Humberto Maturana, científico y filósofo chileno que ejerció una profunda influencia en el pensamiento contemporáneo, murió en mayo, en Santiago de Chile. Desde la década de 1970 hizo contribuciones trascendentes en áreas muy diversas como la neurociencia, la sociología, la literatura y la filosofía. Al comunicar su muerte, el Ministerio de Ciencia de Chile señaló: “Será recordado por su contribución a la teoría del conocimiento para la comprensión de lo humano, educación, comunicación y ecología”.
La noticia de su muerte me llevó a evocar un hecho que protagonizó. A fines de 2011, el Parlamento de Chile llevó a cabo el “Congreso del Futuro. Horizontes en el Bicentenario de la República” entre las actividades destinadas a celebrar ese acontecimiento. Durante la ceremonia de clausura de esa reunión académica que congregó a destacados científicos y humanistas, sus organizadores distinguieron a varios participantes con la Medalla Bicentenario. Maturana, uno de los premiados, se adelantó para agradecer el honor, pero, en lugar del anticipado discurso de circunstancia, se expresó así: “Siendo este un congreso con preocupación por el futuro, quiero decir algo: el futuro de la humanidad no son los niños. Somos nosotros, los adultos, con quienes ellos crecen”. Pronunciadas esas pocas palabras, volvió a ocupar su lugar.
Esa contundente afirmación, que fue hecha de manera impactante, plantea una cuestión esencial en la evolución del ser humano al poner de manifiesto que, en realidad, el futuro está siendo construido hoy por los adultos responsables de introducir a esos niños a la sociedad, es decir, de educarlos. En el mismo sentido y en otra ocasión, Maturana señaló que “el futuro está en el presente. De cómo convivan los niños dependerá la clase de adultos que llegarán a ser. Lo fundamental en la educación es la conducta de los adultos. Los niños se transforman en la convivencia”. Revalorizaba así el hecho de que el vínculo entre las generaciones resulta esencial no solo para la subsistencia de las personas, sino también de la civilización misma. Estas ideas ponen el énfasis en la necesidad de compartir la vida entre viejos y jóvenes, rasgo central de las sociedades humanas, que se ha ido debilitando peligrosamente con el transcurrir del tiempo.
“El vínculo entre las generaciones resulta esencial para la subsistencia de la civilización misma”.
Constituye un lugar común decir que los niños y los jóvenes son el futuro de la humanidad, una afirmación que se nos presenta como tan obvia que ni siquiera consideramos justificado detenernos a analizarla. Por eso, los comentarios de Maturana tienen la virtud de hacernos reflexionar sobre esa aseveración cotidiana. Esto resulta de especial importancia cuando, como hoy, está tan desprestigiado el proceso de transmisión cultural que hasta llega a ser considerado una intromisión en el desarrollo de los niños y jóvenes al que se supone autónomo.
Por eso, resulta clave advertir que no podemos desentendernos de la responsabilidad que nos corresponde como generaciones mayores afirmando, con despreocupado alivio, que los niños son el futuro. El de ellos no es un destino independiente e inevitable. Como señala Maturana, los adultos debemos asumir la responsabilidad que tenemos por ese futuro y que se ejerce al educar a nuestros niños.