Con más de 50 kilómetros de playa, enmarcando a su casco histórico del Pelourinho, esta ciudad al nordeste de Brasil es un destino único. Su mar de aguas cálidas y transparentes, los espectáculos callejeros, la capoeira y las fabulosas puestas del sol aseguran unas vacaciones inolvidables.
Por Ricardo Gotta Fotos: Gentileza Embratur
La simpática mulata de piel brillante, con su amplísimo vestido siempre blanco y radiante, sonríe seductora y da la bienvenida, repartiendo cintitas de colores que, asegura, brindarán a quien haga el ritual de atárselas en la muñeca o en los tobillos un futuro venturoso. La escena se repite en el aeropuerto, en la ciudad, en la playa, en cada rincón de Salvador de Bahía, esa ciudad exultante que desborda de magia en cada adoquín, en cada registro de su historia.
“Salvador es poesía pura”, asegura Jorge Amado sobre la ciudad que hizo suya. La que recibe ocho millones de turistas por año que enloquecen por sus decenas de kilómetros de playas amplias de arenas cristalinas, atestadas por cocoteros y paisajes casi pictóricos donde convive un entramado muy amplio de diversas culturas y que es otro aspecto que subyuga a quienes lo visitan. Una mixtura de sus orígenes europeo, amerindio y africano que se advierte también en su singular gastronomía, el eclecticismo de su arquitectura, el sincretismo religioso y la estridencia de su música y de las artesanías que ofrece.
“Su belleza está hecha de piedra y sufrimiento”. Jorge Amado habla del Pelourinho, más que el centro histórico de la ciudad, el alma de Salvador. El más famoso escritor brasileño nació, sin embargo, en Itabuna, a más de 440 kilómetros al sur de esa ciudad en la que “hay una iglesia por cada día del año”. La casona que habitó –su fuente de inspiración, pintada de celeste impactante, de cuatro niveles y con una cúpula desde donde se vislumbra una imagen inigualable de la bahía–, donde ahora funciona su fundación y es un colosal centro cultural, es el corazón de este centro histórico, además de un símbolo de su cultura y de su pasado. “El Pelourinho era el tronco donde los negros esclavos eran castigados. Los sacaban de los grandes obradores para pagar con su sangre por los más diversos conflictos en las piedras de encausamiento. Son negras como los esclavos, pero con el sol del mediodía brillan más por sus reflejos y su sangre”, relató el autor de Doña Flor y sus dos maridos, que en buena parte transcurre por sus adoquines. Es el barrio más antiguo de la ciudad, el más alto. En la época colonial, tuvo un crecimiento caótico y enorme, se multiplicaba allí el comercio de esclavos y convirtió a Bahía en la mayor metrópolis de población negra, fuera de África. Se destacan sus edificios multicolores de tono pastel, de estilo barroco portugués, muchos de ellos reconstruidos una y mil veces, iluminados de diversos modos. Nombrado Patrimonio de la Humanidad, representa una riqueza universal arquitectónica única, un museo a cielo abierto.
En cada rincón se advierte también la historia de un enclave que tuvo su esplendor económico cuando dependió de la exportación del azúcar, que luego se introdujo en la cultura del tabaco y también de la ganadería vacuna, pero que siempre concitó la especial atracción por el oro y los diamantes que los esclavos extraían desde las minas en favor de sus amos, y que le procuró una descomunal opulencia a la ciudad. Por caso, en el Museo Afro-Brasileiro, en pleno Pelourinho, se puede reconocer esa historia y encontrar vasto material del candomblé, la religión tan arraigada en las culturas afrobrasileñas y afrocolombianas. Otro sitio de culto tanto para bahianos como visitantes es el Dique de Tororó, el único manantial natural de la ciudad, que posee un embalse de 110.000 m3 de agua, en el que se combinan ritos africanos y católicos. Es un lugar considerado sagrado, ya que el lago alberga ocho estatuas femeninas que representan, justamente, el candomblé. Realmente es una experiencia inolvidable asistir a alguna de las frecuentes ceremonias que combinan ritos africanos y católicos.
