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ALEJANDRO AWADA: “EL TRABAJO, EN MI CASO, ES UN PLACER”

Con una trayectoria tan extensa como prestigiosa, con los años acumuló trabajos en ficción y premios. Pero, sobre todo, experiencia de una vida que cambió radicalmente cuando se abrazó a la profesión que le da más placer que cualquier otra cosa.

La relación entre la palabra y el pensamiento. Allí es donde primero busca sentido para armar un personaje, y desde allí se planta también para esta entrevista con Convivimos Alejandro Awada. Sopesa cada palabra, no dice más de lo que quiere y se detiene cuando considera que llegó al punto, sin rodeos. Tiene un hablar cadencioso y un tono ajustado, preciso, que le da peso a lo dicho y refuerza el significado. A esta manera de hablar, a esta forma de moverse frente al mundo, a este modo de actuar, arribó luego de un largo camino de vida y de profesión. Se sabe un hombre grande y, al mismo tiempo, se siente aún joven. En esa combinación encuentra vitalidad y la experiencia suficiente como para poner el foco donde realmente es necesario. Su trabajo es mucho más que eso: es una fuente de placer, es aquello que le permitió conectarse con el deseo y las emociones. Ser, en definitiva, quien es.

Hijo de un empresario textil, su camino ya parecía decidido: debía continuar con el legado paterno, ser parte de la empresa, para eventualmente hacerse cargo. Lo intentó, anulando la posibilidad de descubrir sus propios intereses, pero aquello no resultó. “Era un mandato familiar. No era para mí, no la pasaba bien”, recuerda Alejandro. Hasta que, sin saber bien por qué ni para qué, encaró a una amiga y le suplicó que le recomendara un libro. “Leé esto”, le dijo ella, y le entregó un ejemplar de Rayuela. “Hasta ese momento, no me consideraba muy lector. Pero agarré ese libro, lo leí y me fascinó. Fue muy fuerte lo que me pasó. A partir de ese momento quise saber quién era Julio Cortázar, leí casi todo lo suyo. Se me despertó una curiosidad por averiguar más sobre aquel mundo del que él hablaba, que para mí era extraordinario. Fue como una invitación a imaginar cosas divinas. Empecé a buscar qué hacer con eso. Estudié narrativa breve, pintura, hasta que llegué al teatro”, cuenta.

  • Antes de eso, ¿qué vínculo tenías con el arte?

Cero. Iba al cine y al teatro como espectador, pero mis inquietudes pasaban por otro lado. Me hubiese encantado jugar bien al fútbol o al golf, pero ni se me ocurría actuar. Solo un par de veces sentí un impacto diferente. En una, fui con mi novia de ese momento a ver a Les Luthiers y quedé maravillado. Lo mismo me pasó con una obra musical, El diluvio que viene. Pero no me animaba más que a admirarlos. Rayuela me impulsó a explorar.

  • ¿Recordás tu primera clase de teatro?

Sí, me acuerdo. El maestro era Julio Ordano, a quien recuerdo con muchísimo cariño y agradecimiento. Planteó un ejercicio de relajación, pero para mí era imposible relajarme. Tuve que trabajar mucho conmigo mismo para encajar y para entrar en el mundo teatral. No me estaba dada espontáneamente la actuación. Tuve que aprender mucho de mí.

Alejandro Awada (Foto: Alejandra López).
  • En tu casa, ¿era validado esto?

No lo contaba. Se lo contaba a algún amigo, quizá, pero a mi familia no. Yo tenía que trabajar en la empresa, para ellos, y sentía esa carga. Pasó un tiempo hasta que supieron y aceptaron que había encontrado mi lugar en otra parte.

  • ¿Por qué sentís que fue tu lugar?

Yo estaba en el escenario de las clases, mis compañeros observaban lo que yo hacía y, en ese momento, en lugar de sentirme juzgado o inhibido, me sentía muy bien y podía conectar con lo que a mí me pasaba. Me contenía. Todavía hoy siento que el público me contiene, que me hace bien. En ese momento lo descubrí y dije “Quiero esto para mí, quiero que me pase esto”, y ahí me quedé.

  • ¿Cómo te ayuda a conectar con lo que te pasa?

Emocionalmente. Están en juego el pensamiento y las emociones. La imaginación también. Y hay mucho de juego, como si fuéramos niños.

  • ¿Cuáles son las partes más divertidas?

Cuando se calma el pensamiento y fluye la energía. Cuando me permito jugar y divertirme. Eso lo fui aprendiendo con el tiempo. Y con el trabajo, sobre todo en el circuito independiente, donde aprendí el oficio. Ahí me formé como actor, con una exigencia muy grande, que hoy continúa. Es más refinada, más serena, con más calma, pero sigo sintiendo exigencias, sobre todo cuando estoy cerca de un estreno.

  • ¿De dónde viene esa exigencia?

Es totalmente mía. Me exijo a mí mismo hacer el trabajo bien. Hacerlo muy bien.

  • ¿Qué es actuar bien?

Conectar con la gente. Ese ida y vuelta que se da con mis compañeros y con el público. Cuando sucede eso, es maravilloso. Eso, en el teatro. En miniseries o series es algo que pasa con el compañero y con la relación con la cámara. Pero en el teatro, cuando circula la energía con mi compañero o compañera y con el público, mi yo desaparece, ese yo que me dice cómo tengo que hacer las cosas se va de vacaciones y me quedo conectado emocional y espiritualmente con lo que está pasando. El tiempo desaparece y lo único que importa es el ida y vuelta entre quienes estamos ahí.

“Todavía hoy siento que el público me contiene, que me hace bien”.

  • Hace un tiempo venís hablando sobre lo que significa el éxito para vos, cómo cambió tu percepción, ¿te sentías presionado antes?

