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Certificado de salud de Mili

El que suscribe, médico de niños, niñas y adolescentes de esta ciudad, certifica haber evaluado en esta y en diversas oportunidades a Mili, hija mayor de un matrimonio de personas jóvenes, sanas pero cansadas, y hermana de un indomable varón de dos años.

En la actualidad la niña tiene cuatro años de edad, es delgada pero bien nutrida, demandante pero simpática, verborrágica pero atenta cuando le conviene, y lleva trenzas. 

El vínculo paciente-médico es, al presente, cordial. Hasta los 20 meses lloró desconsoladamente señalando la puerta de salida ante cualquier intento de ser examinada, aunque al momento de redactar este certificado Mili acude a la consulta como quien visita a un pariente lejano. Incluso ha elaborado para mí coloridos dibujos que conservo como pruebas de cariño y de confianza.

En cada encuentro sus padres manifiestan inquietudes comunes sobre la conducta de la niña, hábitos de alimentación, crecimiento físico y una difícil adaptación social y escolar pospandemia. 

Se deja constancia del descomunal esfuerzo que ambos realizan para llevar adelante una familia en tiempos de carencias y desorientación. Doy fe de haber presenciado dolidas confesiones de culpa y remordimiento por “no disponer de más tiempo para los pequeños”, ante lo que expliqué que en todas las familias ocurre lo mismo, pero no alcanza.

En términos generales Mili es una niña sana. 

Durante este primer año sin confinamientos reiteró cuadros infecciosos transitorios y repetidos que, además de agotar a sus padres, obligaron a solicitar estudios para dilucidar sentencias de algunos integrantes de su familia, que aseguraban que Mili “es alérgica”, “tiene bajas las defensas”, “somatiza por celos” o “se enferma porque siempre anda descalza”.

“Sus padres manifiestan inquietudes comunes sobre la conducta de la niña”.

Las pruebas realizadas, incluyendo interconsultas con especialistas, permitieron descartar esas sospechas; los mitos cayeron por su propio peso.

Mili ha podido, con reconocido esfuerzo, dejar atrás ritos de bebé, como el biberón o dormir en la cama de los padres, inmadureces propias de muchos “pandemials”.  

Para los padres, Mili no presenta adicción tecnológica, aunque según abuelos, abuelas y ocasionales acompañantes, hace berrinches al momento de compartir la tablet familiar. Se toman dichos alegatos como pruebas más confiables de su dependencia a las pantallas.

Su descanso nocturno es también motivo de controversia. Según su padre, Mili tiene, como él, “un sueño liviano”, según la madre “son parásitos” y según una tía “está malcriada”. Resulta imposible confirmar o descartar esas hipótesis: la madre aclara que “el padre ronca toda la noche”, él afirma que ya se desparasitaron, y ambos concluyen que “la tía opinará cuando tenga hijos”.

Desde lo estrictamente profesional, es posible concluir que Mili no presenta un “trastorno del sueño”, ya que los despertares frecuentes, querer dormir en la cama grande y pedir “una lechita” son manifestaciones comunes entre chicos de esa edad. Y después de la pandemia, en todas las edades.

Expido este certificado para tranquilidad de su familia y de todas aquellas personas que, al sentirse identificadas, puedan aliviar la carga de crianza inicial de sus propios hijos.

En Córdoba, Argentina, diciembre de 2022. 

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