DE ARRIBA ABAJO
En ese casco viejo se advierten múltiples registros de la Corona portuguesa que hizo de Salvador la primera capital brasileña hasta finales del siglo XVIII. Son imperdibles los paseos por la Plaza Municipal y las zonas del Largo de São Francisco y el Santo Antônio Além do Carmo, para deslumbrarse con centenares de iglesias que datan de los siglos XVI, XVII y XVIII, y que demuestran el gran arraigo religioso de su gente. Una de ellas es la de Nosso Senhor do Bonfim, sobre la península de Itapagipe, de estupendo estilo neoclásico. O el Convento de San Francisco, de carácter barroco, construido en el siglo XVI, una de las iglesias de mayor magnificencia del Brasil, con sus 100 kilos de oro y azulejos enviados desde Portugal en 1743. La más atrayente, la Catedral bahiana, majestuosa y con sus tres siglos de antigüedad y su arquitectura manierista, se ubica frente a la Praça da Sé, que conecta al Terreiro de Jesús, donde pululan las tiendas y los locales gastronómicos que día y noche desbordan de turistas durante todo el año.
Cerca de la Basílica de Nossa Senhora de la Concepción, en la plaza Cayrú, junto a la costa, se encuentra el popular Mercado Modelo, un edificio neoclásico que contiene 259 puestos de venta. Indispensable para adquirir, a buenos precios, los tradicionales recuerdos de Salvador y aprovechar los botecos, restaurantes y cafés populares que los circundan.
Otro imperdible es el carnaval bahiano, interminable por su intensidad, sus particulares tradiciones y su espíritu desenfrenado. Para muchos es el más divertido de Brasil, nada menos. Y lo certifica el dato de que las celebraciones recorren cerca de 25 kilómetros por sus calles: los trios elétricos son escoltados por millones de brasileños y de visitantes de todo el mundo –no son cifras exageradas– saltando y bailando al ritmo de millares de grupos, entre los que se destacan el Olodum y el Filhos de Gandhi, los más tradicionales, que expresan su origen en las tradiciones africanas.
Desde lo alto de la ciudad se puede bajar a la costa, a la denominada Ciudad Baja, por un ascensor público, mecánico, que fue instalado en el siglo XIX, aunque con el correr del tiempo fue modernizado y actualizado de acuerdo con la tecnología. Ubicado en el barrio de Comércio, en el corazón financiero de la ciudad, es otro de los grandes atractivos, porque incluso desde sus torres de 72 metros de altura se aprecia la espectacular bahía de Todos los Santos.
LA INMENSIDAD BLANCA
Claro que una de las distinciones más importantes de la ciudad son sus más de 50 kilómetros de arenas blancas. En Salvador se encuentra una de las costas más extensas de Brasil, que va desde Inema hasta Flamengo, de temperaturas tropicales, impresionantes paisajes marítimos y animadas actividades culturales. En todos los lugares surgen de la nada las cervezas extraordinariamente heladas o los vendedores ambulantes de queijo coalho, esos trozos de queso derretido en unos adminículos también increíbles, con su carbón encendido incluido…
Porto da Barra es una de las playas más atractivas, la única de la ciudad alta emplazada sobre la bahía de Todos los Santos, muy cerca del Fuerte Santa María, otra muestra de su arquitectura barroca, junto a la Praia do Farol da Barra, que cuenta con una serie de rampas y pasarelas desde donde miles y miles suelen observar fabulosas puestas del sol. En el interior del complejo funciona el pequeño Museu do Arte Moderno, famoso además por su extraordinario restaurante de comida típica y los conciertos de jazz.
A la Ondina se la relaciona con los lujosos hoteles, muy cercanos, sus aguas transparentes y su infraestructura turística. Luego están la particularmente familiar Stella Maris y una de las más famosas por su ambiente bohemio, la de Itapuã, mencionada y agasajada en canciones populares de ídolos brasileños como Vinicius de Moraes, Dorival Caymmi y Caetano Veloso. La Flamengo es la última playa hacia el norte de la ciudad, con su gran cantidad de cocoteros y arenas suaves. Otra de las más populares es la Praia do Forte, alejada del centro, a 70 kilómetros, que deslumbra entre otras cosas por sus riquezas ecológicas, además de ser sede nacional del proyecto para la protección de las tortugas marinas Tamar/Ibama, un sitio deslumbrante en el que el visitante puede aprender sobre el papel clave que cumplen en la naturaleza esas especies.
Claro que no menos recomendable es una visita a la península de Maraú, área de protección ambiental, alejada a unos 370 kilómetros de la ciudad, que contiene a una antigua aldea de pueblos originarios y a paradisíacas playas desérticas, como la Taipus de Fora, elegida entre las mejores del país: cautiva por su tranquilidad y sus aguas cálidas, y también por sus piscinas naturales que aparecen al atardecer cuando baja la marea y permite sumergirse en arrecifes de coral, como así nadar en una muy rica biodiversidad marina.