Sí, sentía mucha exigencia para hacer las cosas bien. Me exigía mucho. No es bueno eso. Pero aprendí a disfrutar, a pasarla bien. Ya cumplí 63 años, estoy grandecito, y me encanta mi trabajo.

Alejandro Awada (Foto: Alejandra López).
  • ¿La edad es algo en lo que pensás?

Sí, pienso bastante en eso. Ya soy un hombre grande y me veo como un hombre grande. Soy joven por dentro, pero no me veo como un hombre joven. Me relaciono con gente de mi edad, grande, mis amigos tienen la misma edad que yo. También pienso en las mujeres: yo ahora estoy soltero, pero seguramente conoceré a alguna mujer que tenga 55, ponele. Eso me cambió. También cambió el poder estar tranquilo y solo, estar bien solo conmigo mismo. Eso me está pasando y es lindo, aliviador, por la ausencia de esa exigencia de la que hablaba. Lo siento hasta físicamente, en el caminar. Es un peso que ya no está.

Encarnó a infinidad de personajes en cine, televisión y teatro. Puesto a elegir, suele destacar, sobre todo, a tres, de distintas épocas: Felipe, en Verdad consecuencia; Arquímedes Puccio, en Historia de un clan; y Saúl Menajem en Iosi, el espía arrepentido. El año pasado estrenó el film Una muerte silenciosa, pero el caudal de trabajo mermó respecto a otros momentos de su carrera, y lo sufrió, aunque prefiere no ahondar en ello en esta entrevista. El mes pasado volvió al teatro, donde estrenó Match for love. La obra, en la que comparte escenario con Clara Alonso, está basada en una novela de Jorge Dyszel, que el propio autor adaptó junto a Miguel Ángel Solá, quien además es el director de la puesta. “Antes de leer la obra, solo por el hecho de que la dirigiera Miguel Ángel Solá, dije que sí. Lo admiro muchísimo, desde siempre. Es un señor con todas las letras, enorme actor y enorme director. Que él sea semejante actor me hace muy bien, porque a veces me está dirigiendo, y para que yo sepa qué es lo que quiere en tal momento, me lo muestra. O sea que lo tengo como actor y como director. Es un lujo tremendo”, dice.

  • ¿Cómo suele ser tu aproximación a un nuevo personaje?

Siempre es por la lectura y por el estudio de las palabras. A partir de allí, empiezo a meterme con el personaje. A medida que pasan los ensayos, voy profundizando. Lo primero que construyo de un personaje no es cómo se mueve ni cómo habla, sino que lo armo desde el pensamiento. Construyo desde la relación entre la palabra y el pensamiento.

  • Si tuvieras que comparar las emociones que sentiste al descubrir la actuación y las que hoy te genera tu profesión, ¿qué diferencias y similitudes encontrás?

Es grande la diferencia. Aquello fue un despertar y lo de hoy es transitar. También hay algo de despertar, quizá, pero aquello fue un despertar violento, por decirlo de alguna manera. Hoy el despertar es disfrutar cada momento, el instante, estar con el otro, o estar solo y pasarla bien. Ese despertar también es divino.

  • De las cosas que hacés en tu vida, ¿actuar es lo que más te gusta?

Sí, por supuesto. Me encanta mi trabajo. Puedo leer, puedo escuchar música, pero el placer está en mi trabajo. En los momentos sin trabajo no la paso bien, no me gusta lo que me sucede cuando no actúo. Eso se cura solamente con el trabajo. Comparto tiempo con amigos, con mi hija, salgo a caminar, escucho música, pero sobre todo estoy atento a ver cuándo y dónde puede surgir algo nuevo. Siento que me falta un montón en esos períodos. Quizá equivocado, o no, pero yo pongo mucho en mi trabajo. Porque lo llamamos “trabajo”, pero en mi caso es un placer. Es algo que me hace muy bien.

  • Volviendo a las comparaciones, ¿se parece esa sensación que tenés cuando no trabajás a cómo te sentías antes de encontrar la actuación?

Sí, hay coincidencias, aunque lo vivo de manera muy distinta. Cuando joven, tenía la necesidad de encontrar. Hoy mi necesidad es la de ofrecer. El teatro, cuando es teatro, es extraordinario. Lo que le pasa al espectador es extraordinario. No me gusta decirlo, pero yo le ofrezco un servicio a la gente, para que disfrute y reflexione. El trabajo nuestro tiene que ver también con eso. Y, por suerte, parece que no tiene fecha de vencimiento. Los actores, cuando vamos creciendo en edad y en trabajo, nos ponemos cada vez más finos, más deliciosos. Hay una mayor sensibilidad e inteligencia. Y un mayor amor por el trabajo. 

Agradecimiento: Perramus

 

NAI

Naiara es la única hija de Alejandro. Eligió, por su padre, la misma profesión que él, desde muy chica. “Me gusta mucho que la haya elegido, es muy buena actriz, Nai. La disfruto, me encanta cuando está laburando. Me gusta ver el amor que siente por la profesión y por el trabajo”, se entusiasma él. Con 31 años, Nai es, además de actriz, influencer. Fue encontrando su lugar en el medio luego de una aparición fulgurante que incluyó una participación en Bailando por un sueño y mucha exposición mediática, con peleas incluidas. “El ir despacio viene con los años, con el aprendizaje. Ella es pichona y tiene todo para desarrollar. Yo intento acompañarla, porque esto para mí es una maratón y no una carrera de velocidad. Aunque por supuesto que es un ser independiente, que vive su vida, a veces hace falta estar presente como padre. La adoro y, a mi manera, la cuido”, analiza.

Alejandro Awada (Foto: Alejandra López).

 

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