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Dos años, dos vidas

Una enigmática conexión se establece en el momento en que conocés a tu nieto y te das cuenta de que te recibiste de abuelo. No es magia ni fantasía. Es una nueva realidad que te masajea cariñosamente todos los sentidos. ¿Quién es ese muñequito que abre los ojos y parece verte, aunque solo percibe el olor de su madre? 

Al principio no encontrás respuesta, pero sabés que tu vida no va a ser la misma a partir de ese instante. 

El lazo es intangible, pero tan sólido que te cuesta ser objetivo cuando tenés que hablar de él. Y te ponés pesado con tus amigos, porque se convierte en tema excluyente. Parecés narcotizado y sos capaz de decir que es la criatura más hermosa de la tierra, sabiendo que, para vos, realmente lo es. Y como seguís en estado de gracia, a medida que el muñequito crece, redoblás la apuesta y te animás a decir que es el más gracioso y el más dulce de toda la galaxia. Y como estás tan feliz, pero tan feliz, buscás una medida mayor para sopesar la intensidad de tus latidos cuando él aparece y decís que es el más inteligente del universo. Entonces te das cuenta de que la gente está en otra cosa y tus definiciones solo son importantes para vos. 

Sabés que el muñequito no va a ser siempre un muñequito, sino que lo verás crecer y te sorprenderá día tras día. Comprendés que tu existencia va a estar ligada a él con la misma firmeza que la uña se une a la carne. Como pasó con tus hijos. La única diferencia es que disponés del tiempo que no tuviste con ellos. Tu mirada de amor sigue siendo la misma, pero ahora, aunque el muñequito te haga doblar el cuerpo en cuatro partes y tengas que recurrir al ibuprofeno día por medio, no te quejás. Al contrario, estás más feliz que antes, y empezás a babearte porque ya no sabés dónde encapsular ese amor infinito que gira y gira y gira, y se transforma en abrazos, besos y esa necesidad de protegerlo hasta la eternidad, para que nada le pase.

“Una enigmática conexión se establece en el momento que conocés a tu nieto”.

Mi nieto acaba de cumplir dos años. Camina y a veces corre. Juega con lo que tiene a mano y, rara vez, con juguetes. Sonríe siempre. Come lo que le dan, sin pretensiones, siempre y cuando en el menú diario haya leche entera. No sabés cuándo tiene sed, pero una mema con agua nunca le falta. Te da la mano para que lo sigas o para que le enseñes el camino. Afuera hay un mundo que no imagina y hay que ayudarlo a descubrir, para que más adelante solo él decida qué hacer. Tiene obsesión con todo lo que gira, desde una rueda de auto hasta el cilindro de un lavarropas, pero especialmente con las aletas de los aires acondicionados: ha identificado todos los del barrio. 

Hace poco empezó a hablar. Se hace entender muy bien. Es un nuevo idioma medio atravesado, que debemos respetar y aprender. Con sus palabras nos ha bautizado a todos. Su abuela Viviana es “Teté”, su tío Nacho es “Ato” y a mí me tocó “Tito”, vaya a saber por qué (es preferible a la primera opción, que era “Teta”… ja, ja, ja, ja… me mato de risa pensando en “el abuelo Teta”). No pienso discutir el nombre, porque el tipo es de pocas pulgas. Y ahora quiero escuchar “Tito” todos los días. 

Conrado, así se llama, cumple dos años, pero para mí son dos vidas: la que tenía antes y la que me regaló cuando llegó. Eso no tiene precio. 

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