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LUCIANO CASTRO: “NO TRABAJO PENSANDO EN QUÉ DIRÁN”

Fue futbolista y llegó a la selección sub-17, fue estrella juvenil y galán de novela. Es, sobre todo, un hombre que aprovechó sus oportunidades y herramientas para crecer en un oficio que, asegura, lo acerca a la verdad.

No es una novedad: la presencia de Luciano Castro es imponente. Cada movimiento (y hay muchos, porque gesticula permanentemente) produce un desfile de contracciones musculares casi hipnótico. Su voz cascada, que eleva como si estuviera en el teatro y necesitara hacerse escuchar por las filas más alejadas, es inconfundible. Sus entrenamientos, fotos en cueros, avatares sentimentales desmenuzados en portales y programas de chimentos son lo primero que uno encuentra al guglear. Esa abrumadora y avasallante presencialidad da la idea errónea de abordar al personaje.

Luciano Castro (Foto: Alejandra López).

Hay mucho más Luciano Castro que lo que se ve a un par de clics de distancia. Es un actor que se asume como vago, aunque ya lleva más de treinta años dedicado a un oficio en el que la mayoría de las veces sintió que debía dar todo de sí para estar a la altura de sus compañeros. Admirador de actores desde que se sentaba a ver películas en el sillón con su abuela, en Mar del Plata, habla con fascinación de los colegas con quienes compartió proyectos. Este año se embarcó en el desafío más grande de su carrera, un unipersonal al que llega con un largo recorrido arriba y detrás del escenario, con el background necesario para animarse a dar un paso más allá de lo acostumbrado al protagonizar Caer (y levantarse). “Las inseguridades que te genera el unipersonal son hermosas. No me había pasado nunca, y no lo digo por canchero. Estar a la altura del texto no es fácil. Y estar solo es complicado, yo me había habituado a apoyarme en mis compañeros, en seguir su energía, que me levanten la vara o me salven, eventualmente. Esto es un vértigo extra”, confiesa.

  • ¿Por qué tomaste la decisión de meterte en esta?

Hablé mucho con Mey Scapola, que dirige la obra, y me ayudó a ver que era momento de que hiciera algo mío, un proyecto propio. Y me pareció muy atractivo. Después de tantos años de laburar, nunca había hecho nada por mi cuenta. Siempre laburé para todo el que me contratase. Esto no solo tiene otro sabor, sino además este vértigo que te comentaba, porque hay una responsabilidad que desconocía. Va más allá de poner dinero. Todos saben que esto es nuestro, y eso es inmenso. Lo único que quiero es que salga bien, no tengo otra pretensión.

Con 17 años, Luciano acompañó a un amigo al casting de un programa que marcaría un hito en la televisión argentina: Jugate conmigo. Como suele sucederle, no pasó desapercibido y una productora lo convenció de audicionar. Ahí comenzó su camino en los medios. Rápidamente se convirtió en uno de los más visibles en un elenco amplio de chicos y chicas de una belleza hegemónica indiscutible. Entre juego y juego, el programa incluía pequeños segmentos de ficción, que ellos desarrollaban a los tumbos. Nuevamente, vieron en Luciano que había algo más. “Gustavo Yankelevich se me acercó y me dijo ‘Si querés vivir de esto, no alcanza con ser lindo, tenés que estudiar’, y me presentó a Raúl Serrano. Lo escuché, me puse en marcha y me anoté para estudiar. Hoy creo que esa fue mi salvación, no sé qué hubiera sido de mí si no llegaba ese consejo”, cuenta.

  • Antes de que te vieran, ¿se te había ocurrido en algún momento que quizá podrías llegar a ser actor?

