back to top

MURIEL SANTA ANA: “ME GUSTA ESTAR POR FUERA DE LO ESTABLECIDO”

La actuación y el arte siempre estuvieron presentes en su hogar. Ahí forjó una vocación que mantiene viva a cada instante, preguntándose a sí misma cuán presente estuvo en cada momento, alimentando una llama que brilla con la misma intensidad.
La actuación y el arte siempre estuvieron presentes en su hogar. Ahí forjó una vocación que mantiene viva a cada instante, preguntándose a sí misma cuán presente estuvo en cada momento, alimentando una llama que brilla con la misma intensidad.

Antes de salir a escena, el terror se expande en ella. La posibilidad de la falla, el olvido de un texto largo, la amenaza del error que tire por la borda un trabajo colectivo y el desastre latente la observan a los ojos. Pero aquello no la paraliza. Avanza hasta que consigue sacudírselo, porque sabe que hay una promesa mayor, una recompensa inigualable que la espera: la belleza. Cada paso adelante la acerca, le permite tocarla, sumergirse, ser transformada por ella, y por eso avanza con convicción y entusiasmo.

Podría decirse, simplificando, que Muriel Santa Ana heredó la profesión, porque aprendió a amarla primero de forma indirecta, como testigo de lo que le provocaba a su padre, y por el contacto con el entorno en el que él se movía. Pero no se puede sentir amor con un corazón ajeno, y la vocación que en ella habitaba necesitó que se implicara en el camino, que se atreviera a explorar zonas desconocidas en busca de algo que no sabía precisar y, aun así, deseaba encontrar. De la mano de maestros, y luego de décadas de oficio, lo que ejerce no es una profesión, sino un modo de pararse en el mundo. “La pregunta por la llamada ‘vocación’ se me actualiza cada tanto. No tengo una sola respuesta, y con los años miro todo de maneras diferentes. Hoy podría decir que toda la vida fui actriz. Si me lo preguntaban hace diez años, no habría dicho esto. Es evidente que estaba destinada y que es mi vocación, aunque yo durante muchos años dije que nunca sentí la vocación fuertísima, sino que me fui haciendo en la medida de mis intereses y mi curiosidad, hasta que se volvió serio. Hoy ya no diría eso, sino que siempre lo fui, y qué suerte que le di bola a eso, porque siempre estuvo en mí. No es que estaba para otra cosa y de golpe me puse a estudiar teatro”, reflexiona.

Muriel Santa Ana (Foto: Alejandra López).
  • De chica, de hecho, ya hacías giras con tu papá, ¿qué sentías en esos momentos?

Hacía algunas giras, sí, también con mi hermana. Lo acompañaba mucho. Hija de actor, mimada, haciendo vida de grande, con los compañeros, las compañeras… Salíamos a comer, viajábamos, era una vida bohemia. Cuando era chica y me preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, decía “bohemia”. Y creo que lo logré. Me gusta la bohemia, que para mí tiene que ver con no estar muy adentro de los estándares. Es más bien estar por fuera de lo establecido.

  • En ese camino, más de una vez señalaste la importancia de los maestros…

Sí, por supuesto. Mi papá decía que la categoría de maestro no se la gana cualquiera, que es una categoría humana y que uno a los maestros no los olvida. Sobre todo, reconozco como maestros míos a aquellos que pudieron ver mis zonas cómodas, de mis debilidades hacer fortalezas y ponerme límites. Aquellos que se metieron conmigo. Yo cuando era joven era un poco solemne, que es lo peor que se puede ser. Por suerte, los maestros Agustín Alezzo, Rubén Szuchmacher, Guillermo Angelelli, Augusto Fernández y Juan Carlos Gené me sacudieron la solemnidad. Si sos solemne, no llegás a nada interesante. Por suerte, rápidamente me dieron unos buenos sopapos y me sacaron de esos lugares. Me empecé a divertir. Uno va a buscar algo a las clases de teatro, tiene una necesidad de indagar algo que no sabe muy bien qué es, y un buen maestro es aquel que puede descubrir eso. Trata de tomar lo que ponés en juego en una clase y, si tenés algún talento, señalártelo y trabajar con eso. Que no abandones ese trabajo de autoconocimiento, sobre todo. Porque el trabajo del actor es un trabajo infinito de autoconocimiento.

