En el escenario es un torbellino que arrasa con todo, una fuerza natural que impone su energía, a la vez que se alimenta de la del resto. Conforma junto a su banda y el público una masa que, al mismo tiempo, es compacta y maleable. Una criatura viva que respira y se mueve gracias a sus canciones, la excusa para que el encuentro sea posible. Poderosa, épica y fantástica, conduce la situación permitiéndose, a su vez, ser modificada por la experiencia.
Marina Fages construyó una obra sólida a lo largo de más de una década, desde que se animó a dar un paso al frente y dedicarse también a la música. Ya llevaba un tiempo, para entonces, asumiendo su rol de artista plástica. En cuanto encontró el valor para enfrentar su timidez, avanzó con las dos facetas, siempre guiada por un deseo sostenido: “Eso es para mí el capricho, que no es una mala palabra. Soy muy caprichosa y, cuando quiero algo, intento hacerlo como pueda”, explica.
Enfundada en la camiseta de San Telmo, el club del barrio en el que vive, su pequeña república, recibe a Convivimos en la sala donde ensaya junto a su banda para lo que viene: toca el sábado 22 de febrero en Liverpool Club, en la ciudad de Buenos Aires, en abril girará por Europa y en mayo por Estados Unidos, para volver en junio con un show de presentación de un vinilo que edita junto al sello Psyched! Records, de San Francisco. “Son algunas cosas raras nuevas, todavía ni siquiera le pusimos nombre”, es todo lo que dirá sobre este lanzamiento. Sobre un futuro disco para el que compone canciones desde hace un tiempo, no será mucho más lo que agregue: “Estoy yendo definitivamente al hardcore punk. Trata mucho de las emociones incontrolables”.
Con una antena siempre dispuesta a los estímulos, desde muy chica es una ávida observadora y oyente. Absorbe toda la información posible y luego, cuando aquello toma alguna forma o adquiere la fuerza del impulso, lo traslada a un dibujo o a una canción.
- De muy chica, copiaba sonidos y trataba de dibujar. La música pasó mucho más tarde.
En algún momento, en la escuela tuvimos un profesor de música que nos hizo componer una canción por primera vez. Yo nunca lo había intentado, solamente copiaba cosas que escuchaba. En cuarto grado, creo que fue. El profesor dijo “Hagan una canción” y yo le puse melodía a la poesía de una amiga. Esa fue la primera canción que hice, a los nueve o diez años. Después nos hizo tocarlas para todo el curso y me encantó, fue increíble. Siendo parte de un grupo, medio atrás, me sentía muy cómoda. Me llevó mucho tiempo ponerme adelante.
- ¿Cómo fue ese proceso?
Fue muy de a poco. Mis amigas me decían “Tus canciones están re buenas, tenés que salir a tocarlas”. Pero también me pasaba que desde chica sabía que esa instancia de compartir me llenaba de felicidad. Me costaba mucho llegar hasta ese punto, o estaba muy cómoda en un lugar como un coro, porque era parte de un grupo, no estaba específicamente yo llamando la atención. Yo temblaba tocando frente a mi familia. A veces, me daba tanto miedo que tenía ganas de vomitar. Con la pintura no me pasó. Es como que está la pintura ahí, la gente acá y yo atrás. Yo estoy viendo a la gente mirar mi pintura. Nadie sabe quién soy, la pintura está ahí sola. Pensaba demasiado, o me daba miedo la exposición. Era muy tímida. Lo sigo siendo, igual, pero tengo más confianza. Hacer música me encanta, y mucho más cuando veo que hay gente a la que le encanta. Es una retroalimentación que no tiene límite, es súper hermoso.
- ¿Disfrutás de pintar tanto como de tocar?
