Guillermo Jaim Etcheverry
En Twitter: @jaim_etcheverry
En los últimos tiempos, es habitual la publicación de estudios e informes, realizados en los más diversos contextos, relacionados con la penetración de los medios digitales y sus efectos sobre la capacidad de aprender de las nuevas generaciones. A comienzos del nuevo siglo, se planteaba el problema de la “brecha digital”, denominación que se daba a la diferente difusión de esos dispositivos de acuerdo con el nivel socioeconómico (NSE) de las familias. Por entonces, solo el 22 por ciento de los hogares de bajo NSE tenían acceso a la computación, mientras que los de más alto nivel lo hacían en un 86 por ciento. En un estudio de esos años, la OCDE afirmaba: “El primer objetivo es asegurar el acceso para todos al hardware y al software, ya que una de las principales causas de la brecha digital es el abismo que se ha abierto entre hogares, escuelas, comunidades y naciones ricas y pobres en tecnología”.
Pero la velocidad del cambio se ha manifestado también en las posibilidades de acceso a los nuevos medios. Mientras que hoy en los hogares de elevado NSE el 97 por ciento de sus integrantes tiene un smartphone, el 71 por ciento de quienes pertenecen a familias de bajo NSE también lo tiene. Un análisis más detenido de los datos muestra que más del 95 por ciento de los adolescentes son usuarios de smartphones; que más del 45 por ciento de ellos está casi permanentemente conectado y que más del 98 por ciento de los menores de ocho años tiene acceso a un dispositivo móvil.
“La velocidad del cambio se ha manifestado también en las posibilidades de acceso a los nuevos medios”.
Al aumentar las horas diarias de exposición a las pantallas –usadas para la comunicación digital, para ver televisión en sus diversas formas, jugar, participar en las redes sociales o navegar por Internet–, disminuye el bienestar y la salud de los niños. Esto se manifiesta en desórdenes de ansiedad, depresión, desajustes sociales, trastornos de conducta, adicciones, tendencias suicidas, insomnio, etc.
Si bien la brecha digital parece haberse cerrado, se ha generado una nueva brecha, en este caso determinada también por el nivel socioeconómico de las familias: los adolescentes de familias de bajos ingresos pasan un promedio de ocho horas y siete minutos al día usando pantallas para entretenerse, mientras que sus pares de mayores ingresos dedican cinco horas y 42 minutos. Hemos comentado en una oportunidad anterior que los padres de Silicon Valley, cuna de la tecnología contemporánea, tratan de proteger a sus hijos de los que advierten como preocupantes efectos dañinos de esos avances. Comprobaciones como esa han llevado a expertos como Nellie Bowles a afirmar: “Es posible que los hijos de los más pobres sean educados en el futuro por pantallas digitales, mientras que los de la élite volverán a los juguetes de madera y al lujo de la interacción con seres humanos”.
El psicólogo Richard Freed, autor de El niño conectado, un libro sobre los efectos de las pantallas en los chicos, se preocupa por la forma en que los psicólogos que trabajan para las empresas de tecnología hacen que esas herramientas resulten fenomenalmente adictivas, ya que muchos son expertos en el diseño persuasivo, es decir, en la manera de influir en el comportamiento humano por medio de las pantallas.
Señales de alerta que surgen en todo el mundo y a las que es necesario prestar creciente atención.