Las plantas nativas de cada región son indispensables para la preservación de hábitats que puedan alojar a la fauna local. Quiénes y cómo las protegen.
Infografías Marcelo Regalado
Mucha gente no sabe que la mayoría de los árboles que se ven en su ciudad no son originarios de esa región. Probablemente ni siquiera de ese país.
“La flora nativa es la que apareció en el planeta antes de la intervención del hombre. Y fue evolucionando con los animales”, explica a Convivimos Evelina Hernández Roque, miembro del Grupo Árboles Nativos (GAN) de Aves Argentinas, que desde 1999 promueve el cultivo de plantas propias de cada región a través de talleres y charlas de difusión, salidas de campo y otras actividades.
Las especies nativas están en las raíces de nuestra historia y de nuestra cultura. El Talar de Pacheco (Buenos Aires), Los Sauces (Córdoba), El Ceibo (Santa Fe), El Ombú (Entre Ríos), Los Lapachos (Jujuy) son solo algunas de las muchas ciudades que llevan el nombre de nuestra flora. Numerosas canciones hacen alusión a nuestros árboles y flores; también cuentos y poesías.
“Muchos saben que el ceibo es la flor nacional, pero no conocen la flor provincial. Nuestra flora es muy valorada en Europa y nosotros no le prestamos tanta atención”, señala Hernández Roque.
Pero el valor de las plantas nativas trasciende el ser parte de nuestra identidad. Estas especies ayudan a mantener el ecosistema de cada región al estar intrínsecamente relacionadas con la fauna del lugar.
“Son miles y miles de años de evolución conjunta. Las aves están adaptadas a ciertos frutos. Hay mariposas que han evolucionado para poder alimentarse de una sola planta; y si no está esa planta, no está esa mariposa. Cada planta tiene su polinizador, le da refugio, le da alimento a un montón de habitantes que no vemos. Si no hay flora nativa, se pierde la biodiversidad de cada lugar”, detalla Hernández Roque.
POCOS CEIBOS
Cuando Buenos Aires se empezó a urbanizar, se planificó principalmente con árboles exóticos como paraísos, fresnos, eucaliptos y tilos. Se buscaron especímenes de altura y copa grande, como los que se usaban en Europa. Nuestra flora nativa tiende a ser más baja y achaparrada, menos prolija y a veces con espinas o frutos, que podrían ensuciar las veredas.
“En Buenos Aires tenemos un montón de árboles de la Argentina que no son de esta ecorregión, como los jacarandás, pero se adaptaron muy bien. El paisajista [Carlos] Thays recorrió el país, se enamoró de árboles argentinos y fue trayéndolos”, relata Hernández Roque. Según un estudio de 2014 del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, las 40 especies de árboles nativos de esa zona constituyen menos del uno por ciento del total.
Y hace una mención especial a la flor nacional: “En arbolado público no hay ceibos, porque la flor la podés pisar y te podés caer. Hay un montón de árboles que tranquilamente podrían ser reemplazados por un ceibo o por otra especie. Hay muy pocos ceibos, hay poco de todo lo nativo porque ya no hay lugares naturales de grandes dimensiones donde no construyan”.
“Se hace un uso abusivo de los recursos y la reposición es muchísimo más lenta”.
Evelina Hernández Roque
El ceibo fue declarado la flor nacional en 1943, pero ya en ese momento era referencia de nuestro país en Europa y el resto de América. Fue la preferida en encuestas a lo largo de todo el territorio y distinguida por sus características botánicas, artísticas e históricas. Forma parte de leyendas de nuestros pueblos originarios. Una en particular habla de una joven guaraní que al ser quemada a orillas del Paraná por los conquistadores se convirtió en árbol de hojas verdes relucientes y flores rojas aterciopeladas.
Los árboles exóticos compiten con las especies locales. A veces proliferan y se generan plagas de plantas que no tienen controladores biológicos, como ocurre con el lirio amarillo y los ricinos, en detrimento de la flora nativa.
“El uso de plantas exóticas en la Argentina es un grave problema. Eso generó que muchas de las especies nativas se encuentren amenazadas. Sumado al desconocimiento y el estar categorizadas como yuyos”, expresa Candela Castro, colaboradora en la iniciativa Biocorredores para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de la Universidad de Belgrano (UB).
