El corazón le retumbaba desde la mañana temprano. La excitación, la mirada atenta, la emoción ante lo nuevo, la inocencia a flor de piel. Hizo todo el recorrido en silencio, y respiraba profundo cuando se topaba con tucanes multicolores, divertidos coatíes y no tan inofensivas águilas. Cuando el camino se abrió entre la maleza, empezó a sentirse en un gigantesco teatro donde proyectaban una película de aventuras increíbles. Después de mucho caminar, una de las maravillas de la naturaleza empezaba a estallar delante de él. El sonido ambiente se convirtió en un creciente trueno que no se acallaba. El aire se colmó de bruma. La humedad lo envolvió, la grandilocuencia del horizonte lo superaba. Se sentía temblar. Tomaba conciencia de que esa primera vez sería inigualable, aunque muchas otras veces en la vida luego se hiciera recurrente. El pibe miraba a sus padres que también se emocionaban ante semejante portento de la naturaleza. Tenía delante el epicentro de las espléndidas cataratas del Iguazú. Acarició la mano de su madre. Estaban todos extasiados ante la Garganta del Diablo. El pibe miró a sus padres y, sin saberlo, reiteró aquella escena que alguna vez describió el genial Eduardo Galeano, sobre otro chiquilín como él, pero que conocía el mar, y cuando “al fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: Ayúdame a mirar…”.
Para ese pibe o para quien se enfrente a esa imagen fascinante, el corazón se estruja, conmocionado, y los sentidos parecen colapsar ante el vértigo de esa caída brutal de 150 metros de ancho que se convierten en el infinito cuando el observador se instala de frente, en el mirador principal y la espuma lo envuelve todo. Miles de pequeños arcoíris hacen palpable lo increíble, y la fantasía se convierte en realidad.
La formación de las cataratas del Iguazú se debe al resultado de una erupción volcánica, aunque la leyenda asegure que las tribus guaraníes que habitaban en la región tenían la costumbre de sacrificar mujeres para ofrendárselas a las boi, unas serpientes gigantes que merodeaban por el río Iguazú. Pero en una ocasión, la pareja de una de las muchachas, enamorado de ella, pudo rescatarla antes de que la bestia la devorara. La furia de la serpiente fue descomunal, y al sacudir su cuerpo generó las cataratas. Justamente los propios guaraníes impusieron el nombre “Iguazú”, que significa aguas grandes.
El Parque Nacional Iguazú, que fue concebido como un área de preservación de la naturaleza hace 91 años, le da contención al complejo de cataratas que está formado por 270 saltos de muy diferente magnitud. Cerca de las dos terceras partes se encuentran en territorio argentino, a pesar de que el río que provee su caudal es el también llamado Iguazú que encuentra su germen en el estado brasileño de Paraná. Justamente en el serpenteante recorrido de más de 1200 kilómetros, va acumulando potencia a la vez que se nutre del caudal de infinitos afluentes. En su recorrido, ya con potencia extra, se descarga en una falla geológica que genera esa maravilla de la naturaleza. Una grieta natural en la llanura de cerca de 80 metros de desnivel abrupto, estrepitoso, entre acantilados e islotes: la primera caída brava se encuentra en plena selva paranaense. Si la referencia se obtiene en un mapa de la región, lo que viene luego se asemeja a una deslumbrante media luna, con la Garganta en uno de sus vértices. En su trayectoria, se puede admirar con tanto regocijo un centenar de los saltos: entre ellos se destacan el San Martín, el Mitre, el Rivadavia, el Arrechea, el Floriano, el Deodoro, el Unión, el Benjamín Constant, el Belgrano, el Adán y Eva, el Chico, el Escondido el Tres Mosqueteros, el Dos Mosqueteros, el Dos Hermanos y el Bozzetti, uno de los más pintorescos y preferidos por los turistas, junto con el Ramírez.
Las cataratas de Iguazú, que son cuatro veces más extensas que las más famosas del planeta, las canadienses del Niágara, fueron descubiertas en 1541 por el adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Cuentan los historiadores que los conquistadores europeos, al llegar a la región, no salían de su deslumbramiento.
Todo rincón es imperdible, todo salto tiene su característica propia, toda experiencia es distinta a la anterior. El recorrido completo está dividido en dos circuitos, el inferior y el superior. Una buena parte de los recorridos se puede realizar a pie, aun cuando la vuelta incluye un pintoresco trencito antiguo con propulsión a gas. En el circuito inferior, es posible apreciar la tremenda fuerza del agua transformada en vapor en la misma base de los saltos. Es alucinante la experiencia de llegar hasta el punto donde se produce la cortina de agua. Continuando por este circuito se puede llegar a la isla San Martín.
En el superior, en cambio, se aprecian decenas de vistas panorámicas desde las pasarelas, y los miradores son verdaderamente inolvidables.

