Muchos jóvenes experimentan una gran angustia al concluir la escuela secundaria. No es la preocupación relacionada con el impostergable viaje de egresados, sino la que surge de las importantes decisiones vitales que enfrentan. ¿Seguir o no estudiando? ¿Qué inclinación manifiesta cada uno por determinado tipo de estudio? ¿Cómo planificar la futura vida personal?
En la sociedad actual resulta casi obligatorio obtener algún nivel de educación superior para lograr incorporarse al mundo laboral. La escasez de puestos de trabajo hace que los más capacitados tengan, en general, mayores posibilidades de acceso. Pero la experiencia indica que son muchos los estudiantes que, en esa etapa de sus vidas, carecen de una idea clara acerca del camino hacia el que orientarlas. La vocación, ese “llamado” interior casi excluyente que impone una ruta clara al quehacer juvenil, es cada vez más rara. No todos tienen la fortuna de oír ese llamado, y la mayoría oscila entre actividades no siempre relacionadas entre sí. Así se explica la marcada desorientación entre los jóvenes, angustiados al percibir que en esa decisión se decide su vida futura.
Es preciso tranquilizarlos señalándoles que esto no es así. Que siempre están a tiempo de modificar el curso que han elegido si es que descubren, más temprano o más tarde, que su real interés reside en otra parte. Si es encarada con seriedad, toda experiencia educativa, aunque esté alejada del camino que finalmente se elija, deja un sedimento de conocimientos y de experiencias que resultará muy útil durante el resto de la vida.
«Cualquier proyecto educativo que se encare con interés y seriedad, resultará de utilidad».
En un contexto social como el actual, la elección tiende a facilitarse no solo por la gran diversificación de la oferta educativa, sino porque no resulta posible anticipar el éxito económico al final de uno u otro camino. Hasta no hace mucho, ciertas actividades eran consideradas redituables mientras que otras carecían de ese prestigio. La evolución del mercado de trabajo ha hecho que hoy sea imposible anticipar el rédito económico de las diferentes opciones. Por eso, los jóvenes están en una inmejorable situación que les permite estudiar lo que realmente les atrae sin prestar tanta atención a las implicancias pecuniarias de esa elección. Por ejemplo, muchas compañías son dirigidas hoy por licenciados en filosofía y no por economistas, al privilegiarse para la conducción una sólida formación general que, hasta hace poco, parecía carecer de destino.
Otras dos cuestiones hacen más difícil la decisión vocacional. En primer lugar, la educación secundaria se ha empobrecido en sus contenidos, lo que estrecha la visión de los jóvenes acerca de aquello que podría interesarles. Además, el diseño del sistema educativo argentino obliga a adoptar la decisión a una edad muy temprana, especialmente cuando la adolescencia se prolonga cada vez más. Ambas situaciones se traducen en una inmadurez intelectual y emocional que influencia de manera notable la decisión vocacional.
Sin embargo, es preciso insistir en que cualquier proyecto educativo que se encare con interés y seriedad resultará de utilidad aunque en el curso de la experiencia se perciba que la decisión inicial fue equivocada. En el campo del saber, siempre es posible volver a empezar.