“Una sola especie de árboles puede albergar un mundo adentro. Tenemos el tala, que era muy abundante en nuestra región, que tiene asociado más de 60 interacciones entre pequeños roedores, mariposas, insectos, un montón de pájaros. Eso es lo que se pierde cuando un árbol es exótico”, aporta Hernández Roque. Lo mismo pasa en un jardín nativo. O en un bosque.
Unos 13 millones de hectáreas de bosques nativos del mundo desaparecen por año y con ellos el 65 por ciento de la diversidad biológica terrestre, junto con la protección a las fuentes de agua y suelo, la prevención de inundaciones y la capacidad de absorción de dióxido de carbono que ellos tienen, según Fundación Vida Silvestre (FVS).
En nuestro país, esta organización denuncia la deforestación, impulsada por el avance de la frontera agropecuaria y el crecimiento urbano, que no solo ocasiona la pérdida de los bosques, sino un proceso continuo de degradación de los que quedan en pie. A la sobreexplotación de especies y las invasoras, se suman otros males como la contaminación, las enfermedades y el cambio climático.
En la Argentina hay 53 millones de hectáreas de bosques nativos con más de 600 especies de árboles. Están el quebracho colorado y blanco, lapacho y algarrobo en el Bosque Chaqueño; lapacho, incienso, pino, viraró, palo rosa, guatambú, cedro misionero en la Selva Misionera; cedro, palo santo, jacarandá y petiribí en la Selva Tucumano-boliviana; pehuén y alerce en el Bosque Andino-Patagónico; y algarrobo y sauce en el monte, algarrobo, ñandubay y caldén en el Espinal.
“El tema es que se desmonta y después ese árbol tarda muchísimo en crecer, 100, 150 años”, denuncia Hernández Roque haciendo particular alusión al quebracho, y continúa: “Se hace un uso abusivo de los recursos, y la reposición es muchísimo más lenta”.
EL DESPERTAR
“Hay un despertar, hay muchísima gente que está trabajando con nativas”, asegura Eduardo Haene, profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UB, y autor de los libros 100 árboles argentinos y 100 flores argentinas.
Uno de esos colectivos es la Red de Viveros de Plantas Nativas (Revina), que pone en contacto a viveros comerciales, áreas protegidas, municipios, ONG, paisajistas, educadores, investigadores y aficionados de las plantas. Otros grandes impulsores son los clubes de observadores de aves, nucleados en Aves Argentinas.
“En la década del 80 y 90 hubo pioneros que explicaron el valor de las plantas nativas. Esas y otras acciones más generaron camadas de gente que en los últimos cuatro años crecieron enormemente por la cantidad de personas que están haciendo jardinería con plantas nativas”, cuenta Haene.
Hay viveros comerciales de plantas nativas, bancos de semillas y muchos municipios y algunos barrios privados que están prefiriéndolas al momento de diseñar arbolado. La ciudad de Buenos Aires es uno de los distritos que recientemente emprendió varios proyectos con plantas nativas, como el Paseo del Bajo.
“El Paseo del Bajo también ‘inundó’ el uso de plantas nativas en plazas vecinas, como en la Juan Domingo Perón, que está al lado de la Aduana. Otro caso es la plaza Clemente, en Coghlan”, detalla Haene y menciona también el emprendimiento de la Facultad de Agronomía de la UBA con canteros en el campus universitario.
“El uso de plantas exóticas en la Argentina es un grave problema. Eso generó que muchas de las especies nativas se encuentren amenazadas”.
Candela Castro
Esta realidad se repite en gran parte del país. La Municipalidad de Santa Fe usó principalmente árboles nativos en su plan de arbolado y tiene un vivero de especies nativas. La Municipalidad de San Luis también avanzó en este sentido, y en lugares clave de los municipios, como la Administración de Parques Nacionales en Bariloche, se están viendo jardines con plantas nativas.
Más allá de estos emprendimientos, los especialistas coinciden en que todavía hay camino por recorrer. Si bien existen leyes y programas que protegen a nuestras especies, como el Plan Nacional de Restauración de Bosques Nativos, parecen insuficientes o no siempre se cumplen de forma efectiva.
“El tema de las nativas está inserto en un montón de programas, como la Ley de Bosques, pero no se encuentra muy metido a nivel nacional a escala de promoverlo en municipios todavía. Tenemos que acelerar ese proceso que ya arrancó con la gente”, concluye Haene.