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Acerca de las vacunas

Las vacunas han demostrado ser el recurso alopático más eficaz para la prevención de enfermedades transmisibles. 

Millones de muertes evitadas las convierten incluso en una de las mejores inversiones en salud pública de la historia, ya que las indicaciones no se limitan a la niñez; también pueden y deben vacunarse personas embarazadas, adultos mayores, agentes de salud y pobladores en zonas de riesgo endémico para determinadas afecciones (en nuestro país, fiebre hemorrágica argentina y fiebre amarilla).

Aun siendo herramientas efectivas, seguras y accesibles –cada Estado las provee de manera gratuita–, se repiten brotes de enfermedades infecciosas en diferentes regiones del mundo.

Algunos picos se observaron durante los confinamientos provocados por la pandemia COVID-19; postergaciones comprensibles y gradualmente corregidas.

Otros, en cambio, aparecen en países involucrados en conflictos bélicos, ya que sus estructuras sanitarias están desmanteladas.

No obstante, resulta llamativo un rebrote (de sarampión y rubeola) registrado actualmente en 45 de los 53 países de la comunidad europea, sin guerras vigentes ni pandemia que expliquen el aplazamiento de vacunaciones.

El origen es ubicable 26 años atrás. En 1998, la revista científica The Lancet publicó un artículo que modificaría la consideración de las vacunas en algunos grupos de opinión.

“Las vacunas son una de las mejores inversiones en salud pública de la historia”.

Su autor, el médico inglés Andrew Wakefield, presentaba una limitada serie de 12 niños, 11 de los cuales habían sido vacunados contra sarampión y tenían inflamación intestinal. Sin pruebas verificables, Wakefield sugirió un vínculo causal entre la vacuna triple viral (sarampión, paperas y rubeola) y “problemas gastrointestinales que llevaban a una inflamación en el cerebro y tal vez al autismo” (sic).

La difusión de esta inconsistente idea provocó que bajaran los índices de inmunización en el Reino Unido y más tarde en otros países; y desde entonces sembró la duda que llevó –y lleva– a numerosas familias a postergar o evitar esta y otras vacunas.

Incontables estudios científicos posteriores (y confesiones de los ayudantes de Wakefield acerca de la fragilidad de dicho artículo) desmintieron aquel vínculo.

En 2004 se develó que antes de la publicación en The Lancet, Wakefield había solicitado la patente para una vacuna contra el sarampión que competiría con la triple viral. De inmediato se le retiró el título de médico, calificando su comportamiento como “irresponsable, antiético y engañoso”. The Lancet se retractó del estudio afirmando que las conclusiones eran “totalmente falsas”.

Esa insignificante historia no condice con la desconfianza en el recurso y la consecuente reemergencia de enfermedades infecciosas; sin embargo, ocurrió.

Eficacia y seguridad

Todo medicamento utilizado en seres vivos debe demostrar eficacia y seguridad. La primera consiste en que los beneficios individuales y comunitarios son comprobados de manera inmediata. La seguridad, en tanto, se comprueba cuando dichos beneficios superan eventuales efectos adversos asociados a su administración.

Ninguna falsa creencia o interés sectorial debería exponer a las nuevas generaciones a enfermedades que se creían erradicadas. A revisar el carnet.

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