No sé, me resultaba atractivo ver a los actores y actrices, pero no pensaba que yo podría ser uno de ellos. En Mar del Plata, después de las 12 de la noche, en la tele solo quedaban dos canales. Mi abuela miraba las películas de Marlon Brando, Jack Palance, Anthony Quinn, en blanco y negro. Yo, como no me dormía temprano, me sentaba con ella. Mi abuela me molestaba con eso, me decía que yo era su Marlon Brando, que yo era un payaso, que iba a ser actor. Y a mí me daba vergüenza, porque en el fondo me gustaba. Siempre estuve en otro palo y en otra vida, pero cuando se me presentó la oportunidad, la tomé. A las oportunidades hay que acompañarlas en algún momento. Porque podés tener una, dos, tres, pero si no ponés de tu parte, te quedás en nada.

Luciano Castro (Foto: Alejandra López).
  • ¿Qué encontraste en la actuación?

La verdad. Si algo me molesta, son las injusticias y los caretas. En la actuación, lo que cualquiera destaca es si la cree o no. Si vos ves un actor y le creés, compraste todo, compraste el cuento. No te importa si vende pochoclos, no te importa nada. Está en la verdad del actor o de la actriz. Y la vida es eso. A mí decime lo peor que me tengas que decir, pero decime la verdad.

«Si vos ves a un actor y le creés, compraste todo, compraste el cuento».

  • ¿Te costaba sentirte a la par del resto?

Muchísimas veces, pero siempre me planté para hacer lo mío y acompañar. Cuando tuve que hacer mi primer papel como actor, mi papá era Luis Luque y mi mamá Mirtha Busnelli. Entré al piso agarrado al libreto, aferrado, con un miedo que no te lo puedo explicar. Pipo Luque me lo sacó, lo revoleó y me explicó todo: “Vamos a hacer esto. Ella es tu mamá, lo que está pasando es esto”. “Osito, tranquilo. Vos seguinos”, me dijo Mirtha. Yo no sé si estaba capacitado para eso, pero lo hice. Mi personaje era un médico, yo tenía que decir “Laparoscopía exploratoria, urgente”, y casi me agarra un ACV. Era muy pibe yo, pero me potenciaban los actorazos que tenía al lado. En Chiquititas estuve con Tenuta y Miglioranza, dos actores que nos ponía Cris Morena para que nos levantaran. Aprendí cómo apoyarme en un actor. Después, en RR DT, me tocaba ir a la cancha, y los jefes de la barrabrava eran Carlos Belloso y Diego Peretti. Te pegaban unos paseos artísticos que agradecías. Siempre con gente que no permitía que te fueras vacío. Y aprendés o quedás afuera, porque hay 40 como vos esperando para ocupar tu lugar. Hasta que Echarri no decidió correrse y hacer otras cosas, por ejemplo, yo nunca pude pisar como protagonista. Él era el morocho; y Arana, el rubio. En aquella época, la tele era así, literalmente. Había que estar listo para el momento. Y yo lo estuve.

  • Algunos profesores de teatro dicen que lleva unos diez años de actuación convertirse en un actor de verdad…

Sí, y es tal cual. Yo a los 17 años empecé a estudiar con Serrano, y mi primer protagónico lo tuve a los 30, en Lalola. Estaba repreparado. Trabajé con Luis Ziembrowski, el Puma Goity, Rafa Ferro, Pablo Cedrón, Muriel Santana. Todos estaban por sobre mí, pero me paraba mano a mano y no me faltaba nada. Podía tener más o menos miedo, más o menos inseguridad, pero estaba plantado. Tenía mis herramientas.

