A ver. Vamos a jugar. Días atrás, hablábamos con un grupo de amigos de esas palabras que usábamos mal y cuyo error enmendamos de grandes. Los voy a dejar pasar a la intimidad de la charla para que puedan reír un ratito con nosotros.
Voy a empezar por mí para romper el hielo. Hasta los 18 años dije “empanedado” (claramente no es un término de empleo frecuente, pero es un clásico en los dibujitos animados). Cuando me corrigieron por “emparedado”, me sonaba terriblemente mal y pensé que me estaban haciendo una broma. Lo que ocurría es que mi asociación interna residía en los panes del sándwich y no en sus paredes.
Una amiga decía “refregar las manos”. Es probable que haya vinculado esta voz con “fregar”, una voz más conocida por ella. Sin embargo, la forma precisa es “restregar las manos”.
Un caso curioso se dio con “dicharachero”. Todos reímos cuando una chica contó que ella confundía esta palabra con “chicharachero”, claro, le sonaba más festiva.
Un amigo recordó que decía “destornillarse de risa”. Algo muy común, porque el hablante imagina que la persona se desarma de tanto reír. Pero la expresión correcta es “desternillarse de risa”, ya que viene de “ternilla”, que significa “cartílago”, en este caso, de la nariz. Así, la expresión literal sería romperse los cartílagos nasales por la risa… Si lo pensamos bien, quizá prefiramos la versión más caricaturesca de los tornillos.
¿Se sintieron identificados con alguno de estos errores? ¿Cometían algún otro? Ahora hagamos un breve repaso teórico para entender por qué los hablantes solemos cometer este tipo de errores.
“¿Se sintieron identificados con alguno de estos errores?”.
Una palabra es un signo lingüístico que vincula el nombre con el sentido. El origen de los términos está fundado en una motivación etimológica que, según los estudiosos de la lengua, puede ser alguna de estas tres: fonética, morfológica y semántica.
Fonética. Se basa en la imitación de los sonidos en la construcción de las voces. Un ejemplo son las onomatopeyas (“pum”, “toc-toc”), y otro son las voces que conllevan una sonoridad: “zumbido”, “chapotear”. ¿Acaso no les replican los sonidos en la cabeza cuando las leen?
Morfológica. Son palabras derivadas de otras del mismo idioma o de otro (una gran mayoría de nuestro léxico tiene esta forma), como “dictador”, que viene del latín dictator, y sus derivados: “dictadura”, “dictatorial”. También entran en este grupo aquellas compuestas, como “abrelatas”, “tocadiscos”, “ciempiés”.
Semántica. En este caso se da una migración o transferencia de sentido. Se designa algo con un nombre que ya pertenece a otra cosa, aquí las asociaciones son basales.
Por ejemplo: la hoja de papel recibe su denominación por la similitud con las hojas de los árboles.
Lo que ocurre en la práctica es que estas motivaciones lingüísticas son olvidadas por el hablante, quien hace suyo el léxico y simplemente habla. Sin embargo, estos regresos a los orígenes siempre subyacen. Entonces, cuando una voz se presenta como extraña, en nuestras cabezas buscamos una nueva motivación y es en ese instante cuando, muchas veces, aparecen los errores que revisábamos al principio.