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Dopamina (o la ilusión del placer continuo)

Domingo, 13:40 horas; la pizzería desborda de familias diversas. En cada mesa brillan rostros infantiles atrapados por el reflejo de las pantallas. Es la manera en que los adultos pueden, a su vez, compartir sus propias fotos, chats y videos. 

En todos circula la hormona más nombrada de los últimos tiempos.

Dopamina, uno de los principales neurotransmisores reconocidos, que condiciona varios aspectos del comportamiento humano, como la motricidad, la atención, el aprendizaje, la voluntad e incluso el humor. Esta sustancia genera “circuitos cerebrales de recompensa”, que son sensaciones placenteras súbitas y repetidas ante estímulos que no solo facilitan la supervivencia –saciar el hambre o la sed–, sino que se asocian a disfrutes transitorios como jugar, enamorarse, mirar un paisaje o… sumergirse en la tecnología.

En una mesa, cinco adolescentes quedan congelados ante reels impostergables.

En la actualidad, la tecnoadicción es la principal fuente de placer inmediato mediado por dopamina.

Un padre, preocupado porque su hija eligió seguir con Peppa Pig a probar el postre, intenta quitarle el teléfono. La niña estalla en alaridos.

La interrupción del placer provoca abstinencia. La caída de dopamina causa frustración y, a la vez, consolida las epidémicas impaciencia e intolerancia infantiles. Con tecnología accesible y desde temprana edad, chicos y chicas demandan sostener la dopamina en casa, en el club, en el colegio… en la vida.

“El abuso tecnológico posterga relaciones de carne y hueso”.

Dos hermanos pelean con fiereza por la tablet. Impotentes, los padres piden ayuda; un abuelo intercede prestando su teléfono.

El abuso tecnológico (en niños, más de dos horas diarias; en adolescentes, más de tres) posterga relaciones de carne y hueso. Los tecnocontenidos rellenan cada momento sin esfuerzo intelectual ni anímico. Se desactivan mecanismos de atención y de memoria. Así, una vivencia no llega a ser experiencia. 

Aquella madre desespera frente al hijo que, inmóvil, quedó con la boca entreabierta y un trozo de pizza fría en la mano. ¡El video de YouTube no ha finalizado!

Abrumadora evidencia científica muestra daño físico, emocional y conductual en niños y adolescentes debido a que la elevada producción de dopamina a nivel cerebral es similar a la producida por drogas ilícitas.

Son numerosos los que no logran alimentarse o adormecerse sin la ayuda de un artefacto tecnológico; algunos han reemplazado el juego creativo por entretenimientos electrónicos, perdiendo gran parte de su capacidad para la atención y la comunicación.

Urge un uso responsable de la tecnología. El desafío actual consiste en encontrar el punto exacto para no llegar al uso patológico o la adicción. Mientras algunos profesionales proponen fármacos para el exceso de dopamina, otros proponen estrategias integrales, como reconocer la edad, el tiempo y el horario de exposición, y los contenidos apropiados.

La pizzería comienza a vaciarse. Los últimos comensales se despiden cariñosamente. Tal vez mañana pocos recuerden qué hicieron, dónde y con quién, ya que la dopamina, además, suele diluir valiosos recuerdos que conforman una vida. 

¿Y qué es la infancia si no la suma de aquellas personas, lugares y cariños recibidos que la memoria elige? 

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