Roxana Salpeter es el alma mater del Viejo Hotel Ostende, al que convirtió en un faro cultural de altísimo nivel (y muy bajo perfil) en la costa atlántica. Su secreto es haber aprendido a conciliar el negocio del hospedaje con la movida bohemia.
Foto: Diego Medina
Hace medio siglo, los padres de Roxana Salpeter tuvieron el arranque de locura o genialidad de comprar el Viejo Hotel Ostende, al que encontraron en estado de abandono en la pequeñísima localidad balnearia del mismo nombre, vecina a Pinamar. “Todavía eran estudiantes de Medicina, y su idea era trabajar durante el verano para juntar plata”, cuenta su hija. Es ella quien está actualmente a cargo de este hospedaje bendecido por un aura literaria y cultural que se remonta, tal vez, a cuando Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo ambientaron allí su novela policial Los que aman, odian, y que se mantiene hasta hoy.
Por lo pronto, Roxana lo disfrutó a full en su infancia. “Era un lugar para jugar y un mundo por descubrir. Tenía a mis amigos del verano que iban todos los años, y aunque ser la hija de los hoteleros me daba un aura especial entre los chicos, la verdad es que, mientras los huéspedes veraneaban, mis padres tenían que trabajar todo el día y ni siquiera pisaban la playa”, cuenta.
Ya por entonces le agarró el gusto al oficio y ayudaba con gran desenvoltura en lo que hiciera falta. Recuerda un verano en que se hospedó allí Oscar “Ringo” Bonavena, por entonces en la cima de su carrera, y se acercó a la conserjería a pedirle la llave de su habitación. Ella sabía quién era, pero se comportó como una profesional y le preguntó el número; él le dijo que no lo sabía y ella le preguntó su apellido; lo buscó en el registro y recién entonces le dio la llave. “Después él le dijo a mi papá: ‘¡Qué brava la mocosa!’ –recuerda, y se ríe–. Yo era como una Mafaldita”. (Sin embargo, revela que una vez sí le flaqueó el atrevimiento: fue cuando, años más tarde, lo fue a conocer y entrevistar a Bioy en su casa de Recoleta).
Ya en esa época empezó la movida cultural del hotel, en forma absolutamente espontánea. “Mis padres tenían amigos artistas que querían ir, y a falta de dinero, pagaban la estadía con obras; pero además ofrecían hacer muestras y otros eventos. Yo empecé a planificar cada temporada para tener un programa variado y atractivo, para atraer a mucha gente amante de la cultura”, cuenta la actual dueña-gerente, que además es licenciada en Turismo.
Así, cada verano la agenda incluye muestras de arte, presentaciones de libros, lecturas, conciertos y talleres de escritura o artesanías. También hay una biblioteca circulante iniciada con los libros que suelen dejar los propios huéspedes “en agradecimiento por haber encontrado un lugar tan propicio para leer” –según aclara la gerente–, una filmoteca y una pequeña sala de cine con butacas compradas en un remate. Y si el clima lo permite, se puede disfrutar de la proyección de películas en la playa, de noche y con la pantalla paralela al mar.
Pero Roxana se siente especialmente orgullosa de que durante cinco veranos seguidos el Viejo Hotel Ostende fue sede de La Noche de las Ideas, un evento organizado por la Cancillería de Francia que se celebra en 50 lugares del mundo en forma simultánea. “Nos convertíamos en un centro cultural durante dos días en plena temporada –cuenta–, con actividades a todas las horas tanto en el hotel como en la playa, sin interferir con el funcionamiento normal del hotel y cuidando que los huéspedes se sintieran involucrados en lugar de invadidos”. Esto último le merece una aclaración necesaria: “También están los que vienen a alojarse a un hotel de playa y nada más, y son igual de bienvenidos”.
Pero lo que jamás va a revelar es quiénes son los artistas y escritores que suelen llegar fielmente cada verano: “Si alguno de ellos quiere contar que viene acá, genial, pero mi obligación es cuidar su intimidad”, explica. Un culto al bajo perfil, al punto que ni siquiera suelen hacer propaganda: “Se maneja todo por el boca a boca, y recién en los últimos años sumamos algo de redes sociales”, afirma.
Aunque normalmente vive en Buenos Aires fuera de la temporada, Roxana pasó estos dos últimos años de pandemia en Ostende: “Acá estoy mucho mejor, con el mar a una cuadra, aire libre y mucha tranquilidad. No hay nada como caminar por la playa y mirar el mar en invierno”, cuenta. Y admite que, tal como les ocurría a sus padres cuando estaban a cargo del hotel, ella tampoco tiene tiempo de ir a la playa en verano.