Con su primer libro de poemas circulando, espera decanten nuevas canciones tras un año diferente. Charla con una artista interdisciplinaria.
Foto: Catalina Bartolomé
Paula Maffía toma sol en su terraza, reposa con la tranquilidad de quien se siente segura de su camino. El suyo empezó hace 20 años con la música; antes, cuando era adolescente, incursionó en el dibujo, y ahora emerge la poeta con un primer libro, Verso. Cualquiera sea el lenguaje que la encuentre, atiende hasta el último detalle del proceso artístico. Mientras observa sus plantas, confiesa que es inquieta y le gusta estar en movimiento.
“Verso cierra la idea fetichista de tener un objeto, no es solo el vehículo de unas letras, es algo que olés, sentís y experimentás. Así me gusta que sean pensadas las obras”, describe sobre el libro cuya portada es una tela que revela su trama.
La publicación es reciente, todavía la deja que aterrice. “Mientras, espero que me haga efecto este año de corte, de intimidad, y lo que planeé en torno a eso. Estoy tratando de oír qué nuevas palabras e imágenes aparecen. Es mi método de componer: primero entender el espacio que me rodea, generar una teoría, encontrar el vocabulario, y recién ahí salen canciones. Eso puede tomar un tiempo, pero cuando hay mucha ansiedad y excitación, esos tiempos se aceleran”, comenta una mañana de otoño. Integró bandas como Las Taradas y desde 2015 consolida su etapa solista.
- ¿Es lo mismo un disco que un libro?
Primero hay diferencias universales. Son formatos distintos, el libro sigue bastante vigente; en cambio, sacar un disco es casi un acto de fantasía arqueológica, hoy no se consume porque se pasó definitivamente a lo digital. Además, son otra industria y otro público. Luego, en lo personal, la diferencia radica en la exigencia que le pido a cada una de las expresiones. En la música encuentro un lugar con años de oficio, con una búsqueda muy clara, y es donde alcanzo lo más grande que puedo lograr; encuentro en la canción el máximo sentido de una obra acabada. Por otro lado, la literatura es juego. Entonces, me generan distintas libertades y distintos resultados.
- El libro tiene tus dibujos, ¿qué lugar ocupa ese lenguaje?
El dibujo también es un lugar donde expreso mucho. Quizá es donde menos identidad imprimo. Dibujo diferente cada vez que se me antoja, pero para mí dibujar no es solo apoyar el lápiz en la hoja, sino toda la experiencia que me lleva a apoyarlo. El trabajo de recopilación que tiene que ver con observar, diagramar con los ojos, archivar y analizar también es parte.
- En la música cumpliste 20 años de carrera, ¿hiciste un balance?
Cada vez me gusta más la interdisciplina y menos la idea de industrializar un procedimiento artístico. El arte es disruptivo y tiene la capacidad de comunicar mensajes que no se pueden comunicar a través de política o discursos. En estos años pasé de ser una niña desesperada por escapar de su existencia a través del arte a asumirme como artista. Ahí dejé mi trabajo asalariado, me precaricé, sobreviví y empecé a luchar por mis derechos, para ganar mejor y por ser mejor tratada. Me funcionó, cuanto mejor me traté como artista, mejores condiciones logré. Es increíble que todavía sea algo individual, de talento y de lucha, y que no se pueda entender a nivel social que el arte es necesario. La gente piensa que es un capricho, sin embargo, cuando llega a sus casas, ve una peli, escucha algo en Spotify. Es hipocresía. Es una sociedad que todavía no entiende que el arte es un derecho básico, la belleza no es un lujo, es parte de la canasta básica.
- ¿El éxito no está en la industria?
La idea de éxito no tiene que ver con una industria, sino con logros personales y felicidad. Imaginate si la industria rigiera esos factores privados de mi vida, diría que soy feliz y exitosa, pero en realidad escondo que soy miserable. La industria es una ruleta que puede ser cruel y a mí no me atrae. Poder tener una mañana libre, desayunar tranquila, hacer lo que quiero, ganar lo que quiero, dormir cuando quiera y con quien quiera… prefiero tener esa libertad de mi deseo. Eso es el éxito.
- En un texto del libro decís “El placer es revolucionario”. ¿Reconocer el deseo también?
Por supuesto. El placer viene siendo domesticado desde hace un montón de tiempo, porque tiene la capacidad de mover montañas. Además, su acceso está intermediado por lógicas de consumo y estándares de cómo pertenecer a una sociedad. Está un poco desmesurada la idea de felicidad y de éxito, la gente se angustia severamente, porque es imposible sentir santificación si lo que perseguís siempre se corre. Es frustrante no poder descansar, no poder parar y decir “Me felicito por lo logrado”. Eso tiene que ver con el deseo, no solo saber lo que una quiere y perseguirlo con un cuchillo entre los dientes, sino tenerse paciencia, esperarse y disfrutar el proceso.
CAFÉ, UN CULTO
“Me encanta, me identifico muchísimo con el café y lo tomo desde muy chica. Es como un pequeño culto. Con amigos como Lucy Pantanté, hay algunos momentos del día en que si estamos trabajando, paramos para tomarnos un café, si no, la vida no continúa”, confiesa, y agrega que lo toma con una gotita de leche. Convive con dos gatos, Paquita y Mongo, y le gusta hacer asados. Lleva dos álbumes en solitario, más otros cuatro con diferentes formaciones.