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Luciano Lamberti: “Cada libro te enseña cómo escribirlo”

Fotos:
Cecilia Casenave
En pleno boom de la literatura de género en la Argentina, Lamberti se consolida como uno de sus autores más originales. Obtuvo el premio Clarín de Novela con Para hechizar a un cazador. ¿A qué le teme un escritor de terror?

Algunos tuvieron pesadillas con mis libros y eso está buenísimo, me meto en sus vidas”, confiesa Luciano Lamberti con ojos grandes y ceño fruncido, como queriendo inquietar con su mirada. Enseguida suelta una carcajada y el clima se distiende. Lamberti no asusta, su literatura sí. Nada de lo terrorífico que hay en sus historias hay en su personalidad, es un tipo gracioso, tranquilo, conversador y reflexivo. Entró a la librería donde fue el encuentro para la charla de Convivimos como si fuera un cliente más, solo que, en la puerta del local, un afiche anunciaba la presentación de su última novela esa tarde.

Para hechizar a un cazador da miedo, genera intriga, también repulsión, y hace pensar, formular preguntas sobre la esencia humana y su oscuridad. Además, plantea cuestiones sociales, de clase. Así, a lo largo de más de cuatrocientas páginas, logra su cometido de “perturbar” al lector. La historia se mueve en el tiempo, pero está enmarcada en el contexto de la última dictadura y el dolor de unos padres por la muerte de su hijo. “Hay una especie de memoria social sobre el tema que está bueno aprovecharla. Por otro lado, hay mucha sensibilidad y muchas posibilidades de meter la pata, porque las heridas están frescas”, comenta el autor nacido en San Francisco, Córdoba.

Por este trabajo recibió el premio Clarín 2023, algo que no esperaba, porque bromea que está más acostumbrado a perder concursos que a ganarlos. 

Más que el dinero que significó el galardón, dice que le sirvió la difusión que vino de la mano. Para hechizar a un cazador es su tercera novela junto a un sello internacional, el mismo con el que editó dos libros de cuentos. Su carrera comenzó con editoriales cordobesas cuando ya vivía en Buenos Aires, y desde 2006 hasta el momento suma más de diez publicaciones. Todavía le cuesta creer que haya personas que lo leen.

¿Qué significa el premio Clarín? 

Es mi décimo libro, ya ni sé cuántos publiqué. Lo mandé con la idea de ser finalista, tener el empuje de ser finalista del premio Clarín, eso me iba a dar más lectores. Porque es una novela medio experimental de terror, no tan lineal para leer. “No gana ni en pedo”, pensé. Tuve la suerte de que en el jurado son buenos lectores y que valoraron eso antes que lo comercial del libro. Es un libro que piensa en el lector, está construido para que te den ganas de leerlo. 

¿Qué buscás generar en el lector? 

En un primer nivel, me gustaría que puedan sentir la emoción física, que eso suceda está buenísimo, porque esa es la razón por la que seguimos viendo y leyendo historias, lo físico, la identificación con un personaje, la empatía, querer saber qué le pasa, sufrir o disfrutar con él, vivir otra vida. Después, en una segunda instancia, alguna reflexión, quedar un poco resonando. A mí los libros me cambiaron la vida, a los 16 años leí a Cortázar y me la cambió. No puedo pretender cambiar la vida porque es demasiado, más si sos adulto, que ya nada te la cambia…, pero por lo menos me interesa quedar un rato resonando en su cabeza. 

¿Por qué elegiste la dictadura como trasfondo? 

No fue una elección. En realidad, empecé a escribir una novela de terror, preguntándome a mí mismo qué era lo más terrorífico que había leído en mi vida, y esto había sido La pata de mono, de [W. W.] Jacobs, incluso parodiado en Los Simpson. Ese cuento de los deseos a mí me encanta. A partir de eso, empecé a escribir sobre una madre que quería revivir a su hijo y no podía, al principio era enfermera, fue cambiando un montón. Después fui agregando capas y complejidades, ahí apareció la dictadura, porque necesitaba que la muerte del hijo fuera como lo más … si se muere alguien de una larga enfermedad, es una cosa; que te lo maten, es otra; que fuera como una injusticia que ellos intentan subsanar. Me pregunté cuál era la mejor época para situar el libro. Además, me interesa mucho la generación de mis padres, la de los 70, qué pasaba ahí, cómo eran ellos, la diferencia con nuestra generación, y ahí apareció la dictadura como tema, más ciertos juegos internos en el libro para potenciarla. Es una tradición, se ha escrito un montón, y yo no es que tenía que hacer algo nuevo, pero sí no algo viejo. 

Es tu novela más larga, ¿te lo propusiste como desafío? 

Quería escribir una novela que no fuera solo una historia lineal, sino que abarcara mucho tiempo, muchas clases sociales (hay un chico pobre, clase alta y media). Quería hacer una gran novela, la novela total, la que da cuenta no solo de una historia, quería abrirme y contar lo que estaba en los márgenes, porque la novela te lo permite. 