La selva en carne propia
Son famosos los cuentos y relatos novelescos del cuentista y dramaturgo uruguayo Horacio Quiroga. En pleno siglo XXI, se calcula que por temporada casi dos millones de turistas de todo el planeta llegan a disfrutar las cataratas, lo que implica una verdadera fuente de ingresos tanto para Argentina como para Brasil.
Justamente el Parque Nacional Iguazú, que ocupa un área de 67.730 hectáreas en territorio argentino, se prolonga en Brasil en el homónimo Parque Nacional do Iguaçu. Una región con una flora y una fauna alucinantes en una topografía natural espléndida.
Una alternativa para conocer la región por dentro y su real valor es el Parque Nacional de Aves, en el que el turismo podrá tener contacto directo con más de un millar de aves de 150 diferentes especies y también otros animales, entre los que se encuentran mariposas e incluso reptiles. Se extiende sobre 16,5 hectáreas de bosque. Es tan convocante como La Aripuca, un parque temático a solo 4,5 kilómetros de Puerto Iguazú y que se recorre conociendo in situ la selva misionera y a la vez insta a que el visitante se concientice sobre el cuidado del medio ambiente y los efectos de la mano del hombre, por caso la tala indiscriminada de árboles. Su nombre es el de una trampa de origen guaraní que captura animales sin lastimarlos.
Son muchos los lugares extraordinarios. Por ejemplo, el Jardín Picaflores, donde el turista tiene la mágica experiencia de convivir con colibríes. Se encuentra en la muy bonita reserva Selva Iryapú, a la que se puede llegar en bicicleta desde el interior del Parque Nacional Iguazú hasta el Camino Yaguarindí. Otra reserva es la GüiráOga, en la que conviven en armonía centenares de animales rescatados de la selva misionera o que fueron víctimas del tráfico de especies y que de este modo retornan a un ámbito muy similar al original.
Y otra forma de adentrarse en la región es visitar alguna de las 74 comunidades originarias. Por ejemplo, en un paseo de dos horas, a la aldea aborigen Fortín M’Bororé, que se trata de un pueblo autóctono guaraní conformado por un centenar y medio de familias. Se llega luego de la aventura de cruzar el arroyo M´Boca-i y transitar por un sendero abierto en la selva, pletórica de expresiones culturales trasmitidas de generación en generación, como artesanías, plantas medicinales y técnicas de cacería. Es muy recomendable también la visita a la comunidad guaraní Yriapu y a su escuela intercultural de turismo.

Por tres
Es una región que contiene una increíble diversidad de insectos y de mariposas, que configuran un particular ecosistema. Allí también conviven una enorme variedad ictícola, más de medio millar de especies animales, cerca de un centenar de diferentes mamíferos y decenas de tipos diferentes de reptiles.
Además, la zona tiene infinitas alternativas para el turista de todo el mundo. Por empezar, la propia ciudad de Puerto Iguazú, preparada para brindar todo tipo de confort. Con más de 65 mil habitantes que, en su enorme mayoría, viven del turismo, es la ventana a la Triple Frontera con Brasil y Paraguay. A la brasileña Foz de Iguazú se accede a través del puente internacional Tancredo Neves, y desde allí a la Ciudad del Este paraguaya. Uno de los puntos emblemáticos es el famoso Hito de las Tres Fronteras, donde confluyen dos ríos y tres países.
La ciudad tiene sus propios atractivos. Por caso, la catedral Virgen del Carmen y la plaza San Martín, o los orquidearios sobre la calle Jangadero, entre Santa Fe y Corrientes, con un extraordinario colorido. En la entrada de la ciudad se encuentra La Casa de las Botellas, un proyecto autosustentable ideado por la familia Santa Cruz con paredes y muchos muebles (sillones y camas, por ejemplo) con varios miles de botellas de plástico, un techo fabricado con 1300 cartones de tetrapack y puertas y ventanas realizadas con cajas de CD.
Una perla, los especialísimos paseos por la región bajo la luna llena: durante escasos cinco días al mes, se puede disfrutar de un espectáculo fascinante. El brillo que adquieren las cataratas con los reflejos nocturnos demuestra que la magia existe. Y ni hablar del imperdible fenómeno por el cual la luna varía de color. Espectacular, tanto como los paseos en helicóptero sobrevolando las caídas, aunque la experiencia salga unos cuantos pesos extra… Buenas opciones para completar la recorrida por una región en la que todo, absolutamente, es verdaderamente grandilocuente.

ATARDECERES INOLVIDABLES
Durante todo el año, una alternativa especialísima es vivir el atardecer en el corazón de la selva misionera. Se trata del ciclo Sunset Experience, una propuesta única en el Yvaga Bar, en el marco del Loi Suites. Durante la jornada, luego del tradicional paseo por las cataratas, una variante es adentrarse y descubrir la selva a través de los senderos peatonales autoguiados, ya sea en pequeños tramos en un atrayente circuito dificultad media/baja, de una hora de duración aproximada, para concluir la tarde en las piscinas exteriores, dispuestas escalonadamente y rodeadas de grandes árboles nativos, con vistas espectaculares al río Iguazú.
PARA EL CUERPO Y EL ALMA
A apenas minutos de las cataratas, del aeropuerto internacional de Misiones y de la ciudad de Puerto Iguazú, existe una gran alternativa para redondear un paseo espectacular. Sumergido en la selva subtropical Iryapú, Loi Suites Iguazú cuenta con 160 amplias habitaciones, todas con increíbles vistas a la selva. Y el broche de oro: los viajeros más exigentes pueden disfrutar de un espacio de privacidad rodeado de naturaleza: los alojamientos premium Vilas, con sus 85 metros cuadrados. El visitante, además, tiene la posibilidad de disfrutar del SPA Namasthé, un espacio creado para brindar una experiencia de relajación profunda, donde se combinan la aromaterapia y una serie de variantes de baños de vapor húmedo, ducha escocesa y un jacuzzi ozonizado, en un circuito de aguas puras con altos contenidos minerales.