No sé, pintar a veces se convierte en algo rutinario porque cierto tipo de cosas que hago llevan mucho tiempo. Entonces, para llegar a una cosa acabada, que me guste, necesito muchas horas, muchos días, y a veces meses, de laburo. Se convierte en un laburo al que hay que dedicarle tantas horas. A veces encaro y empiezo a pintar temprano re contenta, escucho música; y otras veces pienso “Quiero hacer otra cosa”. Ensayar, en cambio, me encanta. Tocar me gusta, en el escenario y con las chicas en el ensayo. Para mí son casi igual de divertidas las dos situaciones. Con el público es muy divertido porque todo lo que pasa ahí es muy explosivo, y con las chicas hacemos chistes, después vamos a comer. Me encanta ensayar. De repente, la situación de la música es mucho más compartida y, por lo menos en este momento de mi vida estoy valorando mucho compartir. Por ahí, porque estoy pasando mucho tiempo sola y, cuando estoy con otras personas, está buenísimo. También hay épocas en las que estoy más para adentro y no quiero hablar con nadie. Después de estar con mucha gente mucho rato necesito uno o dos días de no ver a nadie.
- ¿Y cuándo componés? ¿Cómo es?
La parte de la composición es parecida a pintar. La composición en sí la voy haciendo erráticamente, de a cachitos, en ratos que tengo. Agarro la guitarra, anoto una cosita más y, de repente, estoy en otra situación y se me ocurre una palabra que puede ir en esa melodía. A veces, directamente me siento y lo laburo, pero muy poco rato. La parte de la composición es muy errática e inmanejable, pero la parte de grabación de un disco tiene más disciplina, más como pintar o preparar una muestra. Básicamente, es como preparar una muestra, porque si todavía no tengo muchas cosas pintadas, es pensar un concepto global y hacer que todas estas piezas tengan relación entre sí, que tengan un diálogo, que puedas ver todo este conjunto y que sea distinto a ver solamente una obra. Que sea un conjunto de obras que arman una atmósfera o un espacio. Un disco es lo mismo: son canciones distintas que, en la sucesión, tienen un relato. Es generar un mundo, y todas esas canciones son distintos cuadros que forman esa atmósfera. Me encanta elaborar el concepto de un disco.
- ¿Autogestión?
Ser artista autogestivo no es tan fácil. Soy muy caprichosa. Cuando quiero algo, intento hacerlo como puedo. Me llevó muchos años, trabajé de muchas cosas, hice muchos tipos de changas distintos con tal de no tener un trabajo de lunes a viernes. Lo intenté y me di cuenta de que era la peor persona del mundo para hacerlo, era muy infeliz y no podía hacerlo bien. Lo veo como una incapacidad. Por eso elegí esta vida. Soy una persona que piensa demasiado las cosas y que busca soluciones todo el tiempo, y sé que hay muchas formas correctas de hacerlas. Sé qué algunas cosas podría hacerlas de otra forma y quizá me saldría todo mucho mejor, pero ahí está mi capricho: yo no quiero hacer cosas que me hagan pensar ¿Por qué estoy acá? ¿Por qué estoy haciendo esto?.
- ¿Eso hace difícil delegar o trabajar con otros?
No creo. Para mí, capricho no es una mala palabra. Es un deseo sostenido y, obviamente, podés ser mala persona y buena persona. Si sos buena persona y tenés un capricho, no vas a molestar a los demás con tu capricho. Tengo ganas de hacer esto, pero hay límites.
- Entre las decisiones que tomás, está la de formar bandas compuestas por mujeres cada vez que te es posible, ¿no?
No soy buena, a veces, con las palabras. Obviamente, tengo mi posición política y las cosas que pienso, pero a veces creo que soy mucho mejor con actos y solamente mostrando lo que hago. Me parece que tener banda de chicas dice mucho más que cualquier cosa que yo pueda decir con palabras y, si voy a darle trabajo hoy a alguien en mi escenario, voy a elegir a una música, por un montón de cosas que te podés imaginar y que pueden leer en todos lados. Más allá de eso, también descubrí que la dinámica de estar en grupos con chicas es muy divertida, tenemos muchos chistes y es como estar en la escuela. No descarto, igual, tocar con chicos. De hecho, a veces me voy de gira y capaz no puedo conseguir toda banda de chicas porque no conozco tanta gente y tengo que tocar con músicos de otros países. Acá, en Argentina, sobre todo, me encanta que seamos todas mujeres en el escenario porque me parece que eso dice algo por sí mismo.