Es uno de los actores más respetados del medio. A los 44 años, Furriel se luce en Hamlet, en el Teatro San Martín, y apuesta a una carrera internacional en el cine. Tras sufrir un ACV en 2015, confiesa disfrutarlo todo.
Por Fabiana Scherer Fotos Nicolás Pérez
No cree en la suerte. En cambio, sí en el trabajo y en el esfuerzo. En el café del Teatro General San Martín, Joaquín Furriel recuerda aquellos días en los que se subía al tren para arribar a la ciudad de los teatros y devorarlo todo. La actuación fue su salvación. No se trata de una frase hecha, por lo menos no lo es en la vida de Furriel. De pequeño, el actor que nació en Lomas de Zamora, pero vivió toda su infancia y adolescencia en José Mármol, partido de Almirante Brown, supo ser callado e introvertido, un gran observador. Poco a poco encontró la manera de integrarse al mundo, y el caos se transformó en su medio de expresión. Del gabinete de psicopedagogía de la escuela a la que concurría en Burzaco, llegó la recomendación salvadora: Joaquín necesitaba canalizar toda esa energía en el arte, llámese pintura, literatura o teatro. Y así fue como comenzó a recorrer algunos talleres de la zona hasta que llegó su primera improvisación en teatro y sintió que era lo suyo. Como parte del elenco de teatro de Almirante Brown, actuó en sociedades de fomento, en clubes, en plazas. Eso fue de los 13 a los 19 años, cuando decidió que era hora de conquistar la gran ciudad. Ingresó al Conservatorio Nacional de Arte Dramático, quería ser actor y para lograrlo debía formarse. Vivió un tiempo en el atelier de una tía en Palermo e hizo los trabajos más variados para bancarse el día a día: delivery, mimo, hasta se vistió de Papá Noel. Lo importante era tener el título de actor y lo logró. A los 23 años, terminó su formación y firmó un contrato para ser parte del elenco de Tenesy, de Jorge Leyes, en el Cervantes, donde ponía el cuerpo a un taxi boy. Esa fue su primera obra de teatro profesional y el primer gran paso.Que hoy, 21 años después, Joaquín se pare en el mítico escenario de la sala Martín Coronado con Hamlet, una de las piezas fundamentales de William Shakespeare y dirigido por Rubén Szuchmacher, lo moviliza por completo. “Este lugar está lleno de magia, de talento, pasaron tantos grandes actores y actrices –reconoce–. Me llena de orgullo poder estar en este teatro. Siento que trabajé, entrené y estudié mucho tiempo para que las cosas hoy sean así”.
- Tu último trabajo en un teatro fue justamente aquí, en el San Martín, junto a Alfredo Alcón, quien además de actuar con vos, te dirigió en Final de partida, la obra de Samuel Beckett. Pasaron seis años de aquel estreno, mucho tiempo para volver a pisar un escenario…
“Me gusta el montañismo. Tiene muchos puntos de contacto con la actuación. No solo se trata de llegar a la cumbre”.
- Una relación que se inició cuando hicieron Rey Lear.
- Alfredo Alcón es un referente inevitable de la escena shakespereana argentina, y su Hamlet, un clásico indiscutido.
Fue también en una obra del gran “bardo de Avon”, Sueño de una noche de verano, y en el Teatro San Martín que Joaquín conoció en febrero de 2005 a Paola Krum, la actriz con la que formó pareja y con la que tres años después se convirtió en padre de Eloísa.
- Recientemente estrenaste en cines El hijo, tu segundo trabajo con Sebastián Schindel, el mismo director de El patrón. Este thriller (con claras reminiscencias a El bebé de Rosemary) explora, entre otros tantos temas, la maternidad y la paternidad…
- ¿Cómo vivís tu vínculo paterno con Eloísa?
“Si te quedás callado, pasás a ser parte de esa vorágine indiferente”.
- ¿Podemos decir que con la película El patrón (2014) se inició un nuevo recorrido en tu carrera en el cine?
- La Organización Internacional del Trabajo (OIT) se interesó en tu desempeño en este film, por lo que te invitó a participar de la campaña “50 for Freedom”. ¿Cómo fue esa experiencia?
- Este año participaste también de una campaña para Greenpeace, junto a Mercedes Morán, por la protección de los bosques chaqueños. ¿Sos un hombre comprometido?
- En octubre de 2015, sufriste un ACV que afortunadamente no te dejó secuelas físicas. Imagino que lo ocurrido te llevó a detenerte y reflexionar sobre lo que estabas viviendo…
Hoy puedo decir que lo disfruto todo mucho más y que puedo mostrarme vulnerable. Antes era impensado.
- A mitad de este año, HBO estrenará la segunda temporada de El jardín de bronce, la ficción basada en el libro de Gustavo Malajovich. ¿Un regreso esperado?
- Tus trabajos no solo tienen un alcance local. Pensemos, por poner un solo ejemplo, en El jardín de bronce, que se emitió en 50 países. ¿Hablamos de un recorrido internacional?
“Trabajé, entrené y estudié mucho tiempo para que las cosas hoy sean así”.
- Que tus películas puedan ser vistas en distintas partes del mundo es una de las grandes ventajas que ofrece el streaming.
- En los últimos años trabajaste con elencos bien diversos, ya sea en España o aquí. En la Argentina con Pablo Trapero en La quietud, junto al venezolano Edgar Ramírez y la francoargentina Bérénice Bejo; y ahora en El hijo con la actriz noruega Heidi Taoini.
- Nombraste la televisión abierta y son muchos los que aún recuerdan tu paso por telenovelas y tu perfil de galán.
- No todo es actuación, el montañismo es una de tus otras pasiones. En tu cuenta de Instagram, por ejemplo, aparece la imagen de tu ascenso al cerro Adolfo Calle (4260 metros), en Mendoza.
SIGNO DE MADUREZ
Nació un 26 de agosto de 1974 y creció en el seno de una familia de clase media con inclinaciones artísticas. “Mis inquietudes siempre encontraron una respuesta, una puerta, una mano que me guiara”. Su madre es psicopedagoga, su papá, artista plástico, por lo que en casa, Joaquín podía hablar de todo: “Nos apasionaban los debates sobre cualquier tema, fui un chico muy estimulado”. Siempre fue un pibe de barrio. “Soy de Adrogué. Nací en Lomas de Zamora, vivía en el límite entre Mármol y Adrogué. Mis amigos de toda la vida son los que hice en esas calles”. Su abuelo fue uno de los primeros martilleros públicos del lugar, por lo que era frecuente ver, durante su infancia, los carteles de “Furriel vende” por aquellos pagos. Como si fuera un mantra, Furriel se permite hacer solo lo que tiene muchas ganas de hacer y estar con quienes tiene ganas de estar. Compartir con amigos y por sobre todo con Eloisa, su hija preadolescente (11), es la clave de sus tiempos libres, que hoy no son muchos. Elegir lo que le hace bien es la gran lección de vida, pero prefiere no darle un título tan ceremonioso. Sabe que es un hombre privilegiado y por eso elige, con madurez, disfrutar el momento que le toca vivir sin dejar de mirar todo lo que sucede a su alrededor.