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El Día del Maestro –instituido para recordar a Domingo Faustino Sarmiento, que murió el 11 de septiembre de 1888– nos sorprende este ciclo lectivo en una situación sin precedentes en el país. Las escuelas no han abierto sus puertas desde marzo y es imposible predecir cuándo lo harán de manera regular. Alumnos, maestros y padres han visto radicalmente modificado el proceso de enseñar y aprender como resultado de la pandemia del COVID-19, tal como lo demuestra la abundante literatura generada en torno a la formación de nuestros niños y jóvenes en esta circunstancia excepcional. Si bien las herramientas tecnológicas utilizadas para mantener el vínculo entre las escuelas y sus docentes con los alumnos y sus familias han tenido algún éxito, en muchos casos no han sido efectivas. Esto ha agravado las desigualdades que ya existían en el sistema y que han quedado crudamente expuestas. La carencia de equipos, las dificultades de conexión y los excesivos costos produjeron un progresivo distanciamiento de niños y jóvenes de la actividad escolar. Además, la estrategia utilizada, la única posible, requiere un estrecho acompañamiento de los padres, especialmente a sus hijos pequeños. Pero en no pocos casos, los adultos no estaban en condiciones de proporcionar supervisión y ayuda. Al cabo de estos meses, muchos alumnos verán muy empobrecidos sus aprendizajes y, además, se acentuará la deserción, uno de los problemas crónicos de nuestra educación.
A pesar de estos aspectos negativos de lo que nos sucede, una cuestión alentadora merece ser destacada. Varios estudios realizados en estos meses muestran que, debido a esta experiencia, los padres valoran mucho más que antes la tarea de los docentes. Han comprendido las dificultades que supone enseñar al experimentar directamente la dedicación, el esfuerzo y la preparación necesarios para hacerlo. El enfrentarse en sus casas con la labor cotidiana que desarrollan sus hijos durante las horas dedicadas a la escuela hizo que padres y madres valoraran, como no lo habían hecho hasta ahora, la dimensión de la tarea silenciosa de los maestros en las aulas.
“Ante futuros desafíos, recurriremos a estrategias originales para enseñar, pero siempre volveremos a los maestros”.
Por eso, más allá de la disrupción fenomenal que han sufrido los sistemas educativos en todo el mundo, cuya recuperación demandará mucho esfuerzo, surge una vez más la importancia de los maestros. De quienes se dedican a ayudar a los niños a crecer, a “aprender a ser lo que son capaces de ser” de acuerdo con la definición de la educación atribuida al poeta griego Hesíodo (siglo VIII a. C.) citada reiteradamente en este espacio.
Ante futuros desafíos, recurriremos a estrategias originales para enseñar, pero siempre volveremos a los maestros. En el día que los celebra, tan especial, recordemos las palabras de Sarmiento: “Maestros, no habrá monumento de bronce o de mármol que señale el lugar donde reposáis, cuando os llegue vuestra última vacación. Pero por toda esta nación quedarán registros vivos y monumentos vivientes del bien que habréis hecho en las almas educadas que habréis preparado, cuyo amor a la libertad avivasteis vosotros”.
La dramática circunstancia que atravesamos demuestra, una vez más, que la educación es tarea de personas ayudando a personas. Es, sobre todo, ejemplo.