Durante el aislamiento al que nos obligó la pandemia, la educación resultó gravemente afectada. Son numerosas las investigaciones que describen las serias consecuencias que ha tenido en los niños y los adolescentes, manifestadas en diversos trastornos de la afectividad relacionados con la falta de interacción social. Sin embargo, resulta llamativo el hecho de que no se ponga un énfasis similar en destacar la gravedad que reviste la pérdida de los aprendizajes. Eso refleja, sin duda, el descrédito en el que ha caído el conocimiento concreto en los últimos tiempos. Si bien definimos a nuestra época como la del conocimiento, comprobamos a diario que la emoción triunfa sobre la razón.
La última prueba TIMSS –una investigación internacional sobre el conocimiento en matemática y ciencias de niños de escuela primaria en la que nuestro país no participa y cuyos resultados acaban de conocerse– confirma lo obvio: cuanto más conocimiento relevante es capaz de recordar el estudiante y cuanto más amplio es el espectro de conceptos que comprende, mayor es su capacidad de razonar y de aplicar lo aprendido a resolver problemas. Se trata de una conclusión que responde al sentido común: si alguien no sabe algo, es muy difícil que razone sobre lo que desconoce.
Es precisamente ese sentido común el que ha abandonado a quienes sostienen que es deseable enseñar menos. Por eso no parece prudente reducir los contenidos como hoy pretenden hacer casi todos los sistemas educativos. En Singapur, por ejemplo, donde se lo ha hecho para aligerar la pesada carga de los estudiantes, los padres han reaccionado enviando a sus hijos a academias particulares para brindarles lo que la escuela ya no les da. Ese país lidera el ranking de TIMSS en matemática.
«COMPROBAMOS A DIARIO QUE LA EMOCIÓN TRIUNFA SOBRE LA RAZÓN».
Ese mismo desinterés por el saber concreto es la causa de que en la formación de los futuros docentes se privilegie que “aprendan a enseñar” y que los alumnos “aprendan a aprender” como lo ha señalado recientemente un grupo de destacados profesores universitarios españoles. Eso ha llevado a que –dicen– “los únicos que saben cómo se enseña matemáticas, gramática o historia son los que no saben ni matemáticas, ni gramática, ni historia (pero son, en cambio, expertos en enseñar a enseñar cómo se aprende a aprender)”.
En reiteradas ocasiones sostuvimos que en la escuela siempre se ha aprendido a aprender, con la diferencia de que en tiempos pasados se aprendía a aprender aprendiendo algo concreto, mientras que ahora parece haberse descubierto el secreto de aprender a aprender sin aprender nada. No existe algo tal como “aprender en general” o “enseñar en general”. Solo se puede enseñar algo concreto que, además, se conoce a fondo. La tarea del docente es transmitir a sus alumnos esa pasión que siente por lo que sabe.
Ya atravesábamos una situación calamitosa: en la Argentina, el 72 por ciento de quienes completan la escuela secundaria tienen serias dificultades para resolver simples problemas de matemática en los que entra en juego la capacidad de abstracción. Por eso, haríamos bien en preocuparnos por lo que se ha dejado de aprender durante todo un año y no solo por el evidente daño que esta situación ha generado en la subjetividad de nuestros niños y jóvenes.