Lo asegura la periodista y escritora María O’Donnell, quien acaba de publicar Aramburu. El crimen político que dividió al país. El origen de Montoneros. El libro se agotó a las pocas semanas de su lanzamiento y va por la primera reedición.
Fotos Alejandra López
Todavía hay mucho interés por la década del 70. Raro, ¿no? Hay una fascinación grande por eso. Hay mucha bibliografía y, sin embargo, sigue siendo un factor de atracción. Lo que pasa es que la década quedó tapada por lo que fue la dictadura. De a poco se va mirando un poquito más atrás”, cuenta María O’Donell. En 2015, escribió Born, sobre el secuestro de los hermanos Born a manos de Montoneros y el cobro del rescate más caro de la historia. El libro se convirtió en best seller, y la periodista se quedó con ganas de comprender más sobre ese momento de la historia política de nuestro país. Ahora, durante la pandemia, publicó Aramburu. El crimen político que dividió al país. El origen de Montoneros. En pleno aislamiento obligatorio se agotó y ya fue reeditado, transformándose en el libro más vendido del sello editorial.
Interesada por los primeros años de la década, se ubica puntualmente entre 1968 y 1974 para reconstruir el asesinato de Pedro Eugenio Aramburu (expresidente de facto que derrocó a Perón en 1955), la fundación de Montoneros y cómo Mario Firmenich llegó a la conducción de esa organización.
La investigación le demandó cuatro años de trabajo, durante los cuales analizó distintos materiales, como la causa judicial, tesis doctorales y artículos periodísticos, además de mantener encuentros con protagonistas de la época. Se reunió con Eugenio, el hijo de Aramburu, con María Martínez Agüero, la esposa de Firmenich, y con José Vélez Carreras, integrante de la célula cordobesa de la organización armada. También entrevistó en Barcelona al propio Firmenich, el único testigo vivo de lo que sucedió aquella noche cuando mataron al líder de la “Revolución Libertadora”, quien se negó a contar lo que sabe e, incluso, le llegó a pedir por mail a la periodista que desistiera de escribir el libro. O’Donnell no solo no desistió, sino que le dedicó un capítulo a ese intercambio de correos.
- ¿Qué es lo que incomoda del tema Aramburu y Montoneros?
Que claramente en ese sótano hay un asesinato de un hombre indefenso. Hay quienes creen que ese hecho está justificado por lo que ese hombre había hecho antes. Es interesante, porque en la elección del verbo o en la forma en que se escribe, se juega que era algo justificado por la violencia precedente o que era un simple asesinato. Esa incomodidad, disputa o falta de consenso de cómo nombrarlo tiene que ver con lecturas muy distintas de ese hecho.
- ¿Qué descubrimientos aporta tu investigación al caso Aramburu?
Por un lado, hay una reconstrucción con datos novedosos de lo que es el surgimiento de Montoneros, del entrenamiento en Cuba, de cómo se prepararon. Y algo que me interesa mucho es cómo vivieron por casi dos años en la semiclandestinidad; mientras hacían de cuenta que tenían vidas normales, iban preparando el “Operativo Pindapoy”. Respecto del secuestro y crimen de Aramburu, desecho teorías conspirativas sobre que Onganía tuvo que ver y que de alguna manera estos jóvenes se complotaron con su régimen.
“Mientras hacían de cuenta que tenían vidas normales, iban preparando el ʼOperativo Pindapoyʼ”.
Lo que queda claro sobre esos tres días en la estancia La Celma, ubicada en la localidad de Timote, provincia de Buenos Aires, donde tuvieron secuestrado al militar, es que el relato que conocemos es el de Firmenich, que dice ser el único sobreviviente de ese episodio. Es evidente que hay agujeros en lo que cuenta. Con su relato se convierte en el heredero directo de Fernando Abal Medina, el fundador de Montoneros que mata a Aramburu. Le da la legitimidad para ser el jefe montonero, que lo será por 20 años. Esos primeros años de Montoneros son los que me interesan, cómo Firmenich llega a ser jefe. Es un período muy interesante.
- ¿Por qué te interesa ese momento?
Porque fue el inicio de un proceso que se dio de una forma muy acelerada en estos jóvenes, que optaron por la lucha armada. Este grupo de egresados del Liceo Militar en Córdoba y del Colegio Nacional en Buenos Aires, motivados por lo que estaba pasando en la Iglesia católica con el Concilio Vaticano II y el surgimiento de los curas del Tercer Mundo, que los llevan a misionar a los lugares pobres del país y se les despierta la preocupación social. Esos dos primeros años me interesan. Cuando simulan una vida de jóvenes de la burguesía y, al mismo tiempo, en forma subterránea y clandestina, van aprendiendo el ABC de la guerrilla urbana y empiezan a practicar. Ese proceso se explica en el contexto de la época: la intervención de las universidades con Onganía, el Cordobazo, el movimiento Cristo Obrero en Córdoba. Había un terreno muy fértil, pero estos jóvenes se proponen una locura: presentarse vengando la historia, con un nivel de pretensión fenomenal. Y así es como muy rápidamente se vuelven protagonistas, con todos los problemas que les implicó, porque después de la toma de La Calera, casi desaparecen. Es algo increíble, pusieron en riesgo lo que habían logrado con Aramburu para hacer un mero operativo de propaganda en un pueblo que visitaban, donde los conocían. También pienso en sus padres, quienes de la noche a la mañana descubren que sus hijos están metidos en eso. Muchos los acompañaron, les pusieron los mejores abogados, pero tenían un dilema grande. Por ejemplo, los padres de Abal Medina eran miembros de Acción Católica, quitar la vida no está permitido para la religión. Todo esto me parecía interesante.
