El hijo de Jaime Torres vive en Humahuaca. Charanguista como su padre, dice: “Es un orgullo representar lo que aprendimos y compartimos con él”.
Foto: Gentileza Aldana Loiseau
Juan Cruz Torres cuenta que de niño la inquietud lo desbordaba hasta quitarle el sueño si lo dejaban en casa cuando el charanguista Jaime Torres iba a un show. Esperaba despierto el regreso de su padre, por eso, un día empezaron a llevarlo a él también.
De aquella experiencia de niño, recuerda los camarines y la curiosidad con la que observaba todo lo que sucedía en esos recitales, donde el maestro más trascendente del charango y uno de los referentes esenciales de la música folklórica de raíz andina desplegaba su magia interpretativa.
Pero lo de Juan Cruz no fue exclusivo. “Mi viejo, a todos los hermanos, entre los ocho y los diez años, nos regaló un charango y nos garantizó el profesor para aprender a tocarlo. Más allá de que lo eligiéramos, nos lo acercaba para que lo conociéramos”, cuenta desde Humahuaca, en la provincia de Jujuy. Es el anteúltimo de los seis hijos que tuvo el folklorista y el único que interpreta el instrumento de su padre. A un año de su fallecimiento, extraña las caminatas por la costanera sur de Buenos Aires. En esos paseos, recuerda, charlaban de la vida.
“Cuando la música es noble, se recibe feliz más allá de las limitaciones del idioma”.
Porteño de nacimiento, los cerros lo cautivaron cuando los visitó en 1986, durante un viaje que los Torres compartieron con la familia de Caloi. Sabía que volvería, porque el paisaje lo conectaba con la Pachamama. No solo regresó, sino que se quedó a vivir. Se instaló en Humahuaca en el 2000 junto a su pareja, Aldana Loiseau, hija del recordado humorista gráfico, con quien tiene dos hijas: Nina y Wara.
Además de acompañar sobre el escenario a su padre y estar al frente de Humahuaca Trío, en 2014 se reencontró con su amigo de la infancia Lucas Gordillo, hijo de Tukuta, compañero de banda de Jaime por décadas. Produjeron a otros grupos hasta que se decidieron por armar el propio, ZenCerro. Primero fueron un dúo de charangos, luego un trío y después del primer disco –Terruño–, su hermana Manuela se sumó como la voz del grupo. “Nos sentimos completos cuando está ella, y en cada encuentro seguimos disfrutando de la música y la amistad”, cuenta.
- ¿Qué particularidad tiene ZenCerro?
Que compartimos algo lindo. Sentimos que tomamos el legado de nuestros viejos. Eso sienta un precedente lindo en lo que respecta a la música y la cultura, porque lo hacemos con amor, respeto y responsabilidad.
- ¿Se siente presión por llevar el apellido de un músico de la dimensión de Jaime Torres?
Es una presión linda. Hacerse cargo del legado es algo fuerte, por la referencia y la personalidad, pero solo hace a la felicidad y a sentirme completo, por todo lo que he vivido y compartido con mi papá. Tuve la oportunidad de estar cerca y compartir música con él en distintas instancias. Empecé siendo sonidista y a partir de ahí me fui integrando. Es un legado que no conlleva presión, sino todo lo contrario, es un orgullo representar lo que aprendimos y compartimos con él.
- ¿Por qué buscan la sencillez en su propuesta?
La música andina es así. Se pueden agregar otras cosas, como una guitarra eléctrica, pero para nosotros tendría que tener un sentido, si hace un aporte, bienvenido. Nuestra visión es minimalista y sencilla, entonces, lo que hagamos en el estudio debe poder trasladarse al vivo. Por eso, tratamos de no complejizar tanto ni sumar por sumar. Con nuestra música siempre ponemos el ojo en lo que represente a la quebrada, hablamos a través de este paisaje, de esta música. Sentimos que no pueden estar ausentes los hacedores de música de la región.
- ¿Qué conociste con el charango?
A través del instrumento reconocí la importancia de la cultura andina. El instrumento abrió las puertas de casa a las amistades y a los visitantes más excéntricos de todos los países. No solo amistad con las personas que ibas conociendo, sino que descubrías otras culturas. Además, Jaime volvía de sus viajes fascinado por una comida o un lugar, siempre regresaba impregnado de muchas cosas.
- ¿Qué sensaciones te genera escucharlo?
Tengo una anécdota muy linda. Desde chico escuchaba el método de afinación de una habitación a otra. Ese sonido nos acunó a todos los hermanos, siempre estuvo presente, entonces me lleva a la infancia y a los viajes. Además, me abrió al mundo y me encontró con personas con las que, a pesar de ser de lugares distantes, nos podíamos fundir en cosas en común. Por ejemplo, en Australia, al compartir música con los nativos del país, mostrando nuestros instrumentos y ellos los suyos, las cosas cobran sentido. Cuando la música es noble, como la de Jaime, se recibe feliz más allá de las limitaciones del idioma.
CAFÉ TANTANAKUY
En su “día a día” en Humahuaca, el café es poco recurrente, y si lo toma, le gusta suavecito y con vainilla, “casi una chocolatada”. Las rondas de mate, en cambio, son un ritual en la casa de los Torres-Loiseau. La pareja los prefiere amargos y mirando el atardecer. Juntos también emprenden actividades en el Centro Cultural Tantanakuy, “otro de los sueños que nos motivó a elegir Jujuy”. Entre los platos típicos de la región, se queda con el guiso de quinua.