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¿Llegó la escuela del futuro?

Durante el prolongado receso de la actividad presencial en las escuelas, los avances tecnológicos han permitido mantener un cierto vínculo entre ellas y los hogares. Esta estrategia resultó vital para continuar la relación pedagógica, pero puso en evidencia la desigual distribución social del recurso tecnológico. Esto dificultó el acceso de muchos niños y jóvenes a la experiencia educativa, lo que hemos comentado en estas páginas.

Como era previsible, ahora surgen voces anunciando que la pandemia nos ha impulsado a ingresar aceleradamente a la escuela del futuro, dando el tan postergado salto de nuestra educación, siempre considerada obsoleta. Ahora sí, nos dicen, estamos en el buen camino, el de cambiar la manera en que enseñamos, logrando que los alumnos finalmente independizados de quienes los han mantenido prisioneros para enseñarles estudien a su propio aire. Liberados y autónomos se concentrarán en lo que “realmente” les interesa. Accederán así a lo “útil”, liberarán su memoria para ocuparla en aspectos más trascendentes de la vida humana. Podrán dedicarse sin limitación alguna a disfrutar de Instagram y de TikTok en lugar de perder su tiempo familiarizándose con la poesía, la historia, la matemática. Datos inútiles que, se nos dice, buscarán cuando les sean necesarios en su teléfono portátil. En suma, alumnos hiperestimulados, incapaces de fijar su atención en algo por más de dos minutos, expertos en multitareas –a pesar de que muchos estudios demuestran que el cerebro no está capacitado para realizarlas–, deben ser educados en el mismo entorno que ya les es familiar en sus diversiones. Los docentes prepararán materiales en la esperanza de que algún día dejen de lado las proezas de sus amigos en las pantallas para ocuparse de la historia de su país, del uso de su lengua y de cuestiones igualmente reñidas con la realidad.

“Alumnos hiperestimulados, incapaces de fijar su atención en algo por más de dos minutos, deben ser educados en el mismo entorno que ya les es familiar en sus diversiones”.

Así como comentamos en una oportunidad anterior que un efecto beneficioso de la pandemia podría ser la revalorización de la tarea docente, hay que advertir el peligro de lo que muchos románticos de la educación plantean como un progreso decisivo, negando que esa formación que critican como obsoleta e inútil haya hecho de ellos personas seriamente formadas y capaces de contribuir al progreso social.

Estos comentarios no son una invitación a regresar al pasado. La tecnología contribuye de manera importante a la educación y lo hará crecientemente en el futuro. Pero la escuela debería tratar de mostrar a las nuevas generaciones que, además de la experiencia banal y superficial a la que, en general, las exponen las pantallas, los humanos tienen otras posibilidades de ser, otros tiempos que habitar. Hacer de la experiencia educativa una aplicación más de nuestros teléfonos es contribuir a crear la idea de que por ellos pasa el modo de pensar el mundo y de pensarnos. La escuela responde a otros valores, es una institución contracultural. Educar a una persona es enseñarle a utilizar su capacidad de aprender, dotándola a la vez de conocimientos concretos. Es lograr que quien acceda a la tecnología sepa qué y para qué buscar, cómo relacionar eso nuevo con lo que lo aprendido ha amueblado su interior. La tarea de la escuela es construir a quien busca. 

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