Con 47 años y 39 de trayectoria, está en un momento de su carrera de mayor compromiso social. La introspección y la acción. El paso del tiempo y sus desafíos. Charla con una mujer que puede encarnar cualquier personaje, y que en su madurez se siente más plena.
Fotos: Alejandra López
Eleonora Wexler sabe manipular el fuego sin quemarse. Tiene el talento de entregarse a las llamas en un doble rol: como si fuera un pedazo de vidrio hirviente a punto de ser modelado y, a la vez, convirtiéndose en la que lo sopla y lo esculpe. Suele decir que los personajes le cruzan el paso en el momento preciso de un camino personal. Que vienen a mostrarle algo, a traerle ciertas respuestas o muchas preguntas. No es casual entonces que este año haya hecho cuatro películas que relatan sucesos muy sensibles y profundos, algunas con anclaje en hechos reales. En Yo nena, yo princesa (de Federico Palazzo), estrenada el 28 de octubre, es Gabriela Mansilla, la mamá de Luana, la primera nena trans que obtuvo su cambio de identidad a los siete años. En Historias invisibles (de Guillermo Navarro), es la madre de una chica captada por una red de trata. En Algo incorrecto (de Susana Nieri), es la hija de un juez marplatense acusado de abuso sexual. En Ahora Ariel (de Alison Murray), se convierte en hermana de un hombre que descubre que es hijo de desaparecidos. Nos cuenta de su proceso interno y de cómo es poner el cuerpo y las emociones al servicio de la potencia y la profundidad de las historias.
- ¿Cómo te atravesó Yo nena, yo princesa?
Para mí es un canto a la libertad. Me llegó por medio de Fede Palazzo. Yo estaba por filmar otra película, una comedia romántica. Pero cuando terminé de leer el libro, quedé muy conmocionada y lo llamé al toque y le dije que la iba a hacer.
- Con ese impulso, desde la entraña.
Eso fue, desde la entraña, dije: “Esto es un compromiso que yo voy a tomar, es algo que no se puede no contar”. Era marzo, y en abril empezamos a filmar, con todo lo que implicaba en ese momento, porque se volvían a cerrar actividades. Fue un plan de filmación muy ambicioso, con COVID en el medio. En un momento no dormía por la preocupación, porque quería llegar a terminarla. Fueron cinco semanas al palo.
- ¿Es distinto comprometerte con un personaje de ficción que con uno que tiene anclaje real, como en este caso es Gabriela Mansilla?
Ella estaba ahí, todos los días en la filmación, muchas veces venía Luana, otras Elías, su otro hijo. Yo fui a su casa, conocí a su familia, me hizo entrar en su mundo, me abrió su corazón para charlar, para que le pregunte lo que necesitara. Estaban sus ojos ahí que me seguían, imaginate lo que es para ella ver armada la historia…
- ¿Cómo analizás que las cuatro películas que hiciste este año sean historias de tanta intensidad?
Hay algo de justicia social que apareció en todas. Por algo me están llegando. Ahora Ariel, por ejemplo, es una historia relacionada con el tango, pero también con los desaparecidos y con la identidad. En Yo nena, yo princesa, los derechos de esta niñez trans, con esta historia de amor, en busca de igualdad. En Algo incorrecto, la búsqueda de justicia, porque el juez O´Neill existió y murió sin ser condenado, fue denunciado por un grupo de mujeres entre las que estaba su hija, imaginate lo que es esa denuncia social. Luego, con Historias invisibles, tengo una hija de 17 años que empieza a descubrir un submundo que yo no conocía. Entonces me siento privilegiada de haber podido contar todas estas historias.
- ¿Cómo repercutieron en tus emociones?
