Nuestra lengua es de las más ricas del planeta. Aunque no conozcamos todo su léxico, tenemos palabras para nombrar las cosas más insólitas, los sentimientos más escondidos, las situaciones más desopilantes, las personalidades más complejas, los animales más pequeños, entre una extensa lista de posibilidades. La capacidad de emplear los términos que se ajusten al discurso es un arte que siempre se puede mejorar por medio de la lectura o del estudio.
Asimismo, es hermosa la manera en que el poeta Octavio Paz define al ser humano: “Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamiento sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimiento: lo primero que hace el hombre frente a una realidad desconocida es nombrarla, bautizarla”. Así de fuerte es el poder de las palabras.
En este laberinto de nombres y definiciones, hoy los invito a revisar la palabra del año, según la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), promovida por la Agencia EFE y la Real Academia Española. Ahora sí, ¡redoble de tambores!… La expresión que recibió tan honorable título es “inteligencia artificial”.
Fue elegida palabra del año por su importante presencia en el debate social y en los medios de comunicación, debido a los diversos avances desarrollados en este ámbito y a las consecuencias éticas derivadas.
“Fue elegida palabra del año por su importante presencia en el debate social”.
Este concepto parte de un oxímoron: es una combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras de significado opuesto que originan un nuevo sentido. La inteligencia siempre ha sido una facultad mental de los seres humanos, que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad. Por otro lado, lo artificial se refiere a las máquinas.
De este combo, surge una nueva definición que fue incorporada al diccionario de la Academia en su edición de 1992 y se refiere al término que se utiliza comúnmente para referirse a sistemas y tecnologías que pueden simular o imitar ciertos aspectos de la inteligencia humana, como el aprendizaje, el razonamiento, la percepción y la toma de decisiones.
El análisis de datos, la ciberseguridad, las finanzas o la lingüística son algunas de las áreas que se benefician de la inteligencia artificial. Este concepto ha pasado de ser una tecnología reservada a los especialistas a acompañar nuestra vida cotidiana: en forma de asistente virtual (como los que incorporan los teléfonos inteligentes), de aplicaciones que pueden crear ilustraciones a partir de otras previas o de chats que son capaces de mantener una conversación casi al mismo nivel que una persona.
Por último, vale la pena aclarar que la expresión “inteligencia artificial”, muchas veces, genera dudas en su escritura. Por eso, vale recordar que es una denominación común y, por lo tanto, lo adecuado es escribirla enteramente con minúsculas. Es también habitual el empleo de la sigla “IA”, que sí se escribe con mayúscula, y que es preferible a la inglesa “AI” (correspondiente a artificial intelligence).