El artista argentino es conocido en todo el mundo por obras que incorporan trucos visuales y desafían la percepción de la realidad. En 2015 hizo desaparecer la punta del Obelisco porteño. Dice que el arte puede ser divertido y profundo a la vez.
Por Demian Orosz
Fotos Cecilia Casenave
Lo suyo no es la pintura ni el dibujo. Produce objetos de grandes dimensiones, escenografías, arquitecturas que parecen imposibles o aparatos que deberían funcionar del modo previsto, pero lo hacen de manera inaudita.
Una de sus piezas más conocidas es Swimming Pool, una piscina en la que se ve a personas vestidas caminando por el fondo. Otro de sus hits es Bâtiment (Edificio), una obra que utiliza un gigantesco espejo que refleja la fachada de una casona de varios pisos en la que la gente parece colgada, desafiando la ley de gravedad.
En 2015 Erlich llevó a cabo La democracia del símbolo, un acto de desaparición que tuvo como protagonista al Obelisco porteño. El célebre monumento amaneció sin su punta. Mediante un acto de prestidigitación para las masas, el ápice había sido “teletransportado” a la explanada del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), donde el público hacía cola para verlo por dentro.
Ascensores es otro de sus trabajos que desafían los hábitos perceptivos y ponen al público frente a trucos visuales. En este caso, sin embargo, el procedimiento es bastante simple. El artista fabricó réplicas de elevadores cuyos espejos intermedios y frontales han sido removidos, de modo que las personas que ingresan terminan mirándose entre sí. Ese ámbito de intimidad momentánea, que a menudo supone observarse en un espejo o aguardar con otros la pronta llegada al piso elegido, se transforma en un lugar de interacción y eventual encuentro lúdico con otras personas.
“El camino del artista es poder encontrar su propia voz y sus propias obsesiones. Cuanto antes eso suceda, mejor».
Diseñada originalmente para una muestra en Nueva York en 2011, y presentada en la feria arteBa en 2016, Ascensores es una de las sorpresas que depara la exposición “REAL”, que reúne por primera vez en Córdoba una amplia selección de propuestas del artista. La obra recibe al público en el hall de Casa Naranja y es la puerta de entrada al extraño mundo de Erlich que puede visitarse hasta el 15 de junio.
Erlich nació en 1973 en Buenos Aires, ciudad en la que vive alternando períodos en Montevideo, aunque buena parte de su tiempo lo pasa en aviones con destino a centros artísticos internacionales como Londres, París, Madrid, Sídney, Seúl o Tokio.
- ¿Cómo te formaste? ¿Hiciste estudios clásicos en arte?
Cuando terminé el secundario, entré en Bellas Artes, pero no duré mucho. La verdad es que en esa época la escuela de arte era bastante anacrónica. Yo tenía ganas de hacer otras cosas más allá de la pintura. Entonces dejé Arte y me anoté en Filosofía en la UBA, sin pensar si iba a hacer la carrera. Y en paralelo fui trabajando un poco en lo que podía. Había plataformas de estímulo como la Fundación Antorchas, que tenía un taller para artistas que estábamos haciendo objeto, escultura o instalaciones. Lo dirigían Luis Benedit, Pablo Suárez y Ricardo Longhini. Fue una formación poco convencional, digamos. Y terminé, casi azarosamente, en un programa de posgrado en Houston.
- ¿Actualmente un artista puede hacer su camino sin estudiar la tradición o las claves de lo que se llama “bellas artes”?
El camino del artista es poder encontrar su propia voz y sus propias obsesiones. Cuanto antes eso suceda, mejor. En el campo del arte hay técnicas para aprender, hay conocimientos para incorporar en diversas áreas, pero es distinto a otras actividades humanas. La arquitectura, por ejemplo, también requiere creatividad, pero no podés ponerte a hacer un edificio si no tenés estudios formales que te garanticen un conocimiento básico, porque la casa se cae. Lo mismo para operar a una persona en el caso de los cirujanos. El arte tiene otra libertad, pero eso no lo hace más simple, para nada. El requisito justamente es llegar al conocimiento de algo muy personal, y nadie te puede decir exactamente de qué se trata. Es un camino solitario que uno tiene que transitar. Y es un camino bastante arduo el de descubrir y aceptar quién es uno para después pretender ir a mostrarlo y esperar que, con suerte, a los demás les interese.
- ¿Cómo es tu ámbito de trabajo? ¿Se parece más a un atelier o a un laboratorio donde se hacen experimentos?
Es más como un laboratorio. Hay dos instancias distintas en el trabajo. Hay una parte que es colectiva, hace falta el equipo que te ayuda a dibujar, a realizar 3D, renders, para trabajar en la ejecución técnica de una idea. Y antes de eso está propiamente la idea y la búsqueda de esa idea, que es un espacio que para mí tiene que ser íntimo, silencioso, un lugar de concentración individual.