  • ¿Esa búsqueda se vuelve verbal en algún momento? ¿O siempre es más intuitiva, de sensaciones?

Sí, yo creo que es importante que se vuelva articulada, que uno pueda expresarse. Depende en qué tipo de lugar estás, con qué tipo de maestros, las dinámicas. Tengo 56 años y no me siento nada vieja, pero sí grande, y me gusta esa sensación, porque me vino una tranquilidad de ciertas cosas, de lo hecho. No me siento con la misma energía, pero creo que la que tengo es incluso mejor. Estoy más tranquila y no estoy tan preocupada por agradar o por ser querida, que es algo que a todos nos pasa. Pertenece a un momento de la vida el ser aceptado en una comunidad, todos queremos ser parte y que esa comunidad se identifique con uno. Será que ya me siento parte y me pude entregar a otras cosas.

Hace unos tres años, uno de sus maestros, Rubén Szuchmacher, se acercó a Muriel con una propuesta que la sacudió: ser parte de una nueva puesta de La gaviota, el clásico de Antón Chéjov. “¿Qué es este regalo?”, pensó ella, aunque debió moderar su entusiasmo mientras la idea seguía su curso y el proyecto adquiría forma. Finalmente, la obra se estrenará en el Teatro San Martín en septiembre, y ya desde mediados del año pasado comenzó la preproducción. Muriel fue invitada por Szuchmacher a ser parte del proceso creativo y de selección de actores y actrices. “Estoy acompañándolo, y él a mí. Yo más que nada escucho y voy absorbiendo todo lo que pueda. Rubén es una persona muy importante en mi vida, es alguien a quien no solamente quiero, sino que me interesa lo que le pasa y lo que piensa. Tomo esta oportunidad como un regalo que me hace y, de alguna manera, él lo manifestó así. Hicimos un trabajo impresionante con la convocatoria para elegir cuatro jóvenes para algunos roles. Nunca había estado en un comité de selección, y es un trabajo que no sé si quiero volver a hacer. Tengo un nivel alto de empatía con los actores, y me cuesta un poco. Se presentaron 500 postulantes, de los que quedaron seleccionados primero 32 y, luego de un taller, se eligieron los cuatro”.

Muriel Santa Ana (Foto: Alejandra López).
  • ¿Te dolía tener que filtrar postulantes?

Sí, porque puedo ver más allá de lo que hacen. Puedo ver sus energías, sus miedos. Me veo a mí misma, veo a mis amigos y a mis amigas actrices. Me encontré con ese universo de 500 jóvenes, viéndolos por Zoom en audiciones de dos, tres o cuatro minutos. Fue un trabajo agotador para mí desde todo punto de vista, y emocionalmente también. Yo quería darles oportunidad a todos. No lo había hecho nunca y aprendí y me curtí. Es muy interesante, porque notás esos talentos que ya están ahí o tienen una potencialidad. Lo que reconozco es un gran talento en todo ese universo, y mucha formación a pesar de la corta edad. Ves que alguien no está para ingresar al taller, pero prontamente va a poder, porque quizá le falte una madurez expresiva, pero le reconocés que está en un camino. Cuando lo reconocés, te dan ganas de decirle “Ay, que venga”, pero hay otros que ya están listos. Por su propia naturaleza tal vez, porque el talento es algo muy raro.

“El trabajo del actor es un trabajo infinito de autoconocimiento”.

