“A fuerza de hacer lo que los instrumentos me dictan, he podido llegar a un mundo sensorial que no puedo describir ni encasillar. La relación con los sonidos es mutua: ellos me sugieren qué hacer con ellos, yo obedezco. Ellos aceptan mis movimientos”, explica Juana Molina sobre el universo sonoro que plasmó en su nuevo álbum, Doga. Y agrega sobre la originalidad de sus creaciones: “Antes creía que hacer canciones que se parecieran a las de otros era una tarea inútil e infructuosa; que para oír esas canciones había que escuchar a aquellos que las habían hecho primero. Me parecía que lo interesante era proponer algo propio. Luego, esa inquietud me llevó a desarrollar mi manera de componer”.
Cuenta que la realización del octavo long play de su carrera le implicó varios años, porque si bien contaba con gran cantidad de composiciones, sentía que no tenía el material suficiente. “Soy muy exigente, sí, lamentablemente. La exigencia es buena, como la autocrítica, pero a veces, en exceso, puede ser contraproducente. Muchas veces no nos damos cuenta de que estamos mirando las cosas a través de una lupa con demasiado aumento”, dice.
Juana es su propia artista exclusiva, pues editó este trabajo con su sello, Sonamos. Sin embargo, asegura que es un hecho que no la modifica: “No me ata ni me libera más”.
- ¿Un disco que recomiendes?
En este minuto se me ocurre The Commercial Album, de The Residents.
Nuevas composiciones, melodías imprevistas, sonidos etéreos y orgánicos, la repetición como estética, la armonía austera y las letras como capas concéntricas. Sonamos/RGS Music
DOGA
