Una bahiana hermosa y gigante da la bienvenida con su inmaculado vestido de lino, blanquísimo: regala una cinta del Senhor do Bonfim y promete que la dicha llegará cuando se desate el tercer nudo.
Puede ser en el moderno Aeropuerto Internacional Dois de Julho (actualmente renombrado como Diputado Magalhães), en los suburbios de Salvador de Bahía. Puede ser en el inquietante Pelourinho, en el corazón de la ciudad, sobre esas plazoletas irregulares que hacían vibrar el alma de Jorge Amado, el más famoso escritor brasileño, quien llegó a afirmar que la belleza de cada rincón de la región “está hecha de piedra y de sufrimiento”.
Puede ser en todo sitio del noroeste brasileño, donde la historia se mixtura entre la negrura esclavizada por el colonial dominio portugués y los abrumadores vientos de descomunal libertad, donde “las negras, con el sol del mediodía, brillan más por sus reflejos y por su sangre”, como relató el autor de Doña Flor y sus dos maridos.
Puede ser en cada una de las enésimas iglesias, “una por cada día del año”, en las que se entrelazan infinitos ritos y creencias, todas pasionales y electrizantes, con el predominio esencial del inigualable candomblé y sus divinidades, Yemanjá o Señora de la Concepción.
O puede ser en la entrada de ese boteco pintado de rojo y verde, al que se llega desandando una calle tan típica como irregular, entre música viva y el bramido del océano furioso, para asistir a otro ritual mundano sencillamente extraordinario: una más que deliciosa sopa de camarones extraídos de ese mundo marítimo infinito, para devenir luego en el sabor incomparable de un acarajé de feijao con plátanos. Panzada increíble que contempla una condición sine qua non: que la cerveja esté exquisitamente helada en todo su momento y recorrido. Claro que ese boteco no está en cualquier sitio, sino que se encuentra en la costera Rúa do Piexe Anjo, una de las más tradicionales y coloridas de Praia do Forte.
Justamente se trata de la llamada “Polinesia brasileña”. Un mágico balneario ubicado a no más de 70 kilómetros de la capital bahiana, un paraje increíble que, como la mayoría, tiene su origen en una ínfima aldea de pescadores, que con el correr de los años y del turismo explotó para convertirse en una playa inmersa en una densa mata atlántica: la potencia de los verdes de la naturaleza, los azules del torrente marítimo y los ocres de las playas son realmente extraordinarios.
NATURAL Y SUSTENTABLE
Es la tierra donde los nativos se alimentaban de huevos y carnes de las cinco especies de gigantescas tortugas marinas que pueden llegar a pesar más de 400 kilogramos y que anidan en esta playa de septiembre a marzo.
Es la tierra donde se trabaja la caña de azúcar, el café, el algodón, el tabaco, los cocos o el cacao. La tierra que rinde culto al sol y donde, en plena fiebre de los 70, Wilhelm Hermann Klaus Peters, un empresario bohemio, rara avis, decidió levantar un ecoresort, subyugado por el Brasil negro, sus músicos, su carnaval, el samba, la alegría y la perspectiva de mirar la vida desde la llamada vía costera Linha Verde. Transformó a Praia do Forte en uno de los más importantes polos de ecoturismo.
Justamente varias décadas después, el Tivoli Ecoresort Praia do Forte se basa en prácticas ambientales, sociales y de gobernanza. Ofrece un ambiente que se integra completamente con la naturaleza, a la par de brindar comodidad y refinamiento, en un paisaje en el que los cocoteros se mezclan con el bosque de restingas. Inmensos jardines se difuminan en el horizonte de mar verde esmeralda y arenas blancas, enmarcadas por arrecifes de coral, que crean piscinas naturales. Y, como si fuera poco, la exótica fauna típica compuesta por tamarinos, centenares de especies de aves y variedades de lagartos que viven en armonía con los huéspedes. Todo sobre un terreno de 300 mil metros cuadrados, teniendo en cuenta que el diseño arquitectónico de las construcciones se integre al paisaje sin dañarlo. Por caso, los 287 apartamentos frente al mar, erigidos con materiales naturales y elementos decorativos creados por artistas bahianos. A su vez, alrededor del 70 por ciento de los empleados provienen de las comunidades locales con el objetivo de promover la inclusión social. Así desde hace 39 años, nada menos.
“El desarrollo sostenible no es solo una parte de nuestra identidad: es nuestro legado para las generaciones futuras”, afirma João Eça Pinheiro, director general de Tivoli Ecoresort, quien además destaca el hecho de que el establecimiento se involucre profundamente en proyectos sociales en escuelas municipales, centros de recuperación y asociaciones locales.
HISTORIA Y FUTURO
A principios de los 80, mientras el balneario empezaba a crecer, el biólogo Gonzalo Rostán encabezó el Projeto Tamar, un colosal plan que se mantiene en la actualidad con influjos estatales y privados, diseñado para la conservación de las tortugas marinas y sus crías desde Praia da Forte hasta toda la costa del país, a partir de un cambio de hábitos, con el estricto cuidado del entorno natural.
