Con el tiempo, adquirió el don de la ubicuidad: José Palazzo siempre está por delante, es innegable, responde, se mueve, no se pierde detalles; pero, al mismo tiempo, su mente se proyecta en múltiples direcciones, imaginando pormenores de proyectos confirmados, tanteando opciones para aquellos por los que aún negocia y elucubrando nuevos. Esa mente es una zona prolífica en la que Palazzo no habita más de lo necesario: entra, busca lo que necesita y vuelve a salir para bajar aquello a la realidad. No es un soñador, sino un hacedor. “Cuando soñás demasiado y no lo llevás a la práctica, tus ideas pasan a ser proyectos de otros” es una de sus máximas. Con voz áspera y curtida, un brillo que matiza una mirada intensa y una sonrisa que se le escapa por las comisuras de los labios, incontenible, llena cada espacio que ocupa. Su presencia se hace notar, inevitablemente.
Lleva casi la mitad de su vida dedicada en buena medida al festival que siente como un tercer hijo: el Cosquín Rock, que nació para aprovechar los recursos ya invertidos en el tradicional festival de folklore de esa localidad cordobesa, y hoy es una marca de exportación que tuvo fechas en Uruguay, Chile, Bolivia, Colombia, México, Perú, Paraguay, Estados Unidos y España. Este año llega a su vigésimo quinta edición consecutiva en Córdoba. “Va a ser una edición muy especial, no solo por este aniversario, sino porque muchos de los artistas que van a tocar llegan en un momento muy bueno. Hay dieciséis que hicieron estadios en el último año y van a tocar en el Cosquín. Quiere decir que el festival es muy respetado por ellos. Además, tenemos la vuelta de Los Piojos, algo muy emotivo y muy importante a nivel convocatoria. Después de quince años vuelven a Cosquín, el único lugar del interior del país que eligieron para este regreso”, afirma.
Cuando era chico, el primer disco que recibió como regalo fue uno de Piero. Lloró durante una semana, pero no de la emoción: él había pedido uno de Kiss. A los doce años, su mamá le regaló lo que creía que era una guitarra, pero en realidad era un bajo. Las confusiones, lejos de alejarlo de la música, el filtro con el cual observó el mundo durante toda su vida, le permitieron ampliar sus horizontes. Cuando vio a Charly García tocando en el estadio de Atenas, como parte de la gira Yendo de la Cama al Living, quedó deslumbrado. “Arriba o abajo del escenario, quiero dedicarme a la música”, pensó. Y lo consiguió.
“El rock no va a morir jamás. Lo que pasa es que el rock ha mutado”.
La producción no fue un sueño concreto, sino una consecuencia de su curiosidad creciente. Como bajista de Rouge and Rock o, más adelante, de Los Mentidores, siempre se interesó por la manera de ofrecer un mejor espectáculo. “Era el encargado de conseguir el engrudo para pegar los afiches, hablaba con el dueño del bar para que, en vez de pagarnos un determinado cachet, usara ese dinero en luces y sonido, o nos pusiera una tarima más grande, para que el show estuviera bueno”, recuerda. En paralelo, fiel a la tradición de su familia paterna, se recibió de abogado, aunque nunca ejerció. Fue construyendo una carrera en medios, con programas de radio y televisión, y con el cargo de gerente de programación de la señal de cable VCC, donde pulió sus herramientas de producción y abultó su agenda de contactos. Toda esa preparación desembocó en la producción de shows, un oficio que se reveló complicado desde el primer intento: solo vendió, según cuenta, una treintena de tickets para el espectáculo de Marky Ramone. Aquello cambiaría, por supuesto. Productor, bajista y conductor de La casita del blues, en Cosquín Rock Radio, solo reconoce lo primero como trabajo. Lo demás es terapéutico. “Todo el tiempo pienso en cosas. Ahora mismo, en esta charla en un bar de Buenos Aires, veo que hay unos zócalos con lucecitas que me disparan algunas ideas, por ejemplo. Solo tengo dos momentos de mindfulness: cuando leo y cuando toco. Para tocar música, tenés que pensar en el ritmo, en la melodía y en el tiempo. Quedan muy pocos huecos para pensar en otra cosa. Si estás concentrado, disfrutás muchísimo la música y se te pasa volando. Y cuando leo, sobre todo novelas, me dejo llevar por la trama y eso me pierde, me saca del mundo. Son momentos en los que el teléfono está bien lejos, o incluso apagado”, cuenta.
- Y cuando lo prendés, tenés miles de notificaciones…
Sí, pero bueno, es parte de la profesión que elegí. Y me encanta que así sea, que me llamen, gestionar varios frentes a la vez. Lo sé hacer y lo disfruto. Ya llegará un tiempo para estar menos ocupado.
- ¿Nunca te sentiste pasado?
Siempre sentí que estaba desbordado, pero siempre encuentro el momento para acomodar las cosas. Hace unos once años acomodé muy bien mi agenda, dejé los malos hábitos y las adicciones, y me concentré en acomodar las reuniones. Soy muy fanático de la puntualidad, sé cuánto dura una reunión y sé cuándo pararme para darla por terminada. Eso hace que mis tiempos sean muy útiles. Mi tiempo libre fue más rico y más reparador. No tomo nada a la ligera y no doy nada por sentado.