La que más me pegó fue Algo incorrecto, porque estaba toda la densidad puesta ahí, era mucho secreto y mucha cosa guardada, y esta mujer descubre esto de su padre a sus 40 años, cuando él era como sus ojos… Estuve un mes filmando en Mar del Plata, y cuando volví no podía tragar, tenía como una pelota. Fui al otorrino y me hicieron una fibrolaringo, mis cuerdas vocales estaban mejor que hace diez años. Pero se dio cuenta de que tenía una inflamación en una parte de la garganta que se inflama por tensión o por angustia.
- ¿Cómo lo destrabaste?
Llamé a mi terapeuta y le dije: “¡¿Qué me pasó con este personaje!?”. Estaba muy angustiada, hacía mucho tiempo que no me pasaba esto.
- Has contado que en tu adolescencia te costaba despegar pieles de los personajes.
Re, re. Y esta se quedó pegadita. Mi terapeuta me dijo que llamara a un señor que es un sabio y que tiene una farmacia. Él me armó dos preparaditos naturales, uno para equilibrarme y otro para hacerme buches. Al día siguiente, no tenía más trabada la garganta. Así se me fue. Con mi análisis y un antiséptico natural.
- ¿Te asustó que se repitiera esto que no te sucedía hace tanto?
Me asustó cuando no podía tragar. Me preguntaba por qué estaba tan angustiada si no tenía nada para estarlo, pero mirá cómo el cuerpo es sabio… El cuerpo me dijo: “Escuchá qué tenés que limpiar”.
- Todo lo que venís haciendo tiene que ver con la identidad, ¿creés que vas a descubrir otra capa de tu propia cebolla o estás más o menos “armadita”?
No, no, estar armadita es un aburrimiento, yo nunca estoy armadita. Lo interesante es sorprendernos al descubrir nuevas capas de nosotras mismas y que eso nos vaya llevando.
“Me siento mucho más tranquila, gozadora y disfrutadora ahora que a los 30”.
- Venías de un 2019 de mucha exploración, con la aventura de vivir seis meses en Madrid y ser parte de la serie La valla. ¿Cómo te resultó el repliegue de la pandemia?
Como movimiento interno, fue muy enriquecedor. En septiembre, el no trabajar me generó una cosa, ya necesitaba expresarme. Tuve la suerte de tener ahorros, podía estar tranquila en mi casa. Armé un cuartito arriba para practicar yoga, y sigo haciéndolo a full porque me conectó con algo profundo mío que me hace mucho bien. Hice un curso de Shakespeare. Empecé a estudiar otra vez inglés. El vínculo con mi hija fue muy enriquecedor también. Nos acompañamos mucho y fue de redescubrimiento. A mis padres no los vi durante siete meses, mi hermana y cuñado, médicos, en primera línea en el hospital Fernández.
- ¿Tuviste miedo?
No, la verdad que no. Soy respetuosa y cuidadosa, pero creo que el miedo es el peor enemigo frente a determinadas situaciones, que nunca está bueno fomentar algo desde el miedo. Soy muy positiva, pero ojo que también tuve días de bajón, de tristeza, de preguntarme cuándo iba a terminar esto o si iba a volver a ejercer mi profesión, pensaba qué podía hacer si no actuaba. De hecho, sigo pensando en un plan B, todavía no lo estoy encontrando.
- ¡Es que no parás!
Pero viste que hay gente que puede poner la cabeza y los huevos en distintas canastas. A mí me cuesta.
- Lo tuyo es poner “toda la carne en el asador”.
¡Sí, lo otro me cuesta un montón! [risas]. Me replanteé si iba a volver a actuar, cómo sería la vuelta. Y aparecieron las películas, que es lo que tenía ganas de hacer este año, y pude estar en las cuatro en pandemia. Hay que agradecer esas cosas.
- ¿Cómo lográs no perderte en ese hacer arrollador que te caracteriza?
