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Momentos 

De todos aquellos momentos que disfrutaste en tus primeros años, guardaste lo esencial: la memoria y la amistad de tus amigos. También algunos consejos y varias experiencias de vida que te marcaron profundamente.

Aprendiste a caminar y a manejar una bicicleta que, tiempo después, te la robó la máquina de un tren. Afortunadamente, vos no estabas encima. Fuiste al colegio de tu pueblo con tu cartera de cuero marrón llena de útiles y curiosidades por descubrir. El pelo rigurosamente cortado a nivel taza. Solo un tímido flequillo se animaba a moverse con el viento de cada agosto. Eras bastante tímido y te acordás de ese momento cuando la maestra de primero inferior te pidió que, junto a una compañerita, leyeran un cuento de amor de dos pajaritos, donde ella era la pájara y vos el pájaro. Te pusiste tan colorado que la maestra se preocupó y te preguntó si estabas bien. 

En la secundaria huías ante el primer problema que se te presentaba, pero sacaste pecho cuando viste que alguien se llevaba puestos tus ideales. Aprendiste que la vida es multidimensional. Algo así como una esfera facetada donde cada cara es fascinante, pero si acercás el ojo a sus aristas para ver más de cerca, más en detalle, podés contemplar nuevas fragmentaciones de las líneas que parecían rectas, rígidas, frías. Comprendiste que hay más de una visión para cada hecho, que cada encuentro geométrico puede ser más suave o más violento, según donde estés parado. 

“Guardaste lo esencial: la memoria y la amistad”.

Entraste a la universidad. A la pública, por supuesto. No entendías mucho cómo funcionaban las cosas en la ciudad, pero te acostumbraste rápido. Nunca fuiste un militante, aunque tenías tus simpatías. Ante cada estímulo reaccionabas como el nervio óptico, que demora siempre un poquito más en enfocar, pero eras consciente de que el corazón se te iba abriendo. Y dejaste que fuera él quien pudiera ver las infinitas partes de la humanidad generosamente expuestas. 

Después comprendiste que la vida tiene alma. No tiene forma, pero se percibe colorida. No ocupa espacio, pero es tan grande que abraza a pesar de la distancia y carga de intensidad tus proyectos imaginarios. No consume energía, pero motoriza sensaciones y las pone a vibrar a frecuencias incomprensibles. Sabés que no tiene hombros, pero lleva una enorme mochila donde hay palabras con telas de araña, lenguajes cruzados, libros añejos, historias, secretos, causas, azares, luchas, senderos, cimas y frustraciones. De a poco te das cuenta de que es una mochila a la que nunca le conocerás el fondo. 

Conservás el recuerdo de la mirada propia, juzgadora, desamorada. Y agregaste la mirada nueva, la que te permitió evolucionar, la que incluye y abraza contradicciones propias y ajenas. Descubriste que están los besos dados y los besos por dar que no se pueden relatar, narrar ni postergar. Están los recuerdos visibles y los ocultos. Están los misterios, los secretos que jamás verán la luz, o sí… 

Momentos, simples momentos, de un viaje maravilloso por eso que te empecinás en llamar “vida”. 

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