Aunque es sano, natural y tiene poco impacto ambiental comparado con otras carnes, hay cuestiones por considerar para su mejor aprovechamiento ecológico.
Foto Mark Royo Celano
Corría el año 2010, y la Fundación Vida Silvestre Argentina (FVS) se zambullía de lleno en su campaña “Medí tu compromiso con la merluza”, con el objetivo de crear conciencia entre los consumidores en relación a la amenaza que se cernía sobre esta especie, y de desincentivar el consumo de los ejemplares más jóvenes.
Diez años después, la manera en que consumimos pescado sigue siendo una preocupación para el ambiente. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 90 por ciento de la pesca en el mundo está sobreexplotada. A la sobrepesca se suman, además, otras preocupaciones, como el deterioro de los hábitats naturales, la acidificación de las aguas, la construcción costera, la producción de energía y la contaminación.
Aun así, la mayoría de los tipos de pescado produce una huella de carbono menor por kilogramo de proteína que cualquier alternativa terrestre, como la carne de vaca o de cordero. Según la Universidad de Columbia Británica en Vancouver, la pesca representa solo el 4 por ciento de la producción mundial de gases de efecto invernadero de la ganadería y la agricultura.
EN LA PESCADERÍA
Para un consumo sustentable de pescado es necesario conocer, en primer lugar, qué especies están en peligro y con cuáles conviene suplantarlas. El biólogo marino Andrés Milessi, en un webinario del Foro para la Conservación del Mar Patagónico y Áreas de Influencia, mencionó algunas que son afectadas por la sobrepesca en la región: la merluza común, la corvina, la pescadilla y el tiburón gatuzo. Y destacó la gran diversidad que hay en la zona común de pesca argentino-uruguaya.
“Si uno va a cualquier pescadería de Argentina o de Uruguay, quizás vea, a lo sumo, unas diez, doce, trece especies. Pero no sabe que hay más de cien que son desembarcadas en nuestros puertos. A veces la oferta que tenemos es muy escasa, y vamos a especies tradicionales, las cuales tienen problemas de conservación”, expuso.
El biólogo no recomienda consumir ni salmón rosado ni pangasius, ambos peces de cultivo. Milessi asegura que al comer salmón rosado se “están consumiendo hormonas, colorantes, muchas sustancias como antibióticos que son incorporados a nuestro organismo”, y además, su producción tiene un impacto ambiental negativo. En su lugar, recomienda el salmón blanco local, el lenguado o el bagre marino, también conocido como mochuelo.
“Evitemos los productos importados como el atún. Hay que promover el consumo interno de pescado, diversificando las especies. Hay algunas muy sabrosas, como la corvina, la pescadilla, el pez palo, la palometa o el mero”, coincide Guillermo Cañete, responsable del Programa Marino de la FVS. Otras opciones que recomiendan los especialistas son la anchoa de banco, la chernia y el ajo real o pez palo.
Pero además de elegir nuevas especies, hay que tener en cuenta la época del año en que se consumen y el tamaño de los filetes. En la zona común de pesca argentino-uruguaya hay tallas mínimas legales para diferentes especies que definen en qué momento el pez ya adquirió su madurez y pudo haberse reproducido. Por ejemplo, en el caso de la merluza, no conviene comprar filetes de menos de 25 centímetros. La corvina debe tener por lo menos 32 centímetros; y la pescadilla y los pejerreyes, 30.
MENOS DESPERDICIO
“Necesitamos urgentemente pensar qué hacemos con los recursos. El mercado interno, si se desarrolla, podría ayudar a sostener o compensar los problemas de las exportaciones. Lo que se necesita es, más que nunca, ponerse a pensar –los actores de la pesca y las autoridades– en reordenar esto”, resume Cañete.
En la Argentina, hasta hace poco la pesca estaba económicamente sostenida por el langostino de exportación, que se había llevado el foco del mercado por su abundancia y buenos precios. Respondiendo a elevados costos internos, la pesca de merluza se empezó a concentrar en buques congeladores que procesan a bordo y exportan directamente el producto.
“Eso generó en Mar del Plata una desocupación enorme”, relata Cañete. Luego, los langostinos comenzaron a presentar problemas biológicos. A este panorama le siguió la pandemia, que tachó del mapa mercados centrales del langostino como España.
Actualmente FVS está trabajando con la Asociación de Embarcaciones de Pesca Costera de Mar del Plata y el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero para reducir el descarte, la práctica de devolver al mar los peces capturados no deseados.
“La pesquería de langostino, por ejemplo, ha llegado a descartar 40.000 toneladas o más de merluza. El descarte también se produce porque hay mucho pescado y no alcanzan a procesarlo todo, o porque la acumulación genera aplastamiento y los peces pierden calidad. Hay prácticas a bordo de poco cuidado, y una cultura desarrollada que ha naturalizado la posibilidad de hacer descarte”, señala.
La pesca sustentable propone usar dispositivos que permitan pescar menor cantidad de peces de mayor calidad, capturando solo determinado tamaño o especie, y evitando que otras sufran en el proceso. Las redes de arrastre, por ejemplo, son las herramientas menos selectivas, porque atrapan todo lo que está a su alcance. Por el contrario, se están promoviendo jaulas y redes con dispositivos mejorados que permiten el escape de individuos que no son la pesca objetivo. Pero el descarte no es solamente un problema técnico. Para incorporar estos nuevos dispositivos hay que invertir y estar dispuesto a perder volumen de captura, un punto con el que las empresas no suelen estar de acuerdo.
Por su parte, los mercados del exterior exigen que los productos tengan trazabilidad, lo que obliga a tener sistemas de registro de las capturas y los embarques. Todavía en la Argentina, los principales pescados que se consumen no cuentan con un sello de pesca sustentable. “La Argentina va a tener que trabajar bastante para poder vender productos que sean trazables”, resume Cañete.
EL IMPACTO ACÚSTICO
A la sobrepesca y el deterioro de los hábitats naturales se suman nuevas amenazas para los mamíferos marinos y peces: la perforación petrolera, el transporte marítimo y las pruebas sísmicas.
“Al menos el 25 por ciento de los peces son afectados por las exploraciones sísmicas. Son grandes detonaciones de unos 250 decibeles que pueden producir colapsos instantáneos”, denuncia Rodrigo García Píngaro, de la Organización para la Conservación de Cetáceos y defensor del Santuario de Ballenas y Delfines de Uruguay.