Durante cinco años, Luciano llevó adelante un trabajo silencioso en paralelo a la actuación. Se desempeñó como gestor artístico de Javier Faroni en el detrás de escena de algunos espectáculos. El armado de elencos, convencer a sus colegas y coordinar diferentes aspectos que luego quedarían en manos del director del proyecto, con quien adquirirían su forma final, fue una tarea que lo preparó para este nuevo reto. En ese rol, desarrolló las obras Desnudos, El divorcio y El beso, que también lo tuvieron sobre el escenario. “Cuando lo hacés para otro, hay una responsabilidad menor. Sobre todo, es el dinero del otro. Acá no. Lo que pasa es que en esa responsabilidad que vos podés delegar al otro, es un montón lo que aliviás. Ahora armamos un equipo de gente muy importante para sentirnos seguros. Mey fue y buscó a los mejores en cada área, eso le da prestigio al producto. Yo sé que todo está bien hecho. Después, si a mí me matan por cómo actúo, no me importa”, dice.

  • Sí te importa, porque es parte de que le vaya bien al espectáculo…

Bueno, pero me importa de los que me importan. Yo en eso fui siempre igual. No me da lo mismo que me lo diga alguien que no conozco a que me lo diga Mey. Y no porque me crea mejor que el que no conozca, sino porque no sé desde dónde me habla, qué piensa, cuál es su subjetividad. Yo no trabajo pensando en qué dirán. Sería una locura, no podría ni salir de mi casa. No podés actuar así, no se puede vivir pensando en qué van a decir lo demás. Yo tengo que trabajar pensando en lo que me dijo Mey, en lo que armé con ella, en lo que trabajamos juntos.

Luciano Castro (Foto: Alejandra López).
  • ¿Es el trabajo que más requirió de vos?

Sí, mucho más de lo que yo esperaba. Me lo había dicho ya mi novia, me lo dijo mi directora. Mey me puso una condición, palabra más, palabra menos: “Yo dirijo”. Hay un verticalismo, por más amistad y cooperativismo que haya. Basándose en lo vago que soy. Y eso a mí me puso en un lugar en el que nunca había estado.

  • ¿Cómo es eso?

Soy vago. Sé que debería ensayar y estudiar más, y no lo hago. Porque con lo que tengo me siento seguro. Es un suicidio enorme, porque en cuanto esto se te movió un poco, estás en bolas. Cuanto más te capacitás y más estudiás y más sabés, estás más seguro. O sea, yo tengo un mano a mano con los textos de toda la vida, lo primero que me importa es cómo lo voy a hacer, si tengo un conflicto, el arco, cómo empiezo, cómo termino. En una obra de teatro, si yo termino acá pegando un grito, tengo que empezar desde acá a generarlo. Un montón de cosas de la actuación que las tengo incorporadas y con las que yo consideraba que me alcanzaba. A partir de ahí, empezaba a apoyarme en los compañeros. Como buen egoísta que soy, sé que cuando vos te apoyás en los compañeros, enseguida crecés. Acá no existe todo eso, entonces, me encontré haciendo cosas que, después de tantos años de laburo, nunca había hecho.

  • ¿Esta vez se te movió?

¿Si se me movió? No, se me cayó toda la estantería como cinco veces. Todo. Y llamamos a más gente para que acomode lo deforme que soy. Esas cosas que me pasan me encantan, soy un privilegiado, porque no sé cuántos colegas tienen esa posibilidad.

 

PASIÓN POR EL DEPORTE

Caer (y levantarse) tiene al boxeo como escenario. Es el deporte favorito de Luciano, el que compartió desde chico con su papá y su padrino. Durante años soñó con ser boxeador. Lo más cerca que estuvo de una carrera deportiva, sin embargo, fue en el fútbol: fue arquero en las inferiores de Argentinos Juniors, donde jugó junto a Juan Pablo Sorín, Esteban Cambiasso y Federico Insúa, entre otros. Por su buen rendimiento, fue convocado a la selección sub-17 por Reinaldo “Mostaza” Merlo. Allí integró plantel con jugadores como Marcelo Gallardo y Juan Sebastián Verón. Finalmente, quedó fuera de la lista del mundial de la categoría y decidió dejar el fútbol. Ya sin pretensiones profesionales, siguió dedicándose al surf, el boxeo, la natación y las pesas como aficionado.

 

 

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