¿Estás en tu mejor momento como escritor o esto recién empieza? 

Recién empieza. Escribí muchos libros de cuentos, siento que todavía estoy aprendiendo a escribir novelas. Evidentemente, esta gustó, por algo la premiaron, y las respuestas que estoy recibiendo están buenas. Estoy aprendiendo lentamente. La diferencia es que en el cuento tenés el control, lo ponés en la mesa y está todo, en cambio en la novela, en la página trecientos qué sé yo cómo se va a sentir el lector, es difícil calcularlo, hay que perder un poco el control en ese sentido. Son muchos libros los escritos, pero uno siente que siempre está empezando de nuevo. Cada vez que arrancás un libro, tenés que abrazar los viejos y decir “En algún momento me salió”. Cada libro nuevo es aprender otra vez, es muy angustiante, pero está bueno, porque cada libro te enseña cómo escribirlo.

¿Hay algún lugar al que quieras llegar? ¿Querés ser el próximo Stephen King?

¡No! Quiero que la literatura sea un camino espiritual. Mi hijo tiene nueve años y yo le digo, medio cruelmente, que la vida no tiene sentido [se ríe], pero el arte sí. El arte es una forma de darle sentido a la vida. Uno intenta darle sentido a la vida de un lector o por lo menos generarle algunas preguntas. Además, uno descubre cosas de uno mismo cuando escribe, cosas que salen en la escritura como si fuera una especie de terapia casera. En términos simbólicos, uno se autoconoce de alguna forma, aunque nunca te terminás de conocer, todo es confusión y después nos morimos [larga una carcajada]. 

¿Por qué elegiste el terror y lo fantástico? 

La literatura es fantástica. Que vos puedas leer sobre un personaje que no conocés, que ni siquiera se parece a vos, y puedas ver lo que él ve, eso ya es fantástico. Y como género me parece muy rico, porque genera símbolos, cosas que todos sentimos. Yo digo que son metáforas objetivadas, todos nos sentimos invisibles, El hombre invisible; sentimos que tenemos un monstruo adentro, El doctor Jekyll (y el señor Hyde). Para todas las emociones humanas hay un símbolo creado por la literatura, que por ahí va cambiando su significado de acuerdo con el tiempo. Me parece más universal que el realismo. Al realismo yo lo veo como gente que va al Tigre porque quiere salvar a su pareja, son todas iguales, me aburre un poco, prefiero hacer eso que solo pasa en la literatura, que es la posibilidad de que haya una otredad, que de pronto en tu vida cotidiana, tan aburrida, tan sin sentido, algo de otro orden venga a chocarte y te haga ver tu propia existencia de forma distinta. 

¿Cuál es tu marca personal, la que aparece libro a libro?

Soy un escritor visual, me gusta ver lo que escribo. Trabajo con la tradición de la literatura norteamericana, que son escritores que leés y ves lo que pasa, y a veces de lo que ves tenés que deducir el sentido. Y también tengo tendencia a volver al pueblo, me tira. Esta novela empieza en Buenos Aires, pero toda la mitad transcurre en un pueblito que se llama San Ignacio, yo soy de San Francisco. Cuando empiezo a escribir, veo esta especie de paisaje medio rural, eso parece ser que es algo que repito mucho. Trato de no indagar demasiado, porque sería como matar a la gallina. Trato de no entender demasiado lo que escribo, sí entiendo la historia, pero no intento sacar la magia, porque me sigue pareciendo mágico. 

¿A qué le temías de chico?

Tenía miedo, pero no sabía a qué. Lo invisible, el miedo sobrenatural, pero sin cara. Además, me crie en ese clima del campo, mis abuelos contando historias que me daban tanto miedo que me tapaba los oídos, como la luz mala. 

¿Y ahora? 

Ahora me da miedo la muerte, que les pase algo a mis hijos, la falta de guita y la locura, esta idea de que en cualquier momento podés tener un brote es aterradora. La literatura un poco ayuda para limpiar, sí. 

LAMBERTI EN LIBROS 

Sueños de siesta (2016), cuentos.

Los campos magnéticos (2013), novela corta. 

La maestra rural (2016), novela. 

La casa de los eucaliptus (2017), cuentos. 

La masacre de Kruguer (2019), novela. 

Muñeca (2019), cuentos. 

Los abetos (2020), novela. 

En Gente que habla dormida (2022), además del inédito “Pequeños robos a la luz de la luna”, incluyó los cuentos “El loro que podía adivinar el futuro” (2012) y “El asesino de chanchos” (2010), que habían sido publicados por otro sello.

También ha publicado poesía y el Plan para una invasión zombie, donde reúne artículos escritos para distintos medios de comunicación. 

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