- ¿Existe tu tiempo libre? Te manifestaste en contra del ocio alguna vez…
Sí, existe. Pero no un ocio de estar acostado en la playa. Eso no lo he logrado y calculo que no podré hacerlo nunca. Me gusta el ocio como oportunidad para descubrir, conocer, hacer. Estoy estudiando para ser sommelier, porque soy fanático del vino, y eso lo considero tiempo libre. Cuando viajo, combino trabajo con placer.
- ¿Cómo es eso?
La música es el hilo conductor de mi vida. Me ayudó en todo. Los malos momentos los pasé con música, los buenos momentos los celebro con música. Y en mis ratos libres veo recitales, en mis vacaciones siempre voy a algún festival. Lo he hecho toda mi vida, desde que tuve la posibilidad económica. Mis dos hijitas siempre me decían “Papi, ¿cuándo vamos a ir a una playa?”. Querían vacacionar como la gente normal, no en festivales. Nuestras vacaciones han sido en carpas en Glastonbury o en Roskilde, viviendo como un fan más los festivales. Al mismo tiempo, eso me traía muchísimas ideas para aportarle al Cosquín. Así que siempre la música para mí fue lo más importante, es el norte que me guía.
Tras décadas de trabajar junto a roqueros y figuras de otros géneros, cultivó el arte de la paciencia. Caprichos, desplantes, desbordes, exigencias, travesuras, maldades, sinsabores e irresponsabilidades son algunas de las situaciones que tuvo que abordar. Las anécdotas se amontonan y podría estar durante horas hilando una detrás de otra sin que se le terminen. Entre sus greatest hits figuran las mil peripecias para conseguir que Charly García cumpliera lo pactado y diera los shows acordados en tiempo y forma (sin conseguirlo en muchas ocasiones); las mentiras sobre el horario de inicio del espectáculo a Pity Álvarez, para contrarrestar el placer del músico por llegar siempre un par de horas tarde (hasta que una noche, sorpresivamente, llegó al horario pactado y las cosas no estaban listas para semejante sorpresa); o el regreso de Callejeros a los escenarios luego de Cromañón, que motivó amenazas de muerte a él y a sus familiares. “Muchas de las cosas que me fueron pasando parecen irreales, pero sucedieron de verdad”, relata.
- ¿Te las tomás con gracia?
Con el tiempo, sí. En el momento la pasé muy mal, al punto de replantearme mi carrera. Muchas veces dije “Nunca más hago esto”. Después, cuando pasan los días y las semanas, empiezo a tomar las cosas con humor. El humor es una herramienta a la que apelo siempre, ayuda a quitar presión, angustias, temores. Todo se acomoda, y ese “Nunca más” termina siendo como cuando tenés una fuerte resaca y decís que no vas a tomar más. Igual, ese tipo de situaciones pasaban antes, ya no.
- ¿No quedan personajes de ese estilo?
Ha cambiado mucho la industria de la música, las situaciones son totalmente distintas. Hoy los artistas tienen un paso más corto por el underground y, entonces, tienen que profesionalizarse de una manera más veloz y buscar herramientas para aprender lo que, a lo mejor, una banda aprendía en quince años. Ya no quedan personajes de esos. Gracias a Dios, porque si bien es muy pintoresco y divertido, el público y los productores los sufríamos mucho.
- Mil veces se habló de la muerte del rock, ¿cuál es su vigencia?
No va a morir jamás. Lo que pasa es que el rock ha mutado. El rock en el sentido histórico de duplicar la velocidad del blues, como decía Chuck Berry, hoy es un nicho. Hoy hay artistas de rock y hay artistas populares que tienen un comportamiento que, para mí, es del rock. Hoy hay pogo en Wos, en Dillom, en Ca7riel y Paco Amoroso, en los Swagger Boys, aunque a lo mejor su música no es rock. Sin embargo, forman parte de nuestro rock argentino. Muchos artistas de trap o hip hop, cuando se cruzan con algún artista de rock, manifiestan mucha admiración.
A un mes del Cosquín Rock 2025, José Palazzo no para. Lo que demanda el festival no cubre la cuota de energía que posee: está, mentalmente, en octubre, pensando y programando shows y la edición 2026 del festival. También se ocupa del documental que registrará estos primeros 25 años de historia, la proyección internacional del festival, la programación de La plaza de la música, en Córdoba, y la de los centros culturales a su cargo: “Siempre estoy pensando en el futuro”.
COSQUÍN ROCK Y EL PASO DEL TIEMPO
En un cuarto de siglo, las cosas cambiaron mucho. No solo los artistas y la industria son diferentes, sino que el público también pide cosas distintas: “Ahora la gente exige más servicios, poder disfrutar más de los momentos previos o posteriores al recital, que la salida y los ingresos sean lo más cómodos posible. Por eso, se cuidan más esos detalles y estamos aceitando los mecanismos de pago y los accesos digitales para que todo sea más ágil. El festival está en permanente cambio y en la búsqueda de que la gente viva una buena experiencia. Queremos que sea la mejor salida del año para cada uno”.
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