Las tartarugas son tan prehistóricas como los dinosaurios y se convirtieron en animal nacional, y a la vez en una colosal atracción turística. La planta cuenta con diversos tanques en los que conviven tortugas de cuatro de las cinco especies vernáculas. También posee diversos espacios dedicados a la divulgación y concientización, con guías a disposición del visitante.
El Projeto Tamar no debe pensarse como un acuario o un zoológico, menos que menos una exposición y sí uno de los mejores ejemplos de iniciativas de preservación ambiental que funcionan en el continente sudamericano. Su enclave principal es muy fácil de localizar, ya que se encuentra muy próximo al farol Garcia D’Ávila, que recuerda al expedicionario que llegó a estas playas en 1549, enviado por el primer gobernador general Tomé de Souza.
El Castelo Garcia d’Avila, por su parte, se encuentra a unos pocos kilómetros del pueblo, en medio de un palmar de grandes dimensiones. Muy bien preservado, se trata de una de las primeras mansiones feudales de Brasil. El castillo fue la primera construcción militar levantada por los portugueses, en 1551, y perteneció a uno de los mayores latifundistas. Desde su torre principal se conseguía vislumbrar los barcos que se acercaban a la costa.
BALLENAS, FIESTAS Y SOL
Otra atracción es el museo de ballenas yubartas, también conocidas como jorobadas, que funciona en el predio de una ONG medioambiental. Además, se realizan salidas en barco para contemplar a los cetáceos en el océano, especialmente entre los meses de julio y octubre, el momento indicado para que se apareen y se reproduzcan.
El centro de Praia do Forte es denominado “la Vila”. Su Alameda do Sol, una calle peatonal desbordante de tiendas y bares que fue punto de encuentro de pescadores, hoy cada noche congrega a los visitantes que disfrutan de las fiestas urbanas que duran hasta el mismísimo amanecer… cuando se detiene el samba y es tiempo de volver a la playa.
Otra atracción es la Iglesia de San Francisco de Asís, una pequeña estructura levantada junto a la plaza a principios del siglo pasado. Una foto en su ingreso, con el mar en el horizonte y las barcazas que atracan a pocos metros, es una costumbre que viene muy bien. Más si a esos ingredientes se les agrega la puesta de sol…
Y ni qué hablar si es un día de verano cuando la temperatura puede llegar a los 45 grados, típicos del clima tropical cálido y húmedo, con temperaturas altas, aunque por la cercanía del océano y los vientos, la sensación térmica es mucho más benigna que en otros sitios.
Son esos días en los que el turismo puede optar por conocer la espectacular Reserva Sapiranga o bien la Costa dos Coqueiros, ubicada en una zona de protección ambiental: un santuario ecológico, “paraíso de la naturaleza virgen” con idílicas playas con lagunas turquesa, arrecifes, palmerales y vestigios coloniales.
Y acabar la jornada deleitándose con la gastronomía bahiana que mezcla sabores autóctonos, tradiciones europeas y la influencia de estirpe africana, ya sea en los restó, en las mismas calles o en las playas. Son imperdibles la moqueca (mariscos y pescados en leche de coco), la casquinha de siri (carne de cangrejo servida en su caparazón) y las dulces cocadas (postre frutal con coco, leche y azúcar) servidas por bahianas con sus delantales multicolores.
Una postal típica de Praia do Forte.
AS PRAIAS MARAVILHOSAS
Para los amantes de las playas océanicas el nordeste de Brasil es poco menos que el paraíso ubicado en la parte del continente sudamericano que más se adentra en el Atlántico. Cientos de kilómetros de playas de arenas blancas que parecen harina con la inmensidad del océano al alcance de un par de brazadas. En las cercanías de Bahía, por caso, hay un puñado de balnearios que son la piedra del deseo de los amantes de una vida en malla, con una caipirinha siempre presta. Lo es la Praia do Forte que decidimos reconocer en esta imaginaria recorrida, pero también lo son el tan famoso como deslumbrante Morro do Sao Pablo, así como otras menores como Porto da Barra, Farol da Barra, Ondina, Stella Maris, Itapuã, Flamengo o Boipeba, ese original rancherío de pescadores que con el tiempo se transformó en un epicentro de garotas y garotos que se enfrentan al sol, esbeltos o no, pero como Dios los trajo a la tierra…
CAPOEIRA
En la playa, en las calles, en los botecos. Un par de cruces de miradas y gestos y el desafío está realizado. Son acrobacias mixturadas con danza, música e infinitas formas de expresión corporal tan deslumbrante como difícil de realizar, aunque en el nordeste brasileño lo practican hasta los niños. Capoeira es un arte marcial afro-brasileño, desarrollado en la región por descendientes africanos con influencias indígenas que se remontan a principios del siglo XV. Rápidos y complejos movimientos utilizando todo el cuerpo, en especial los brazos y las piernas para imprimir gran velocidad y agilidad a las maniobras en forma de patadas, fintas y trabas. Son muy llamativos los movimientos bajos, especie de barridos al ritmo del tradicional berimbau. Para muchos es solo una práctica deportiva. Para otros tantos se trata de un ritual. En todos los casos requiere una destreza extraordinaria.