Esta energía, dice la experta fallecida en 2023, tiende a circular libremente en el interior para proyectarse luego a través de las diversas vías de expresión.
Por eso, Gómez plantea que la educación musical es un derecho y que su enseñanza no debe estar reservada a una minoría privilegiada.
“La actividad musical facilita la integración de la persona al grupo en forma casi imperceptible, ya que en ella comparte juegos musicales, cantos, audiciones o ejecuta instrumentos”, plantea.
Esas actividades ayudan a los alumnos a mostrar sus habilidades y al mismo tiempo respetar la participación de los demás.
“Desde la pluralidad se generan la iniciativa, la creatividad y la innovación como garantes de procesos de paz”, asegura la maestra.