La diseñadora correntina volvió al país para desarrollar una marca que revalora las fibras naturales y las técnicas ancestrales y sustentables.
Foto Natasha Ygel
Si no creas tu propia marca, siempre te vas a sentir un poco infeliz”, le dijo un día su mentora parisina, Patricia Lerat, a Maydi después de una larga trayectoria en Europa que combinó puestos de trabajo en marketing, comunicación y desarrollo de producto en marcas de lujo como Sonia Rykiel, Golden Goose e Isabel Marant. La diseñadora de Goya, Corrientes, comenzó su carrera en moda a los 27 años, cuando se fue a Inglaterra a estudiar al London Fashion College. Una década más tarde, María Delicia Abdala-Zolezzi decidió volver a la Argentina luego de una separación amorosa con la convicción de desarrollar una marca de identidad local. En el camino, construyó una marca que pone el eje en la delicadeza y la potencia de las materias primas nacionales –en telar, crochet o a dos agujas–, donde se respira lo autóctono a través de sus morfologías.
“A fines de 2013, y luego de varias entrevistas, me convencí de que no iba a trabajar para ninguna empresa argentina, porque mi cabeza no encajaba allí. Ahí dije ‘¿Qué puedo hacer en mi país?, ¿con qué diferencial contamos?’. Así arrancó la idea de los tejidos, y empecé a investigar sin tener muchos conocimientos sobre las fibras naturales”, comenta la emprendedora de 45 años desde su casa, a través del teléfono. Maydi comenzó a indagar y a caminar las calles de Córdoba y Scalabrini Ortiz, en Buenos Aires, para comprar lana merino y diseñar una colección de accesorios y tejidos de lujo que hoy se venden en Japón, Corea del Sur, Londres, Francia y en todo el país, a través de e-commerce.
- ¿Qué es lo que más valoran de Maydi en el exterior?
En primer lugar, el diseño de mi propuesta. Si bien son prendas y accesorios hechos a mano, son totalmente urbanos y contemporáneos. Se valora la rusticidad de lo hecho a mano, el uso de materias primas de excelencia y una artesanía igual de impecable. Eso es lo que más atrae al público japonés, que compone el 75 por ciento de mi clientela. Son personas de 25 a 50 años que sueñan, un poco, con un mundo mejor y llevan mis piezas con mucha personalidad y estilo. Viajeros, cosmopolitas que se interesan por la cultura y el arte, y le dan valor a lo orgánico y a recuperar las raíces de ese producto.
- ¿Con qué desafíos industriales te encontraste?
Tenemos un gran problema con la materia prima. La Argentina es un país lanero, pero la mayoría de esa lana se exporta, porque, lógicamente, el costo es muy elevado y lamentablemente no tenemos la tecnología para el desarrollo de un producto de excelencia en cuanto al hilado. El año pasado cerró una de las hilanderías más grandes del país. Casi no hay diferencia entre el merino que tenemos y un cashmere. La Argentina necesita que se invierta en innovación y tecnología, y eso me genera una enorme frustración, porque tenemos la materia y la capacidad de vender un producto terminado con mucho valor agregado, pero nos falta un eslabón principal. Por otro lado, existen muchas comunidades y organizaciones que trabajan muy bien en los oficios. Me da una enorme satisfacción que haya personas como el grupo de mujeres con el cual yo trabajo, tan jóvenes, interesadas en el tejido, y que este sea un medio para poder vivir, con salarios justos y dignos.
- ¿Qué enseñanzas te dejó haber trabajado en marcas de lujo en Europa?
Me especialicé en marketing comercial, organizaba los Fashion Weeks, y allí, las citas con los compradores. Me encantó trabajar en el posicionamiento de los productos, y mucho de lo que aprendí se lo debo a la libertad y las herramientas que me dieron para que pudiera desarrollar la parte comercial, que también estaba vinculada a la estética. Conocí buyers de todo el mundo, fui a ferias superimportantes, y eso me dio mucho vuelo, mucha soltura. Uno de mis últimos trabajos fue para la Fédération Français de la Couture de París, con el showroom Designers’ Apartment, que consistía en el desarrollo de marcas made in France; tenía acceso al presidente de la Chambre Syndicale y a figuras muy notables del medio de la moda. Mi carrera ha sido muy rica, muy variada, lo que me dio las herramientas para poder empezar un proyecto propio.
- ¿De qué se trata la certificación Wildlife Friendly que llevan tus prendas?
Las fibras que compro vienen de Abra Pampa, en Jujuy; otras de Mendoza, como la de guanaco, de una cooperativa llamada Payu Mantrú; el mohair, de comunidades en Zapala; y toda la lana Merino®️, de península de Valdés, Chubut, en la Patagonia. Cuento con la certificación de Wildlife Friendly por cómo obtengo la materia, por trabajar con comunidades locales con salarios justos, con científicos del Conicet, y por tener tinturas sustentables hechas en base a plantas y raíces. Claro que esto me brinda cierta reputación que es valorada en el mercado europeo, pero soy yo quien le da mayor importancia a esto. En el caso de Japón, uno pensaría que ya están adelantados en darle valor a lo sustentable, pero no es tan así. Tal vez ahora con la pandemia que estamos atravesando tomen una mayor conciencia.
COLECCIÓN ANDES 2020
“Esta colección tiene que ver con el encuentro con Lucía y Ricardo, una pareja de jujeños de la comunidad vicuñera del Cóndor que me presentó una investigadora de la vicuña y el guanaco del Conicet”, dice la diseñadora apasionada de las fibras naturales acerca de la línea de prendas y accesorios tejidos, confeccionados y teñidos a mano que vende al mundo. Y agrega: “Por eso la llamo Andes, que es un nombre quechua que se usa para describir la salida del sol. La región de Jujuy es maravillosa, hay algo energético en el lugar que me hace sentir en paz”. Mientras Lucía hila la fibra de vicuña a mano, en rueca, el marido produce unos chales a mano que May-di describe como “una maravilla que se tarda dos meses en producir”. Para la próxima temporada de verano planea introducir nuevas prendas confortables para estar dentro de casa y materiales como lino y bambú.