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Pantallas (II)

Continuando con el comentario acerca del interés que se observa en todo el mundo por determinar el posible efecto nocivo de la exposición precoz de los niños a las pantallas que constituyen nuestro entorno cotidiano, resulta sugestivo un hecho que ha vuelto a registrarse en la prensa. Se trata de la decisión de los directivos de las compañías responsables de la creación e introducción de la tecnología, de enviar a sus hijos a escuelas en las que no se recurre al uso de pantallas hasta que los alumnos encaran sus estudios secundarios. En una reciente nota periodística, Pablo Guimón señala que en las escuelas a las que asisten esos niños, en el corazón de Silicon Valley, no hay nada que “pudiera desentonar con los recuerdos escolares de un adulto que asistió al colegio el siglo pasado”: tizas, papeles, libros. Nada que haya salido de una impresora.
En ese artículo se recoge la opinión de Pierre Laurent, un ingeniero que trabajó en Microsoft: “Lo que detona el aprendizaje es la emoción, y son los humanos los que producen esa emoción, no las máquinas. La creatividad es algo esencialmente humano. Si le pones una pantalla a un niño pequeño, limitas sus habilidades motoras, su tendencia a expandirse, su capacidad de concentración. No hay muchas certezas en todo esto. Tendremos las respuestas en 15 años, cuando estos niños sean adultos. ¿Pero queremos asumir el riesgo?”.

“Máximos exponentes de la era tecnológica comentaron que preservan a sus hijos de esa adicción“.

Muchos de estos padres que comprenden la tecnología quieren alejar a sus hijos del riesgo de adicción que hoy preocupa mundialmente. En diversas oportunidades, los máximos exponentes de la era tecnológica señalaron su preocupación y comentaron que preservan a sus hijos de esa adicción. La obsesión ha llegado al extremo de que, en las comunidades dedicadas a la tecnología, los padres prohíben a las niñeras el uso de teléfonos celulares. Un antiguo director de la revista Wired hizo a este respecto una afirmación dramática: “En la escala entre los caramelos y el crack, esto está más cerca del crack”. Las aplicaciones actuales están diseñadas para que el usuario pase el mayor tiempo posible frente a la pantalla, porque de allí se extraen datos que luego se comercializan y se difunde publicidad. Es la moderna “economía de la atención” sobre la que se están publicando decenas de libros y trabajos científicos.
Hasta no hace mucho tiempo, preocupaba la existencia de una brecha que separaba a los chicos de las clases más favorecidas de los más pobres en el acceso a la tecnología. En la actualidad se ha invertido la situación: según un estudio reciente, en los EE.UU. los adolescentes de hogares con menores ingresos pasan frente a las pantallas casi tres horas más por día que los que pertenecen a familias de mayores ingresos. Estas familias logran que sus hijos dediquen menos tiempo a las pantallas, algo que las de menores ingresos no consiguen.
Las percepciones que comentamos –y que como señalamos en una oportunidad anterior motivaron llamados de atención de diversas organizaciones internacionales a las que se han unido recientemente los gobiernos de China y de India– han comenzado a preocupar a la propia industria de la tecnología, que se está planteando los aspectos éticos vinculados al impacto de sus desarrollos.

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