Todos vivimos con recuerdos imborrables. De cada parte de mi familia tengo algunos aromáticos y sabrosos. De mis abuelos paternos me acuerdo cada vez que veo arvejas, y pienso en el puré verde. Mientras que, del lado materno, son muchas las frutas, las verduras y los cortes de carne que me rememoran las recetas de la abuela Argentina. Siempre que nos invitaba a tomar mates, estos estaban acompañados de rosquitas empapadas en almíbar. Eso sí, con trapito mojado en el centro de la mesa para limpiarte los dedos pegajosos. Los ingredientes son pocos, pero el resultado es… ¡panza llena! Ahora que soy abuela, las preparo con amor para mis nietas Victoria, Violeta y Valentina.
Ingredientes
Entre 8 y 12 huevos según el tamaño 2 tazas (500 gramos) de harina leudante Jugo de limón, mandarina o esencia de vainilla c/n
Almíbar:
- 200 g de azúcar c/n
- 200 cm3 de agua c/n
Preparación:
Primero batir bastante los huevos (el mayor tiempo posible) con batidora. Incorporar la harina leudante y agregarle un chorrito de jugo de limón, mandarina o vainilla.
Ir tomando la masa con la batidora o con un tenedor –como si fuera la masa de los tallarines–; no se te tiene que pegar en los dedos. Si se pega, le vas tirando un poquito más de harina. Luego armamos las rosquitas o los bastoncitos, pueden hacerse de las dos formas. No deben ser muy grandes porque tienden a agrandarse luego por la harina leudante.
Antes de empezar a fritar hay que armar el almíbar. Esto es azúcar y agua. Si estamos haraganas –como decía Blanca Cotta–, se puede cambiar por miel. A cualquiera de las dos opciones se las pone en la fuente donde se van a servir las rosquitas.
Una vez que está caliente el aceite –como si fuéramos a freír empanadas–, se fritan vuelta y vuelta. Luego, de vuelta en la fuente, se van girando las rosquitas en el almíbar o se le va agregando más para que no se sequen.
Si sobran, deben quedar en el almíbar.
¡Espero que las disfruten!