La crianza de niños pequeños siempre ha sido territorio propicio para que muchas personas se sientan con derecho a entrometerse en los más íntimos detalles.
Con o sin conocimiento, con o sin experiencia, es casi un hábito sugerir cómo conciliarles el sueño, amamantarlos, vestirlos, estimularlos, escolarizarlos e incluso medicarlos.
Los consejos circulan sin freno en reuniones cara a cara y, en especial, en redes sociales.
Ante el desconcierto, es frecuente que las posturas antagónicas sobre algunos temas sean laudadas por profesionales vinculados a la infancia. Abundan consensos elaborados por entidades médicas que definen las mejores opciones para ciertas rutinas.
Por ejemplo, hacerlos dormir “boca arriba” es el resultado de extensos estudios, aceptados una vez que fueron despejados muchos mitos, como los potenciales ahogos por dormir en esa posición.
También el abrigo enfrenta a generaciones.
Los “tradicionalistas” insisten en el uso de gorros, chalecos y mantas sofocantes, mientras que las nuevas camadas de “mapadres” dicen que sus hijos se muestran cómodos, felices y no se enferman más (como insisten muchos abuelos o abuelas) con menos “capas de cebolla”.
La transición fue ardua, considerando la distancia conceptual entre el modelo “ombliguero, doble pañal de tela, chiripá y bombacha de goma” y el modelo “descartable”; aun cuando este represente uno de los principales problemas de contaminación a nivel mundial.
Ambos cambios han sido formidables. Tanto la posición boca arriba como el menor abrigo lograron reducir drásticamente la incidencia de muerte súbita.
En el centro de la controversia actual están los pies desnudos.
Gritos contenidos y ojos desorbitados entre quienes peinan canas –o las tiñen– contrastan con la orgullosa militancia de padres y madres, que exhiben a sus descalzos hijos como estandartes de libertad.
“¡Los tiene helados!”, avisan unos. Y otros responden que tanto los pies como las manos de los bebés se perciben fríos por la lenta circulación de sangre en esos territorios, y eso no constituye parámetro de la temperatura corporal, que se mide en zonas centrales.
“Virus y bacterias no ascienden por los pies, invaden por nariz y boca”.
“¡Se va a enfermar!”, se reclama. El frío ambiental no enferma per se. Las infecciones aumentan durante los meses invernales porque los niños permanecen más tiempo en sitios cerrados en los que se concentran microorganismos. Virus y bacterias no ascienden por los pies; invaden por nariz y boca.
En otro sentido, varios aspectos del neurodesarrollo infantil mejoran cuando las “patas traseras” (como en todos los mamíferos) están libres. Recién con la bipedestación, los pies se diferencian como sostén para el traslado, mientras que las delanteras se ocupan del tacto, la prensión y la portación de objetos.
Sin ataduras durante los primeros meses, los pies ejercitan sus músculos permitiendo más estabilidad, mayor coordinación en la marcha y mejor propiocepción.
Pero (en el desarrollo infantil siempre importan los “peros”) existen diversas infancias, más y menos vulnerables.
Los pies descalzos son buena opción para quienes son protegidos en todos los aspectos de su vida; allí la falta de medias es opcional.
No cuando la ausencia de medias es una trágica medida de su pobreza.