- ¿Qué sensaciones te quedaron de Firmenich cuando lo entrevistaste?
Es alguien encerrado en el pasado, se queja de que nunca pudo ser parte del debate de la Argentina democrática que vino después del 83. Él ha sido muy cuestionado por los montoneros, porque sobrevive la cúpula de una guerrilla que quedó totalmente diezmada. Encima después acepta un indulto junto con los militares de la dictadura. Él hacia afuera, hacia quienes creen que la lucha armada no era una opción válida en la década del 70, lo rechazan porque representa esa violencia. Y sus propios compañeros lo rechazan porque le cuestionan su liderazgo, cómo lo ejerció, sobre todo en el tramo final. Si se pone a escribir o a hablar del pasado, quedaría en una situación de confrontar con sus propios compañeros. Ojalá algún día escriba un libro de memorias. Pero en el caso de La Celma, nunca develó quién más estaba, y tendría que revelarlo. Firmenich podría decir si la persona vive, yo creo que sí. Existe como un código: si la persona no lo explicita voluntariamente, quienes estuvieron presentes no dicen nada. Creo que le gusta ser el dueño de un relato que quedó congelado, que las cosas sean lo que él ya dijo en el 74 en una entrevista a la revista Causa Peronista.
- ¿Qué otro acontecimiento de la historia genera polémica?
El golpe de estado del 55, que es el que los montoneros se propusieron vengar, que tenía que ver con el robo y el ocultamiento del cuerpo de Eva Perón, el fusilamiento de Juan José Valle, el bombardeo de Plaza de Mayo. Una serie de situaciones que también han sido incómodas, pero depende para quién. El crimen de Aramburu no es tan incómodo al peronismo, en el sentido de que hay un sector muy amplio que lo reivindicó porque cree que estaba justificado de la manera en que lo justificaban los montoneros. Pero hoy es distinto, por eso genera incomodidad, porque visto desde hoy también fue un asesinato en un sótano.
PERIODISMO BIEN TEMPRANO
“Ningún ser humano se acostumbra a levantarse antes de las 5 a.m.”, dice O’Donell, quien conduce De acá en más, en la primera mañana de Radio Metro. Sin embargo, para ella madrugar pasa a un segundo plano. “Es un horario tan lindo que, una vez que saliste de la cama, es como encender el día. Es como una especie de calentar motores, está todo por hacerse. Periodísticamente es fascinante, porque te permite resumir y avanzar al mismo tiempo”, cuenta, y asegura que al menos necesita 50 minutos de siesta para recuperarse. Estudió Ciencias Políticas sabiendo que se dedicaría al periodismo.
“Había un terreno muy fértil, pero estos jóvenes se proponen una locura: presentarse vengando la historia, con un nivel de pretensión fenomenal”.
Asegura que uno de los problemas de los medios es la supervivencia. “Google y Facebook se llevan toda la publicidad, y no pagan por el contenido. Hacen falta curadurías, hay mucha información, pero poco contenido. La gente busca buenos contenidos, la dificultad es hacer que pague por ellos”.
- ¿La crisis es de los medios o del periodismo?
Mirá lo que está pasando en Estados Unidos, que aparece vigorosamente el periodismo fuerte. The New York Times está con récords históricos de suscriptores. A mí no me gusta el periodismo gritón, lleno de verdades, tremendamente sesgado y funcional a la polarización. Lo que está pasando es que las redes sociales están acostumbrando a las audiencias a encontrarse solo con aquello que corrobora sus propias creencias. Eso es un problema, porque los que más gritan o las posturas más extremas son las que generan más audiencias. Un desafío grande de estos tiempos es cómo lograr llegar con argumentos que puedan desahuciar las creencias de las audiencias, que no estés frente a una hinchada. Por cómo circula hoy la información, se forman más hinchadas que audiencias, y algunos periodistas trabajan más para la hinchada que para el periodismo.
- ¿Te gusta este momento histórico para ser periodista?
Antes el diario te llegaba debajo de la puerta y era la verdad consagrada. En cambio, ahora el periodista está en el barro, en el sentido de que es confrontado con aquello que dijo o que escribió, con sus errores. Los medios están obligados a una mayor transparencia en ese sentido, están más expuestos en sus mecanismos, y eso a mí me gusta. Además, genera audiencias más alertas o con la posibilidad de contrastar las fuentes de informaciones. Es un desafío atractivo. Me parece también que a los periodistas nos permite depender menos del nombre de un medio y poder buscar las audiencias en forma más independiente, ser más libres.