Me parece que tiene que ver con las bases con las que me han criado mis padres, que les agradezco mucho; con la compañía, el cuidado, el trabajo interno que sigo haciendo. Te vas encontrando con vos, con tus propias necedades y falencias, con lo no tan lindo tuyo, y también con lo bueno, hacés un mix y vas como equilibrando. Y la pandemia fue un trabajo de introspección para mí, de decir qué quiero contar, con qué conecto. Y lo que más me conecta es mi hija, mis perros, mi casa, mi familia, los amigos; me llevan a un cable a tierra muy placentero.
- ¿Esa nena de 8 años que fuiste y empezó a actuar jugando sigue jugando hoy en vos con tus 47?
Sí que sigue jugando, pero a veces me cuesta animarme a jugar más, me gustaría dejarla salir un poco más.
- ¿Cómo estás llevando la madurez y el paso del tiempo?
A mí me gusta en cierto punto, creo que estamos en una buena etapa. Por momentos uno dice: “¡Guauu, voy a cumplir 50!”. Pero también me siento mucho más plena ahora que a los 20, mucho más tranquila, gozadora y disfrutadora ahora que a los 30, tengo mucho menos rollo que antes. Entonces, bienvenido, me acepto con las marcas de la vida, con lo que pude aprender y sigo aprendiendo, y con los cambios del cuerpo y todo eso que se avecina. Será ver cómo lo llevamos de la mejor manera posible. Siento que la actividad física, mi yoga, mi meditación, mi pasión, eso me mantiene bien.
- El edadismo, la discriminación por edad, sigue muy activo y recae aún más sobre las mujeres.
Tal cual, es algo que podemos romper nosotras, porque el sistema no te lleva a eso sino a ser joven y divina. Entonces después ves esas caras desfiguradas y decís: “¿Por qué? ¡Cuánto más interesante es una cara marcada por la vida y con una expresión!”. Lo que pasa es que si no estás bien plantada, el sistema te lleva puesta. Ojalá que esto se vaya modificando.
- Ahí está qué batallas quiere dar uno.
Exactamente, o me voy a disfrazar de pendeja toda la vida o voy a aceptar que ya no soy una pendeja.
- Entonces para poder romper el sistema hay que poner el cuerpo…
Claro, y bancate la pelusa también. Pero creo que vale la pena, porque es más sano, más enriquecedor, no tenés que estar pendiente de venderle el alma a nadie, sos vos con vos, y podés jugar, explorar, porque tenés tantas posibilidades también con otra edad. Claro que es fácil decirlo y muy difícil llevarlo a cabo. Porque yo me veo en las fotos y uno cambia un montón. Pero esta soy, esta soy con lo que hay, con lo que tengo y con lo que tengo para contar y transmitir ahora. Es acá donde estoy.
- ¿Tenés alguna cuenta pendiente?
- La “fórmula Wexler” es aquí y ahora, y con todo.
Es que si hay algo que nos enseñó el año pasado, es que es aquí y ahora. Si entendemos eso, hay un disfrute completamente diferente y no estamos pensando en el futuro, ¡¿qué futuro!? Lo que nos queda es el ahora.
LO QUE VIENE
En noviembre, comenzó a rodar Sin etiquetas, una serie para Flow, donde encarna a una detective que investiga un asesinato en un pueblo costero. Un thriller que promete tener en vilo a los espectadores. En el verano, entre muchas propuestas, eligió hacer Porno Brujas King Kong, uno de los monólogos de Teoría King Kong, de Virginie Despentes, en el Teatro Cervantes. También está ultimando detalles para subir al escenario con un texto del que no puede adelantar el nombre, porque aún está en tratativas, pero sí contar de qué se trata: fue escrito por una mujer en el siglo XVIII y habla de los derechos femeninos y de cómo se imaginaba ella a la mujer del siglo XX y los vínculos con los varones, de la libertad, del amor y de lo que significa no estar encadenadas a un compañero. Ese pensamiento fue volcado en un libro que luego adaptó la autora y actriz española Paloma Pedrero, y quedó transformado en el monólogo que interpretará Eleonora Wexler.