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La sociedad de los soñadores involuntarios

Adelanto exclusivo de la última novela de José Eduardo Agualusa, uno de los escritores africanos más leídos y traducidos en la actualidad.

Me desperté muy temprano. A través de la estrecha ventana vi pasar grandes aves negras. Había soñado con ellas. Era como si hubieran saltado de mi sueño al cielo, un papel de seda azul oscuro, húmedo, con un moho amargo creciendo en los ángulos. Me levanté y salí para la playa, descalzo y en calzoncillos. En el arenal no había nadie. No me percaté del hombre que me observaba, sentado en una mecedora verde oscura, mientras el sol escalaba los morros. Enseguida el aire se llenaría de luz. Pequeñas olas, una después de otra, bordaban finos encajes de espuma. Los acantilados crecían detrás de mí. Encima de los acantilados crecían los cactus, como altas catedrales de espinos y, más allá, el rápido incendio del cielo.
Entré en el agua y nadé con brazadas lentas. Hay quien nada por puro placer. Hay quien nada para mantener la forma. Yo nado para pensar mejor. Recuerdo con frecuencia un verso de la poetisa mozambiqueña Glória de Sant’Anna: “Dentro del agua yo soy exacta”.
Me había divorciado el día anterior. Me encontraba en el diario O Pensamento Angolano, transcribiendo la entrevista que le había hecho a un piloto, cuando sonó el teléfono. El piloto, Domingos Perpétuo Nascimento, fue militar. Se formó en la Unión Soviética. Combatió en Mavinga, en la mayor batalla en suelo africano desde la Segunda Gran Guerra, al comando de un MiG-21. Años más tarde fue capturado por la guerrilla, en un ataque a una columna de autos civiles que iban de Luanda hacia Benguela y se pasó para el lado de los secuestradores. Después del fin de la guerra ingresó a los cuadros de la compañía aérea nacional. Días antes había encontrado un bolso con un millón de dólares en uno de los baños del avión y lo había entregado a la Policía. Es una buena historia. El tipo de historias en las que me especialicé. Estaba tan entusiasmado que ignoré el teléfono. El aparato se calló por un breve instante y enseguida volvió a sonar. Finalmente atendí. Reconocí la voz áspera y autoritaria de Lucrecia:
—¿Dónde estás?
—En el diario…
—Pues deberías estar en el tribunal, el divorcio está marcado para dentro de quince minutos.
Le dije que no sabía nada. Nadie me había informado. La voz de Lucrecia subió un tono:
—El tribunal te mandó una intimación, pero fue a parar a la dirección equivocada. Me di cuenta hace poco. Anoté mal tu dirección. Sea como fuere, tienes diez minutos.
Conocí a Lucrecia en una fiesta. Apenas la vi supe que me casaría con ella. Le comenté a un amigo que la encontraba casi perfecta: “Solo es una pena que se alise el cabello”. Durante todos los años que estuvimos casados nunca conseguí convencerla de que usara el cabello enrulado, natural, ondulando sobre los hombros. “Parezco una fiera”, se quejaba Lucrecia.

 

José Eduardo Agualusa
Angola, diciembre de 1960. Actualmente reside en Lisboa. Es escritor y periodista; sus libros han sido traducidos a 25 idiomas. Obtuvo numerosos premios internacionales: Por A conjura (1988), Premio Revelación Sonangol; por Nación criolla (1997), el Gran Premio de Literatura RTP; por El vendedor de pasados (Edhasa, 2017), el Independent Foreign Fiction; por Teoría general del olvido (Edhasa, 2016), el Dublin International Literary Award. Fue becado por el Centro Nacional de la Cultura y el Deutscher Akademischer Austausch Dienst.

 

Teoría general del olvido, El vendedor de pasados, La reina Ginga, La sociedad de los soñadores involuntarios. Editorial Edhasa.

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