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La rebelión de los giles

Goethe, el escritor alemán creador de Fausto, tenía una frase contundente: “Ten cuidado con lo que aprendes, lo llevarás encima toda la vida”. Ese aprendizaje no es controlado por uno mismo, viene impuesto, y el niño que fuimos no tuvo la menor chance de elegir. Los adultos que fijan las reglas definieron nuestros gustos, nuestras creencias, nuestras decisiones de vida. 

Por su parte, el director de cine Hayao Miyazaki decía estar preocupado por todo lo que se perdía por ser precisamente quien era: “Nacer en un sitio determinado te impide ser cualquier otra persona en cualquier otro momento”. Naciste en China, serás chino; naciste en 1971, hoy tendrás 50 años, ni uno menos. Todo depende del lugar donde la cigüeña te dejó.

De eso se trata la vida. No podemos elegir dónde ni cuándo nacer, y mucho menos qué formación recibir. Pero ahora que somos grandes, podemos rebelarnos y hacer las cosas que realmente nos vengan en ganas. Tenemos derecho y debemos hacerlo. 

En lo personal, tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante que el que viví hacia atrás. O sea, tengo mucho por ganar y casi nada por perder. 

Por eso, se terminaron para mí esas reuniones interminables, de negocios, de consorcio, de caretaje, donde se discuten cosas sabiendo que no se va a lograr nada. Muchachos, si no llegué, empiecen sin mí. Además, descarté integrar grupos de wasáp con gente que nunca vi en mi vida. Chau, audios; chau, Zoom; chau, videollamadas.

“Quiero hacer de cada sueño una fiesta; de cada lucha, un puente; de cada búsqueda, una aventura”.

No tengo ganas de ver la cara de personas necias cuyo intercambio de palabras no te deja nada. No aguanto a los mediocres ni a los egos inflados, esos sabelotodos que viven diciendo “Yo te lo había dicho”, cuando jamás pudieron hilar dos palabras con sentido común. No tolero a los coimeros y mucho menos a los odiadores que utilizan las redes para destilar su veneno. Ahora puedo elegir.

Me joden, y mucho, los envidiosos, esos que juegan sucio para desacreditar a los más talentosos. Me cago literalmente en los títulos, los diplomas y el obligado trato de “doctor”, ya sea un médico o un abogado. Ni hablar de decirle “su señoría” a un juez. O “licenciado” a un político. No tengo tiempo para discutir esas pavadas. 

Quiero aprovechar mi tiempo. Estar con los míos y pertenecer al bando de “los buena leche”. De los que se ríen cuando se equivocan, de aquellos a los que no se les suben los humos cuando la pegan. De los que asumen la responsabilidad, para bien o para mal. De aquellos que hacen que la vida valga la pena. Quiero tocarles el corazón y acomodárselo para que vivan más. Curarles las nanas, cerrarles las heridas. 

No tengo ningún apuro. Me interesa disfrutar todo aquello que solo la madurez me puede dar. Pretendo no desperdiciar el buen tiempo que me queda. Tal vez sea mejor el que ya pasé, no lo sé, pero está lleno de cosas nuevas y experiencias inéditas. No me importa la meta, es mucho más divertido el camino. Quiero hacer de cada sueño una fiesta; de cada lucha, un puente; de cada búsqueda, una aventura. Los giles somos muchos. Y alguna vez tenemos que ganar, carajo. 

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