En la década del 60 había un notable billarista, Ezequiel Navarra, capaz de hacer las carambolas y los trucos más impresionantes utilizando taco, tiza y bolas de billar. Antes de efectuar el tiro, él siempre se cubría con la frase “Si sale…”. Entonces, anunciaba que iba a hacer “la tranquera”, donde la bola blanca pasaba entre dos tacos sobre el lienzo verde, luego de efectuar un par de carambolas previas a tres bandas. “Si sale –decía Navarrita–, ustedes verán algo que ensayé toda mi vida”. Y el truco siempre salía, pero…
A veces voy caminando por el sendero que me marca la vida. Veo hojas que cubren el piso, caídas del árbol más cercano. El viento las mueve, las agita y muchas se dan vuelta. En el reverso de cada una, van surgiendo fotos de los hechos que fabricaron mi mundo. El pasado no tiene vueltas, es lo que fue. Me alegra caminar cuando llueve y ver una gota cayendo sobre una imagen de algo no querido. Disfruto pensar que eso borrará el mal momento, pero sé que no, ni siquiera en la ficción de Volver al futuro pudieron hacerlo. Eso fue y hay que convivir con ello.
¿Qué habría sido de mí si hubiera nacido en Chañar Ladeado? ¿O en Acapulco… o en Luxemburgo? Seguramente no habría tenido la vida que tengo, ni conocido a la gente que conozco, ni tendría los amigos que disfruto. Suelo preguntarme si mi amor por el cine sería diferente si no hubiese nacido frente al Cine Marconi. Y qué habría pasado si decidía estudiar Abogacía en la UBA en lugar de Comunicación en Córdoba. ¿Y si nacía jugador de fútbol en Alemania y triunfaba en el Bayern Múnich?
Enfrentar la vida implica aceptar muchas cosas que vienen impuestas. La familia, el lugar, el tiempo y las circunstancias que te rodean. Por eso, las fotos que voy recogiendo me hablan de historias que conozco, de gente que estuvo conmigo, de amistades y amores, de pases mágicos, de viajes que hice, de juegos, de películas que vi, de comidas que identifico por sus olores.
“No somos otra cosa que un conjunto de perfumes, sensaciones y recuerdos”.
En momentos de rebeldía me gusta fantasear con el “qué habría pasado si”. Entonces, comienzo a hilar historias largas con relaciones inventadas o sueños inconclusos con finales abiertos. Allí me gusta balancearme en lianas por la selva como Tarzán, treparme a los tejados como Chatrán, revolcarme en el barro, dar un discurso en un acto político pero para el partido contrario. Viajar a Marte para hurgar sus entrañas y encontrar la fuente de la vida. Volar sentado en el ala de un avión. Putearme con un terraplanista. Escaparme con Bonnie y Clyde en su Ford V8. Pararme frente a un león y soplarle el hocico. Desayunar con Margot Robbie. O con Scarlett Johansson. O con las dos.
Nada de esto aparecerá en las hojas caídas. En realidad, no somos otra cosa que un conjunto de perfumes, sensaciones y recuerdos, y la única verdad que prevalece es la música de las palabras al evocar hechos que, tal vez, comenzaron a gestarse hace miles de años, siguiendo el vuelo de la flecha de un soñador.
Pero si algo de esto sale, como decía Navarrita, siento que todo lo que ensayé en mis sueños no eran solo sueños.