Cuando Muriel llegaba a casa después de una jornada de actuación, su papá la esperaba con una pregunta en apariencia simple, pero que indagaba más allá: “¿Trabajaste bien?”. Era una invitación a reflexionar sobre el desempeño del día, sobre la vocación y la presencia en cada instante. “Era una pregunta profunda, verdadera, no era un automatismo, como cuando le preguntás a alguien si está todo bien al saludarlo. Era si trabajaste bien para vos misma, para tus valores, tus estándares, tus objetivos, aquello que te proponés función a función. Sobre todo, me la hacía cuando trabajé en La vida es sueño, en el San Martín. Recuerdo que no hubo noche en la que yo, en patas, por salir en cada escena –ni hablar en el monólogo final–, no estuviera en un estado de terror absoluto. Es el monólogo más largo del teatro universal escrito para un personaje femenino, y duraba diez minutos. A veces, pienso en eso y digo ‘¿Cómo pude trabajar con eso?’. Tenía una fuerza y una ambición enormes. Esa palabra tiene una carga negativa, pero no es una fea palabra. Entonces, si trabajaste bien es si hiciste todo lo que pudiste y todo lo que te propusiste, si por lo menos te pusiste en camino de cumplirlo. Después, el perfeccionismo nos paraliza, no sirve para nada, es una cagada, pero ¿pusiste la vara alta e hiciste todo? Eso es trabajar bien. No importa si después te equivocaste, si algo salió de esa esfera de cierto control que uno puede tener”, cuenta.

  • ¿Te seguís haciendo esa pregunta?

Sí, porque está en mi ADN y en el de mi hermana. Forma parte de nosotras, de la familia. Mi papá y mi mamá ya no están, pero eran iguales. Venimos de esas ideas sobre la vida, sobre el teatro, sobre el compromiso con las cosas. Me interesa mantener la llama encendida. Es reimportante tener ese espacio interno donde guardar y proteger aquello bien puro que no está domado y donde podés volver todo el tiempo cuando estás muy alienado. 

  • ¿Aquel terror es parte de sentir emociones fuertes ante el trabajo?

No debe haber actor o actriz que diga que no tiene miedo. No puede no darte miedo el escenario. En un escenario se ve todo. El miedo forma parte, es imposible no tenerlo. Pienso que cada vez estoy más grande y tengo más miedo, porque soy más consciente de lo que me espera. Durante esa hora y media, dos horas, pienso que estoy loca. “Esto es una vida demente. Estamos todos dementes”, me digo.

Muriel Santa Ana (Foto: Alejandra López).
  • Entonces, ¿por qué exponerse?

Porque hay una adicción a ese estado, a esa adrenalina. Y por la belleza. Te exponés a actuar por la belleza. Por la dicha de decir esas palabras divinas o la posibilidad de hacer obras hermosas. La belleza está en un montón de contextos, y decir esas palabras alguna vez en tu vida, y tratar de decirlas bien, hace que valga la pena todo lo demás. 

Agradecimientos: 

Blue Sheep, Lucía  Feugas Joyería de Autor y Dudou Vintage.

 

MABEL Y WALTER

Entre 2011 y 2012 fallecieron sus padres. Algunos procesos del duelo debieron decantar y recién durante la pandemia Muriel pudo comenzar a seleccionar parte del material que dejaron. Su padre, por ejemplo, en su departamento de 32 metros cuadrados tenía casi 5000 libros. Hace poco, entregó casi todos los que le quedaban. “Caminando por la calle vi una pizarra que decía ‘Librería de viejo. Libros usados, inhallables’”, y me pareció el lugar indicado. La librería se llama El Escondite, donde conocí a un amor de persona, a quien le doné libros de plástica, espiritualidad, teatro, filosofía, religión, ensayos sobre arte… Siento que hay muchas historias en lo que dejaron mis padres, hay dedicatorias de amor, está toda su vida ahí. A veces pienso que se podría hacer un documental con eso. Me dan ganas de que eso perdure de alguna manera, pero siento que no tengo los medios, la capacidad, porque no soy de escribir ni producir. No renuncié a esas ganas, pero es difícil”, cuenta.

NOTAS DESTACADAS:

IVÁN FUND: “EL CINE, COMO TODO AMOR, ES INEXPLICABLE”

El director sigue celebrando el premio que su reciente film, El mensaje, recibió en la Berlinale y espera el estreno en las salas argentinas. “Quiero seguir haciendo películas”, confiesa.

LALI IRRUMPE CON “NO VAYAS A ATENDER CUANDO EL DEMONIO LLAMA”

Lali lanza su sexto álbum de estudio, el más desafiante de su carrera. El disco cuenta con la participación de Julieta Venegas, Blair, Duki, Miranda! y Bersuit Vergarabat, entre otros.