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Chola Poblete: La creadora  

Fotos:
Chola Poblete
Es una de las grandes revelaciones del arte argentino y ya alcanzó proyección internacional con una obra potente y muy personal de la que su propia identidad forma parte.

Ella misma es parte de su obra. Sin pensarlo demasiado, casi como si de un juego se tratase, hizo nacer un personaje que fue mucho más allá y se convirtió en su identidad. Era una parte suya que hasta ese momento no había conseguido salir plenamente a la luz. Desde que, en 2013, Nascita di Chola se atrevió a asumir ese rol con la producción fotográfica, ya no hubo vuelta atrás. Es La Cho-la Poblete, consagrada este año como la primera artista queer en obtener una mención honorífica en la Bienal de Arte de Venecia.

Nació en Guaymallén (Mendoza), en 1989, en una casa donde se dibujaba mucho, aunque nadie se consideraba artista. “Mi mamá me hacía unas carátulas alucinantes”, recuerda. Entonces ella, que todavía vivía bajo el nombre Mauricio, también usó ese medio para expresarse. Las carátulas adquirieron vuelo propio, y también las tareas: dibujar lo que había hecho el fin de semana era su actividad favorita en el colegio. Y se multiplicaban los rostros. Ante la imposibilidad de maquillar el suyo, se detenía en las bocas y los ojos que desplegaba en el papel.

Con el tiempo, surgió el deseo de vincularse al arte de algún modo. Ser artista no era una opción disponible, ni siquiera un sueño. Estudiar para ser profe se convirtió en su gran objetivo. Su salida del clóset le sacudió las estanterías emocionales, y en medio de ataques de pánico, una tía le pagó el pasaje para que conociera Madrid y se despejara. Fue la primera vez que salió de Mendoza. Fue a boliches queer, museos, galerías, y quedó flechada por un arte en el que, sin embargo, no se veía reflejada. Al año siguiente, viajó a Buenos Aires para cursar el programa de artes en el Instituto Di Tella y confirmó su necesidad de hacer algo distinto. “Quería crear una nueva forma”, recuerda.

En medio de esa búsqueda, se encontró con algunas influencias clave, como el chileno Pedro Lemebel, el peruano Giuseppe Campuzano o la guatemalteca Regina Galindo. Supo que quería producir obra en esa línea, con lo latinoamericano muy presente. “Un día, me fui a un lugar donde venden cotillón. Me compré una peluca, sin saber muy bien en qué pensaba. Me hice fotos en mi casa, como encontrándome cosas en el camino. En ese juego, me encuentro con una performance, como una forma de psicomagia, para curar cosas, algo medio terapéutico. Me di cuenta de que tenía una fuerza y muchas ganas de decir con el cuerpo, y empecé a usarlo. Era mi alter ego. Lo utilizaba en muestras o lugares de arte, a los que iba montada. Después, se volvió algo de lo cotidiano. Al principio era como un artificio, necesitaba este cuerpo, esta imagen, para poder decir cosas, que en ese momento eran esas y después mutaron a otras”, cuenta sobre el origen de La Chola.

Habitando una femineidad trans, descubrió nuevas vulnerabilidades, un mundo más crudo y hostil que el que la percibía como un varón. Diferencias sociales, en los vínculos amorosos, en las insinuaciones del entorno, se hicieron presentes. Y su obra, mientras tanto, la llevó por todo el mundo a recorrer escenarios selectos, donde identidades como ella, que se asume marrón y trans, casi no tienen espacio. Su sola presencia se convirtió, entonces, en un acto político. “Me gusta incomodar, no moverme solamente por los lugares seguros, por donde en teoría debería circular. Estando en estos lugares más mainstream, dejo abierto el cuestionarse cosas”, analiza.

En su obra mezcla parte de sus estudios de la historia del arte, su investigación por lo precolombino, con elementos cotidianos de su propia historia, en una especie de diario íntimo que cuenta lo que le pasa. Con la antena siempre recibiendo data, se inspira en las series que ve, las canciones que escucha y prácticamente todo lo que se cruce (“Siempre estoy como muy a flor de piel de todo lo que tengo alrededor, que me genera una cosa nueva como para crear”). Mensajes a sí misma en el celular y fotos que capturan sensaciones son los disparadores con los que luego trabaja para desarrollar conceptos. El combo adquiere una potencia que permite el vínculo con el espectador, que se siente identificado. “A veces soy más explícita, otras veces voy abstrayendo cosas o están medio camufladas. Pero casi siempre estoy como escupiendo algo”, concluye.

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