“El arte se puede transformar en algo muy solemne, inaccesible, aunque para mí siempre ha tenido la capacidad de llegar a muchos, y eso en mi caso resulta esencial”.
- ¿El equipo que te acompaña va cambiando de acuerdo con las necesidades técnicas de las distintas obras?
En parte sí. Pero hay un equipo que es siempre el mismo. Y a su vez voy necesitando colaboración de nuevos profesionales. Hace falta trabajar con diferentes artesanos y distintos tipos de talentos.
- ¿Cómo arranca una obra? ¿Es siempre una idea, algo más bien conceptual? ¿O puede ser algo plástico, visual?
Pasa de todo. No siempre el concepto va liderando la construcción de la imagen. A veces la imagen puede ir construyendo un concepto. Por ejemplo, el caso de Las nubes. Una nube es una imagen natural, que uno no gobierna, y lo que uno trata de hacer es conceptualizar una forma, es como un juego, buscarle un sentido a algo que no lo tiene. Esa es la primera acción de conceptualización sobre una imagen.
MÁS ALLÁ DEL TRUCO
Con frecuencia decís que en tu obra el truco no es lo importante; sin embargo, el truco siempre está…
No es que el truco no sea lo importante. Lo que digo es que el truco no está para engañar, sino para ser descubierto. Es clave porque es el punto de partida, el detonador de otra cosa. Lo importante es el aspecto vinculado a la percepción. La percepción es la herramienta con la cual nacemos para conocer las cosas. Lo que uno sabe del mundo, a partir del momento en que nace, lo sabe a partir de lo que percibe, antes de tener la capacidad de que te lo expliquen. Uno ve, toca. La percepción es la interfaz que te permite acceder al conocimiento de las cosas. Con mis obras, lo primero que les pasa a los adultos es encontrarse con una sorpresa que hace mucho no viven. Los chicos se sorprenden porque van descubriendo. Los grandes en algún momento dejamos de sorprendernos. El truco, entonces, está vinculado a la sorpresa, como una manera de decir “Vamos a ver esto de nuevo, vamos a pensarlo una vez más”. Creo que esa acción genera un cierto placer, una alegría de que eso suceda. Y no es una sorpresa desagradable, como encontrarte con que tu auto no está más donde lo habías estacionado, sino que es algo que te permite ver de nuevo.
Hay una suerte de concepto macro que define tu trabajo: el procedimiento de desafiar las leyes físicas para modificar las formas de percepción. ¿Le atribuís algún sentido político a ese efecto que buscás, vinculado a que el espectador ponga en duda la realidad?
En parte sí, eso aflora en algunas obras. Pienso en la película The Truman Show, que es sumamente política desde el punto de vista de la manipulación de la realidad que se da allí. Creo, de todos modos, que para el arte no es conveniente definirse en ningún rótulo. Hay algo del arte que va trascendiendo, va tocando distintos temas y permite por ejemplo hacer cosas como las que hace la poesía. Es algo que tiene una vida propia. Cuando las cosas se condicionan, se explican y se atan a otras cuestiones, no funciona.
Se les reprocha a menudo a muchas expresiones del arte contemporáneo cierto hermetismo, como si hubiera que aprobar previamente cursos de filosofía o estudiar historia del arte para poder entrar a la obra. ¿Te interesa que tu trabajo sea profundo sin dejar de ser divertido y accesible?
Eso tiene que ver con lo que a uno le sale. Hay cosas que parecieran requerir un conocimiento profundo. Pero uno podría hablar de grandes artistas de la historia como Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Rafael, o incluso anteriores, cuyas expresiones hoy se miran de manera solemne, y en realidad eran obras que la gente veía y con las cuales se fascinaba como si hoy entráramos a ver una de Batman en 3D con anteojitos. Después, podés conocer o no la historia del rapto de las sabinas o algún contenido histórico o mitológico. El arte se puede transformar en algo muy solemne, inaccesible, aunque para mí el arte siempre ha tenido la capacidad de llegar a muchos, y eso en mi caso resulta esencial. No digo que no sean válidas otras expresiones. Son discusiones que yo tengo con amigos músicos. Cuando escucho Mozart, yo me conmuevo y no tienen que explicarme nada. Uno puede llegar a disfrutes muy sofisticados, pero lo que es accesible no es necesariamente superficial o aburrido. El camino del arte está relacionado con la aventura. La aventura como se siente en la infancia, embarcarse en cosas sin saber exactamente adónde se va. El arte es la manera de seguir embarcado.
LA MUESTRA
“REAL”, de Leandro Erlich, tiene curaduría a cargo de Rodrigo Alonso. Se puede visitar en Casa Naranja de la ciudad de Córdoba (La Tablada 451) hasta el 15 de junio, de lunes a viernes de 9 a 20 y los sábados de 14 a 20. Gratis. Visitas guiadas: viernes y sábados de 17 a 20.