La pandemia de COVID-19 está modificando de manera radical todas las esferas del quehacer humano, generando en nuestras vidas cambios cuya perdurabilidad se desconoce. La educación ha sido una víctima central de esta tormenta, ya que las escuelas se cerraron muy precozmente. En todos los países se pusieron en práctica medidas destinadas a enfrentar el desafío de educar en tiempos de pandemia y, en algunos, los alumnos ya están regresando a las aulas. Si bien resulta prematuro intentar realizar un balance preciso de la situación, se pueden esbozar algunos comentarios generales sobre lo sucedido en el ámbito educativo.
La estrategia de todos los países se ha centrado en recurrir a la educación remota, utilizando las herramientas disponibles: material impreso, radio, televisión, computadoras, teléfonos, etc. Más allá del análisis de la eficacia de estos dispositivos, resulta evidente que se ha ensanchado la brecha, que ya estaba presente, entre los alumnos de familias con acceso a los elementos necesarios y quienes no lo tienen. Estos últimos quedaron fuera del alcance de los docentes que han hecho un enorme esfuerzo de adaptación para no perder el contacto con sus alumnos. Lamentablemente, este se ha mantenido casi exclusivamente con los más favorecidos e inclusive con muchas dificultades.
El hecho de que estas estrategias educativas requieran un apoyo constante de los padres, especialmente en los primeros niveles, profundizó esas diferencias, ya que no en todos los hogares los padres están en condiciones de brindar ayuda y supervisión. Esto se traducirá indefectiblemente en una reducción de los aprendizajes y en un agravamiento de las inequidades ya existentes. Sin duda, aumentará también la deserción escolar, que era preocupante y que afectará más a los grupos vulnerables, agravada por la seria crisis económica.
“Confiemos en que ahora que la pandemia ha agravado desigualdades, nos comprometamos a la urgente reconstrucción de las escuelas”.
Es muy conocido el hecho de que luego de las vacaciones de verano, el rendimiento de los alumnos experimenta un retroceso que es mucho más importante en aquellos de las familias de bajo nivel económico y social. De allí que el cierre de las escuelas durante un período tan prolongado –mayor aún en el caso de la Argentina, porque el aislamiento se produjo al inicio del ciclo lectivo– contribuirá a profundizar ese efecto.
Un reciente documento del Grupo Banco Mundial-Educación distingue tres etapas en la crisis educativa debida al COVID-19: 1) enfrentar la pandemia cuando tras el cierre de las escuelas la prioridad es proteger la salud y la seguridad de los estudiantes, evitando la pérdida de los aprendizajes; 2) gestionar la continuidad, asegurando que las escuelas reabran de manera segura, evitando la deserción y comenzando a recuperar los aprendizajes; y 3) acelerar estos aprendizajes, reconstruyendo sistemas educativos más sólidos y equitativos.
Confiemos en que ahora que la pandemia ha agravado desigualdades educativas preexistentes, dejando tan claramente expuesta la gravedad de nuestra crisis, nos comprometamos a encarar la urgente reconstrucción de las escuelas. Ellas realizan una tarea irremplazable como lo demuestran las experiencias vividas durante estos días.