Por pura curiosidad, un día Pandora decidió abrir su famosa caja. En realidad, más que una caja, era una jarra que contenía todos los males de la humanidad: la enfermedad, la locura, la guerra, la vejez, la tristeza, los vicios. Zeus, que venía medio cruzado con los hombres, se la había regalado con la orden de no abrirla. Pero ella, desobediente como hija única, la destapó y las desgracias se extendieron por el mundo. Cuando vio el descalabro que había hecho, tuvo un momento de lucidez y la cerró rápidamente. Adentro, bien en el fondo, solo había quedado una cosa: la esperanza.
Algo parecido a la esperanza surge con la lectura física de los libros. Los defensores del maravilloso acto de sumergirnos entre las páginas de papel convivimos con una realidad adversa. Porque en lugar de dar vuelta una hoja, los índices rozan pantallas de todos los tamaños, ávidos de contacto sin contactar nada. A lo sumo, te clavan un visto. Un dedo condensa toda la atención mientras se desliza consumiendo una realidad efímera. Te doy un like. Las yemas se desgastan regalando corazones de todos los colores.
¿Será la huella digital lo último que se pierda? No. Porque alguien todavía lee. Y aunque no sean tantos como antes, con algunos basta para restaurar la empatía.
No es verdad que la indiferencia arrase con lo humano ni que las imágenes formateadas desarmen las palabras que nos constituyen. Eso es lo que quiere el plan de dominación diseñado en Silicon Valley (o en algún otro reducto peor). Tozudo, el humano sigue leyendo.
“Algo parecido a la esperanza surge con la lectura física de los libros”.
Cada vez hay más lectores que se reúnen como si fueran revolucionarios del sentido, en busca de la vitalidad de lo que subsiste en las páginas de la literatura: el misterio del mundo. Ya no lectores solitarios ni ratones de bibliotecas. Quizá se esté leyendo de otro modo. Es un retorno a la oralidad, al rito del relato a viva voz. Alguien lee algo que los demás escuchan, y también leen y comentan. No me refiero a textos religiosos, escrituras de lo incuestionable; tampoco a panfletos dogmáticos. Hablo de literatura, un mano a mano entre escritor y lector. Cuento, novela o poema. Cortázar, Pizarnik, Fontanarrosa, Casciari, Sacheri, Camila Sosa Villada.
En nuestra Córdoba y en distintos lugares del país, aparecen grupos de lectura que revitalizan el lenguaje, renuevan palabras y entonces la realidad se modifica como por arte de magia. Gente de distintas edades y profesiones parece hallar en lo que se ha escrito alguna pista de la historia o del porvenir. Y también un gusto, la precisión de una metáfora, la sonoridad de un verso, el humor bien entendido. Y así en distintas latitudes van apareciendo nuevos lectores. Y lectores que nunca dejaron de leer. Y otra vez la Feria del Libro vuelve a ser exitosa, intercambiando textos y abrazos que ningún reel consigue transmitir.
Vamos, todavía no nos han vencido. La esperanza es lo último que se pierde.
