En agosto, con el viento pampero calando hasta los huesos y el mate como escudo nacional, florece un repertorio único para hablar del frío: helado, fresco, pelado de frío, me estoy congelando, entre otros. ¿De dónde vienen estas expresiones? ¿Cómo cambió el modo de nombrar al invierno en el español de América?
Existen unas expresiones que los lingüistas llaman “hipérbole popular”: son exageraciones afectivas que nos ayudan a tramitar lo intransitable. No decimos simplemente que hace frío. Lo teatralizamos. Porque el frío no solo se sufre: se dramatiza, se comparte, se transforma en relato. Y ahí el lenguaje hace de frazada emocional: nos arropa con humor, con creatividad, con esa cuota de exageración que convierte una nevada en un recuerdo digno de sobremesa.
Por otro lado, algunas frases tienen raíces rurales. “Frío que pela”, por ejemplo, alude al agrietamiento de la piel por el viento seco del campo. “Me castañetean los dientes” traduce en sonido el temblor incontrolable. “Fresquete” es un diminutivo irónico que ya aparece en textos rioplatenses del siglo XIX. Como explica Santiago Kalinowski, “los diminutivos muchas veces no suavizan, sino que intensifican el vínculo afectivo con lo que se nombra”. Decimos “fresquete”, pero queremos decir: “Me está entrando el frío hasta en los pensamientos”.
Desde lo etimológico, “frío” viene del latín frigidus, también raíz de “frigidez”, “refrigerador” y “frigorífico”. Joan Corominas, en su Diccionario crítico etimológico del castellano, señala que la palabra se mantuvo estable desde la Edad Media, aunque sus usos variaron enormemente en el habla cotidiana. El idioma siempre encuentra formas cada vez más expresivas, algunas tiernas, otras dramáticas, todas eficaces.
“El frío no solo se sufre, se transforma en relato”.
¿Y en otros países? En Colombia dicen “frío sabanero”. Es una forma local de referirse al frío seco, persistente y penetrante que se siente en la sabana de Bogotá, una meseta elevada ubicada a más de 2600 metros sobre el nivel del mar. A diferencia del frío húmedo, este “frío sabanero” no cala por mojado, sino por su constancia: está todo el día, todos los días, incluso bajo el sol.
En España, “rasca” se trata de un acortamiento y sustantivación coloquial del verbo “rascar”, que evoca la sensación del frío que “raspa” o “pica” la piel, como si el aire helado te estuviera literalmente arañando. Es una metáfora sensorial. También se formaron derivados más creativos, como “rascona” (para un frío exagerado) o combinaciones del tipo “una rasca del carajo”.
En México, “está helando” aunque estén a diez grados de dicho fenómeno. Como diría el filólogo Américo Castro, “cada comunidad moldea el idioma según su sensibilidad climática y cultural”. Traducido: el termómetro es universal, pero el modo de quejarse es local.
Así que si agosto te hace replantear toda tu existencia, al menos sabé que tenés con qué nombrarlo. Y si no alcanza, ya inventaremos algo. Porque “fríofobia” todavía no está en el diccionario, pero si este invierno sigue así, va derechito al próximo suplemento.