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Emociones

Cada vez que salgo a comprar algo por el barrio, el verdulero me saluda con un “¿Cómo estás, papá?”. Le pregunto por el kilo de peras, me responde “1200, papá”. Si voy por los tomates: “Ahhh, esos no paran de aumentar, papá”. Cuando ya tengo todo seleccionado, me dice “Son 3500, papá”. Y la despedida se corona con un “Muchas gracias, papá”.

¿Cómo empiezan las cosas? No hablo de los grandes misterios del universo, de la Tierra, de la aparición del hombre ni de las creencias. No, me refiero a esas pequeñas cosas que nos pasan a todos, a diario. ¿Vendrán mezcladas con otras, o es posible encontrar un momento específico y decir “Acá, acá empezó”? Un amor, una discusión, una pasión deportiva. O un saludo de bienvenida en la verdulería. 

¿Y cómo terminan las cosas? ¿Por qué se terminan, sin importar si son lindas o feas? Seguramente habrá catálogos completos de respuestas, literatura psicosociológica de alto nivel que explique el encadenamiento de los hechos y su relación con la vida cotidiana. Aunque tal vez lo realmente importante no sean ni los comienzos ni los finales, sino los “mientras tanto”, ese espacio humano y multidimensional que transcurre entre un amanecer glorioso cargado de esperanza y un anochecer donde todo puede haber cambiado.

“Son una poderosa energía para llevar siempre con uno”.

Sin ser un erudito, te das cuenta de que ese es el trayecto más importante de atravesar. Mirás hacia atrás y empezás a cuestionarte algunas cosas. ¿Qué hacer con las huellas si nunca diste un paso? “¿En qué lugar vas a ubicar las risas que te negaste? ¿Dónde vas a esconder los lugares que no pisaste? ¿Los abrazos que te cosiste? ¿Los besos que te tragaste?”, pregunta Lorena Pronsky en una de sus obras. ¿Dónde vas a guardar las decisiones que no tomaste? ¿Los miedos que no enfrentaste? ¿Los “te amo” que no dijiste? ¿Los pedidos de disculpas? 

Y entonces te llega la revelación: de eso se trata vivir. De lanzarse al misterio, de abrir puertas, de tocar, mirar, aprender. No hay tiempos prefijados, el momento es este, el que estás viviendo. El futuro no existe porque no sabés qué trae y el pasado ya se fue. 

Por eso son fundamentales las emociones. Son una poderosa energía para llevar siempre con uno, acomodada en alguna parte. ¿Cómo se lleva puesta una emoción, papá? Según los orientales, hay un hilo rojo que combina todas esas cosas, los comienzos, los mientras tanto, los finales. Tengo tremendas ganas de ser la aguja que hilvane la hebra de ese hilo y fabrique emociones. Sobre todo, con aquellos a quienes nos moviliza una pasión razonable, pero sin límites; sueños inconfesables, pero honestos; amores en proceso, pero alejados de la rutina. Aquellos que sabemos que cariño y pasión no son sinónimos, pero deberían serlo, porque se acarician en la oscuridad de los sueños y explotan en la luz de los sentidos. Juntos, cariño y pasión son capaces de construir una emoción. Y si encuentran el espacio ideal en la gente que sabe hacer fluir sus vibraciones, esa emoción se corporiza y se arma, como si fuese una cajita indestructible que se instala en alguna parte de nuestro cuerpo. 

Eso es lo que tengo para darte. Una emoción. Vení a buscarla. Cuesta menos que medio kilo de peras, papá. 

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