Cada nacimiento constituye un milagro, una maravilla infrecuente.
Más allá de lo cursi, estas frases describen la acotada eficacia reproductiva de la especie humana, que se refleja en estadísticas mundiales: 3 de cada 10 embarazos llegan a término. Dicho de otra manera, el 70 por ciento de las gestaciones no culmina con un bebé en brazos.
La mitad de los embriones fecundados se pierde en los primeros días sin que la persona gestante lo advierta, y otro 20 por ciento interrumpe su evolución durante el primer trimestre.
Esto no se produce por enfermedades; son fallas naturales en la unión entre óvulo y espermatozoide. Biología pura, normalidad pura.
No obstante conocer la baja probabilidad de llegar a término, son frecuentes las decepciones de quienes ven interrumpido un embarazo luego de un test positivo. Es que las pruebas disponibles detectan muy bajos niveles de hormonas, con lo que pueden anunciar gestaciones incipientes, muchas de las cuales no progresarán. Son los denominados “embarazos bioquímicos”.
El éxito reproductivo humano es similar al de otras especies de mamíferos que también engendran de a una cría por vez: menor al 30 por ciento, aunque este cotejo es prácticamente imposible. La biología de los animales en cautiverio está alterada por el encierro, su alimentación artificial y los medicamentos suministrados, mientras que los ciclos reproductivos de especies salvajes –en particular sus períodos de apareamiento– se encuentran modificados por variables ligadas al cambio climático.
Todo conduce a reconocer lo cursi: cada nacimiento es una maravilla, festejada con gran revuelo por todos, aunque pocos reconocen el formidable aporte a la pervivencia de la especie.
Otro milagro reproductivo se advierte en la paridad de géneros.
En todas las regiones del planeta nacen 105 bebés masculinos por cada 100 femeninos.
“Cada nacimiento es más que la jubilosa conmoción familiar”.
Esta leve diferencia parece estar condicionada por factores que influyen en que el óvulo sea fecundado por un cromosoma Y (que determina sexo de nacimiento masculino) o por uno X (femenino).
Se habla de la edad de los progenitores, del momento de ovulación, de los encuentros sexuales e incluso de la alimentación materna, aunque nada confirma aún la exacta influencia de cada factor.
Lo cierto es que en cualquier circunstancia, condición o intervención aplicada para condicionar género terminan naciendo siempre 105 niños por cada 100 niñas.
Tal relación no es permanente; en poco tiempo se equilibra a partir de que los masculinos siguen exhibiendo mayor riesgo de morir, tanto por causas naturales como por factores externos.
Y otro aspecto asombroso de la biología reproductiva humana es que, ante cuantiosas pérdidas de vidas, “algo” (¿la naturaleza?, ¿determinantes biológicos?, ¿Dios?) compensa de inmediato con un aumento de nacimientos, y siempre con equilibrio de géneros.
Los baby boomers (generación nacida entre 1956 y 1964) son el resultado de la explosión de natalidad posterior a la Segunda Guerra Mundial, que repuso lo perdido y en perfecto balance.
Cada nacimiento es más que la jubilosa conmoción familiar.
Es una maravilla que nos confronta con el enigma filosófico del origen; de la continuidad, de un ser-para-la-vida.