Por supuesto, además, en todos esos sitios son más que comunes los pequeños grupitos que inventan sambas de la nada, en cualquier rincón, con los instrumentos que sea. O en plena calle, en la playa o en recintos más apropiados, se ven las mil y un demostraciones de un muy difícil arte marcial afrobrasileño que encuentra en Bahía su sitio ideal en el mundo: la capoeira. Combina danza, expresión corporal, música y acrobacias, y fue desarrollado por descendientes africanos con influencias indígenas. Son movimientos rápidos y complejos que requieren extrema agilidad de brazos y piernas para ejecutar patadas, fintas y pinzas, en forma individual o en versión de lucha. El instrumento más común con el que se ejecuta la música que acompaña los movimientos es el berimbau, una especie de arco musical de cuerdas, y por supuesto cajas, calabazas, bombos y bombines.
Dicen que no hay capoeira como la que se ve en Salvador de Bahía. Otro de los atractivos imperdibles para recorrer esa ciudad que es “poesía pura”.
ENTRE EL MORRO Y LA ISLA
El Morro de São Paulo está situado en la parte norte del archipiélago de Tinharé. Imperdible su pintoresco pueblo y sus playas de ensueño: una justamente lleva el nombre de Praia do Encanto, y por su oleaje seduce a surfistas y bañistas. Claro que el paseo sería incompleto si no se llega a la isla de Itaparica, que no es sino un pequeño paraíso tropical, aunque para llegar a él se requiera un viaje de 25 minutos en catamarán. Un lugar formidable con fama de ser apropiado para la juventud, pero que las familias también disfrutan a pleno por sus espléndidas playas y un casco histórico que vale la pena recorrer.
DATOS ÚTILES
CÓMO LLEGAR
Salvador fue fundada como “São Salvador da Bahia de Todos os Santos” en 1549. Se encuentra en el noroeste del país, sobre la costa del océano Atlántico. Es la capital del estado de Bahía y primera capital del Brasil colonial. Está a 1211 km de Río de Janeiro y a 1827 km de Brasilia, la capital del país. Quienes quieran ir en auto desde Buenos Aires deberán recorrer 4127 km partiendo por la RN 14… También es posible llegar por autobús: la terminal se encuentra en la parte nueva de Salvador, a 14 km del centro.
El Aeropuerto Internacional de Salvador de Bahía se llama Luis Eduardo Magalhaes y es uno de los más importantes del país. Allí operan diariamente una gran cantidad de vuelos internos que conectan con las principales ciudades brasileñas y diversos puntos de América del Sur, Estados Unidos y Europa.
Otra forma de llegar a Salvador es en barco, porque la ciudad cuenta con un gran puerto en el que suelen estacionar diariamente muchos cruceros que también recorren otras playas e islas.
GASTRONOMÍA
Con carácter propio, la gastronomía bahiana mezcla sabores autóctonos, tradiciones europeas y la influencia de los esclavos africanos. La cocina de Salvador se puede saborear en las calles, en las playas y también en sofisticados restaurantes. Los acarajé son bollos fritos de feijao relleno con camarones. Son imperdibles la moqueca (mariscos y pescados en leche de coco), la casquinha de siri (carne de cangrejo servida en su caparazón) y las dulces cocadas (postre frutal con coco, leche y azúcar).
CLIMA
Destino de playa, aprovechable durante todo el año y buena parte de cada una de las jornadas por su clima tropical cálido y bastante húmedo, con temperaturas altas, aunque por la cercanía del océano y los vientos que influyen sobre la ciudad, no presenta sensaciones térmicas.
FIESTAS
Más allá del carnaval bahiano tan famoso y atrayente, las festividades populares se concentran en el verano, pero se extienden durante todo el año. Proliferan las muestras al aire libre de capoeira, samba y la rueda de maculelê. El principal componente de la noche bahiana es la alegría. Al caer el sol, se despliega un inagotable abanico de fiestas en las calles, restaurantes, bares y clubes nocturnos para bailar durante horas.
ARTESANÍAS
Salvador de Bahía ofrece todo lo que el visitante requiera. Por empezar las artesanías, en el Mercado Modelo, pero el abanico abarca también música, vestimenta y objetos de arte. Desde los pequeños puestos y vendedores callejeros, hasta locales de recuerdos o los grandes centros comerciales. Una leyenda dice que todos esos artículos, en Salvador de Bahía, se convierten en una tentación irresistible, y a precios razonables.